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jueves, 18 de abril de 2024

EL ENGENDRO DE LA VIOLENCIA

La violencia política es un instrumento cuyo resultado genera resentimientos, incertidumbre e inestabilidad en una nación. El éxito de su aplicación usualmente es temporal o ficticio si no refleja las verdaderas corrientes políticas de la sociedad y, aún si lo hace, sus dolorosas cicatrices perduran durante generaciones. Ante aquellos que piensan que este tipo de solución política es aceptable y efectiva cabe reflexionar al respecto y examinar su aplicación e historia en la Venezuela reciente.

La llamada cuarta república tuvo desviaciones en política económica favorecedoras del mercantilismo proteccionista bajo el llamado “capitalismo de estado”. Estas desviaciones crearon malestar económico entre grandes sectores de la población debido a su consecuente y creciente desigualdad económica y de oportunidades. También generó desconfianza en los líderes y sectores partidistas protegiendo esas desviaciones a favor de sectores económicos cuyo interés, como es natural, era mantener un sistema que los protegía, profundizar mercados cautivos, y desestimular la competencia económica y de ideas. La situación no era aceptable desde el punto de vista de desarrollo social, y generó el llamado “caldo de cultivo” social buscando renovación y cambio. Esta descripción también es apta para lo que ocurre actualmente en Venezuela, con la salvedad de que las grandes fortunas de las élites económicas de hoy están compenetradas profundamente con el partido oficialista mediante un alto grado de corrupción simbiótica y muchas, incluso, son complícitas activa o pasivamente con el crimen organizado transnacional.

La gran diferencia con la década de los 90 es que en aquel entonces había cierta semblanza de democracia perfectible y posibilidad de cambio, y en la actualidad el oficialismo y sus allegados quieren mantener “el mejor de todos los mundos posibles”, como diría Voltaire, para sí (lo cual, a su vez, es la esencia del conservadurismo, sin importar ideologías). Como lo vivirá Candide, el mundo cambia, y comprender la realidad del cambio y renovación permanente es la mejor manera de vivir – y sobrevivir en el mismo. Los que se opusieron al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo en Venezuela aprendieron esa lección durante los 90 y subsiguientes; los que se oponen al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo hoy en día se enrumban hacia un callejón sin salida, del cual piensan que pueden escaparse mediante la violencia política, las raíces profundas del chavismo.

Tanqueta derriba el portal del palacio presidencial el 4-F, 1992
El chavismo se origina de la violencia política. Su estreno público es el 4-F y su secuela, el 27-N, una serie de enfrentamientos sangrientos contra la institucionalidad y la población civil con el objetivo de cambiar por la fuerza al gobierno democrático. Ya anteriormente, entre ciertos elementos de la Lucha Armada con raíces en el Porteñazo y el Carupanazo, llegando hasta La Noche de Los Tanques, se consideraba a la violencia anti-institucional como incómodamente aceptable y, entre algunos sectores intelectuales, su amenaza tenía la posible utilidad de una espada de Damocles. Pero el pueblo venezolano, esencialmente democrático, en rechazo a aquel elitismo mercantilista de los 90 pero también al cambio mediante violencia política, optó por la renovación institucional democrática.  En 1999 Venezuela elige la promesa de Chávez de un nuevo país más justo. Sin embargo, la promesa utilizada de manera oportunista por un ambicioso de poder será utilizada por éste para hacer un simple cambio de élites, no un cambio estructural de la economía y sociedad; una falsa promesa que Chávez y sus asociados utilizarán para crear una nueva élite resguardada por la amenaza permanente de la violencia política, su origen.

Diosdado Cabello, participante golpista el 4-F, en su programa actual de TV "Con el mazo dando".

La relación entre la violencia política y el chavismo nace en aquellos montes y lomas de la Lucha Armada y sus miembros, simpatizantes e ideólogos en ciudad y en llano. Muchos de éstos se aglutinarán alrededor del movimiento de Chávez, el MBR200, y luego el MVR. Entre esos aglutinados se encuentra una destacada figura del momento: José Vicente Rangel.[1]

J. V. Rangel
La compleja carrera de JVR no está bajo la lupa en este ensayo, pero deben destacarse algunos elementos por su eventual influencia. El crisol que forja políticamente a Rangel se aviva durante el exilio de los años 50, un período que formó a gran cantidad de líderes y figuras de la era democrática venezolana de entre los que fueron expulsados, huyeron, o rechazaron la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, su corrupción y represión. Parte del exilio de Rangel transcurre en Chile, donde finaliza sus estudios universitarios y contrae matrimonio. Esa formación y raíces creadas en Chile durante el enfrentamiento hegemónico de las ideologías victoriosas de la segunda guerra mundial es posible que matizaran su percepción acerca de la necesidad de violencia como instrumento de la política. A fin de cuentas, ese era un fundamento marxista en boga entre los académicos de su época de estudiante en Latinoamérica. Sus lazos, abiertamente abusadores de su inmunidad parlamentaria, con elementos de la Lucha Armada en los '60, su acogida del “anti-yanquismo” y pro-Castrismo, y el probable impacto personal del golpe en 1972 contra Salvador Allende y subsiguiente represión sanguinaria por el General Augusto Pinochet, son elementos centrales formadores de su pragmatismo político: la “causa” lo justifica todo. En eso, se evidencia su buen estudio de las enseñanzas de Marx.[2] Una vez dijo que, si tuviese el derecho de fusilar a una persona impunemente para favorecer la causa, mandaría a fusilar a Carlos Rangel, el escritor y comentarista contemporáneo que anticipadamente denunció las falsedades e hipocresías de la revolución marxista-leninista en la década de los 70, y quien fuese hijo de un primo hermano del padre de José Vicente. Esto me fue relatado directamente por Sofía Imber, futura viuda de Carlos. La muerte prematura de Carlos Rangel fue celebrada disimuladamente en su momento por elementos de la izquierda radical, y abiertamente durante el auge del chavismo en publicaciones propagandísticas como Aporrea.

El pragmatismo de José Vicente Rangel en apoyo a la causa se refleja en su compleja carrera como periodista y escritor, donde válidamente denuncia tortura y corrupción durante la cuarta república, pero la ignora durante la quinta – o ciertamente no es tan contundente. Pero su influencia más fundamental en la actual configuración del régimen autoritario que gobierna el país se origina tras su incorporación al gobierno de Chávez en el 2001 como el primer civil en la historia del país ejerciendo el cargo de Ministro de Defensa Nacional.  

El Correo Bolivariano, Julio 1992 
Ya en 1992 desde su celda en la prisión de Yare, Hugo Chávez había vagamente expuesto su visión acerca de un gobierno “Cívico-Militar” en su panfleto ¿Y cómo salir de este laberinto? (enlaces: manuscrito original y publicación, con pequeñas variaciones, en EL CORREO BOLIVARIANO). Le tocará a JVR instrumentalizar esa visión, con el espectro del golpe contra Allende (y los eventos de abril, 2002) en su mente, para primero establecer fuerzas milicianas y posteriormente politizar a favor de “la causa” a las Fuerzas Armadas. No en vano Chávez calificó a JVR en el 2007 como un mentor “con el respeto que tiene un hijo por su padre”. El período durante el cual JVR participó en el gobierno de Chávez (1999-2007) incluye la creación de los Círculos Bolivarianos (bajo el modelo cubano de los “Comités Pro-Defensa de la Revolución”), la transformación de éstos en fuerzas paramilitares llamadas “Colectivos” que protagonizan violentos ataques en contra de opositores civiles,[3] y la concepción y eventual creación de las “Milicias Bolivarianas” como un quinto componente de las FANB, bajo el comando directo del presidente de la república. También incluye la formulación de la Ley Orgánica de las FANB (promulgada en el 2008), la cual establece el rango militar con comando de tropas del presidente de manera inequívoca (artículos 6 y 7), y abre la puerta para la injerencia militar en actividades civiles de todo tipo, desde siembra y comercio de víveres hasta planificación urbana (Artículos 19.7, 21.4, 26.7, 26.11 y muchos otros más).

Desde la sustitución de organismos intermediarios civiles por organismos supeditados al régimen, pasando por la creación de milicias y purgas de militares “desleales a la revolución”, hasta la creación de fuerzas milicianes adscritas al ministerio de la defensa, la mano de JVR y su admiración y emulación del modelo cubano se ve claramente, con el propósito de acrecentar y apropiar el poder del estado para los intereses particulares del régimen. Es decir, destruyendo la democracia para la acumulación de poder y beneficio personal de las élites dirigentes mediante la intimidación y la violencia política.   

Acto de instalación de las Milicias Bolivarianas, 10 de abril, 2010.

Estos días de alta incertidumbre acerca del futuro político de Venezuela nos hacen reflexionar acerca de las dinámicas de transición que pueden anticiparse, y la resistencia posible a dicha transición. Sin lugar a duda, el régimen no tiene ningún interés en transición – todavía. El régimen mantiene en su seno individuos de alto poder que ven en esa transición una certera cita con la justicia, y con mucha razón: sus crímenes abarcan desde el narcotráfico hasta la lesa humanidad, sin contar la masiva corrupción que los ha convertido en Cresos modernos entre una empobrecida población. En una transición temen vivir la maldición de Midas: solos, atrapados y encerrados por sus propias riquezas.

A esos individuos que transformaron al chavismo en instrumento de beneficio personal, en vez de uno de transformación social, les conviene fomentar y provocar violencia política, sus raíces, para mantenerse en el poder, suponiendo que sus costos de salida son mayores que sus costos de permanencia. Buscan crear condiciones para que el proceso desemboque en violencia, puesto que ese es su medio preferido y en el cual, francamente, tienen ventaja. Esos individuos le tienen pánico a la ruta electoral, ante la cual, francamente, están desarmados. Polonia, Sudáfrica, la India, el Sur de los EE. UU., incluso el mismo Chile, son ejemplos de transición y cambio avenido por la ruta democrática basada en la no-violencia. Por supuesto que hubo y habrá represión y dificultades, pero el cambio, una vez que los ciudadanos se deciden por reclamar y ejercer sus derechos democráticos, es inevitable.

El pueblo venezolano es esencialmente un pueblo democrático. Como en toda población, hay alrededor de un 20 a 30% que no lo es (tal vez más entre ciertas élites); una minoría que prefiere el orden predecible de un autoritarismo de izquierda o de derecha al desorden impredecible que implica la democracia, con su cacofonía discordante, caos creativo y renovación constante; un grupo minoritario que prefiere “el mejor de los mundos posibles” estático sobre la incertidumbre del cambio permanente. Pero entre el 70 al 80% de la población hay una semilla democrática sembrada a mediados del siglo pasado que permanece y siempre busca florecer. Este sector de la población intuye que, en un sistema democrático, al existir renovación, existe oportunidad; y que cuando existe oportunidad existe el potencial de la libertad, la condición mediante la cual un ser humano puede desarrollar plenamente su potencial como tal. Esa comprensión intuitiva de la relación entre democracia y libertad impulsa el cambio, y siempre lo ha hecho en Venezuela.



[1] Para otra dimensión acerca del proceso y huella histórica de la violencia política en Venezuela, véase mi discurso ante el Institute for Interamerican Democracy presentando mi libro La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre democracia y libertad (2017).

[2] Por supuesto Maquiavelo, Hobbes, Nietzsche y hasta Kissinger también mantienen una visión pragmática para cómo adquirir y mantener la hegemonía política y cultural.

[3] Una reciente disertación doctoral por Deylis Liscano-Sarcos ilustra este proceso de creación de milicias paraestatales utilizadas por el régimen para evadir responsabilidades legales en la represión ilegitima de lideres, movimientos y protestas de “opositores a la revolución”. La patrimonialización de la seguridad: Círculos Bolivarianos, génesis de la pérdida del monopolio del uso de la fuerza en Venezuela y su influencia en América (2001-2003), Liscano-Sarcos, D. (2024)

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Carlos J. Rangel
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viernes, 20 de octubre de 2023

ALEA IACTA EST

Se dice que la suerte no existe, sino que cada quien se la hace. También se dice que existe el destino, y que no importa que tan cuidadoso sea el plan, ese destino es inexorable.

El domingo 22 de octubre es una fecha en la que la voluntad democrática de los ciudadanos de Venezuela puede demostrar la capacidad de hacerse la suerte y forjarse el destino. Los votantes podrán demostrar que las elecciones democráticas son el instrumento de su voz transformada en acción.  Una acción que iniciará la transformación de Venezuela en un país democrático, próspero y con oportunidades crecientes para todos sus ciudadanos.

Los distintos grupos de la oposición han logrado hacer campaña como rivales, no como enemigos. Rivales con distintas propuestas, personalidades y perspectivas que ofrecen sin embargo una visión en común: la democratización de Venezuela. Una visión de una Venezuela democrática con oportunidades para crecer y prosperar juntos en nuestro propio país. Esta visión unida es la que es capaz de derrotar las fuerzas autoritarias que buscan aferrarse y mantenerse en el poder. Los venezolanos somos capaces de sustituir a los que se creen con derecho por la fuerza de tener una sociedad bajo un orden donde cada uno está donde está y hace lo que hace, para la conveniencia de la autoridad; una autoridad que reclama la confianza en su líder para mantener ese orden, un líder que (supuestamente) sabe lo que más le conviene al país. A fin de cuentas, es el líder del "partido del pueblo".

Los venezolanos somos capaces de tener la confianza necesaria en nosotros mismos para participar activamente en la creación de oportunidades, a veces disparatadas, a veces brillantes, que permiten crear la prosperidad democrática bajo un “caos creativo” institucional que estimula esa iniciativa, creatividad e ingenio que tantos venezolanos insignes y comunes han demostrado tener a lo largo de nuestra historia. 



Pero no nos engañemos, este no es el final, es apenas el inicio. Las rivalidades, querellas, malentendidos y malquerencias que hemos vivido en los últimos meses no se comparan con lo que viene, una verdadera prueba de esa voluntad y resistencia democrática ante el autoritarismo y sus cómplices. La celebración de la primaria no es el final del camino para derrotar a las fuerzas autoritarias. Es apenas un primer paso en un camino torcido y empinado con maleza, trampas y emboscadas. Las elecciones presidenciales del 2024 no son nada seguras en este momento. La lucha continúa y arrecia. La unidad de voluntades para lograr esa Venezuela libre, próspera y democrática será puesta a prueba cada día durante los próximos meses con zancadillas y empujones hasta llegar a la culminación del enfrentamiento directo entre democracia y autoritarismo.  

Cada participante en este proceso democrático que no logró una victoria temporal en una elección pasajera no es un perdedor. Es un baluarte y defensor de la democracia.  Es un ciudadano miembro de un proceso y una institución que permite a sus conciudadanos vivir en libertad y prosperidad. Es un elemento esencial en el futuro de Venezuela.

Como ciudadano venezolano que cree en la visión de una Venezuela libre, democrática y próspera agradezco profundamente a todos los que dedicaron cuerpo, alma y corazón para lograr el éxito de este primer paso en la restauración de la democracia en Venezuela. Todavía no se otea el fin del camino, pero estamos en la ruta. El domingo 22 de octubre se vadeó este río. El lunes 23 de octubre se inicia la segunda fase de la restauración democrática en Venezuela.  

Carlos J. Rangel
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miércoles, 7 de junio de 2023

FUENTEOVEJUNA

La pregunta esencial acerca de quién es la oposición al régimen ha sido contestada ampliamente por encuestas, la opinión y el “voto a pie” de los ciudadanos venezolanos. Todo indica que la ciudadanía en general está convencida de que el modelo social y económico chavista es un fracaso, se opone a él, y está dispuesta a ensayar la democracia liberal como modelo para transformar a Venezuela en un país que libere su potencial. ¿Será posible que cada venezolano esté dispuesto a asumir su responsabilidad en la promesa del país? La capacidad, poder y voluntad de los ciudadanos para transformar una nación es indiscutible, porque es en la ciudadanía que reside la soberanía y el estado.

Un líder político puede en un momento transitorio canalizar ese poder y voluntad para conducir y ejecutar la transformación, pero no es él o ella quien la impulsa. En Venezuela en la historia reciente han habido dos instancias de esa voluntad ciudadana cambiando el rumbo y transformando al país. Rómulo Betancourt con el llamado a sus conciudadanos, ayudó a establecer una democracia representativa a partir de 1958. Hugo Chávez en 1998, se consolidó como el cambio reclamado por la ciudadanía ante la sordera que había estancado las necesidades de oportunidad liberal en aquella democracia. Jorge Giordani en su famosa conversación con Guaicaipuro Lameda probablemente tenía razón: hacen falta al menos tres generaciones para consolidar un cambio de modelo social y económico. La democracia incipiente en Venezuela surgida en 1958 apenas llegó a dos.

La lacra del autoritarismo se mantiene como pecado original en Venezuela. Muchos “líderes democráticos” opositores mantienen esa toxina en sus venas, no solo por la ambición política necesaria para tener la voluntad de conducir los destinos de un país, sino como tendencia intrínseca de nuestra clase política, indistintamente de su origen social. “El pueblo”, como lo quieren llamar los aspirantes a populistas autócratas, o “la ciudadanía”, como la califican los demócratas, ha demostrado ampliamente que ansía la libertad. El control represivo y/o económico impuesto por élites ha sido rechazado, como lo indican las dos instancias señaladas anteriormente. El ansia de libertad, esa capacidad de tomar decisiones propias está hasta en el refranero popular: “¡Más abajo pisó Bolívar!”. Los gobernantes ciegos a esa ansia de libertad usaran sus poderes cada vez más para reprimirla soterrada o abiertamente. Esa no es manera eficiente de gobernar un país o conducirlo a la prosperidad.

Se avecina una tormenta. La élite del régimen autocrático mercantilista criminal hará todo lo posible por mantenerse en el poder y mantenerse impune, desde el uso de falsa oposición hasta medidas coercitivas de toda índole y, por supuesto, saboteo, artimañas y fraude electoral. La unidad de la fuerza ciudadana que apenas se asoma ahora es lo único que puede arremeter contra esas iniquidades. Líderes que canalicen y multipliquen esta fuerza son indispensables para lograr el cambio de rumbo que le hace falta al país para encaminarlo hacia una democracia justa, participativa, próspera y libre. Las elecciones, tanto primarias como presidenciales, son apenas catalizadoras de la fuerza ciudadana que logrará el cambio, y la transición no se anticipa que sea pacífica. Es aquí que el diablo se cuela con su tentación de ese gusanillo de control autoritario por acumulación del poder bajo cualquier signo ideológico. Un líder democrático que represente la voluntad ciudadana puede hacer papel de “redentor”, ungirse con el gran poder del soberano, y caer en esa tentación.

En una democracia la ciudadanía le delega al gobierno la administración de la soberanía y el estado. En una autocracia, los “gobernantes” usurpan la soberanía y administran el estado para provecho propio. En una entrevista extensa que me hicieron para una revista liberal brasilera (Crusoe) a principios del 2021, toco parcialmente este tema. Enfocado sobre la tendencia de lideres populistas de malinterpretar su arrastre y carisma, respondo ante una pregunta sobre AMLO por su reclamación al rey de España exigiendo una disculpa por la conquista de la siguiente manera:

“…En cuanto a si el pueblo mexicano piensa igual que AMLO, no tengo manera de saberlo pero, a decir verdad, no importa si piensa igual o no. AMLO usa el agravio histórico para tratar de encender emociones y nublar la razón de suficiente gente como para transformarlas en “el pueblo”—el objetivo del populista. El populista no quiere que existan ciudadanos utilizando la razón para participar activamente en sociedad y exigirle al gobierno actuar de manera responsable. El populista quiere convertir a ciudadanos en “pueblo” manipulable por la emoción que él o ella genera para concentrar el poder. En corolario equivalente al del Rey Sol, Luis XIV, a quien se le atribuye haber dicho “el estado soy yo”, el populista se proclama como el pueblo mismo. Tanto AMLO como Chávez declararon haber perdido su identidad y pertenecer al pueblo –“ya no me pertenezco, le pertenezco al pueblo”— es decir “el pueblo soy yo”. Por lo tanto, y por la ley transitiva de las matemáticas, la voluntad del populista es la voluntad del pueblo y el bienestar y recompensa del populista es el bienestar y recompensa del pueblo. Y, ¡Que alguien se atreva a decir lo contrario!”

En un modelo ideal del estado democrático son los ciudadanos los que óptimamente controlan los destinos de un país. Los líderes son representantes transitorios de la voluntad ciudadana. Es fácil para un líder democrático (o uno ocultamente autoritario, electo democráticamente) dejarse cegar por esa voluntad ciudadana y creerse ese “redentor”, potenciando agravios y usurpando el poder del soberano: “Le pertenezco al pueblo; el pueblo soy yo,” y tantas otras variantes. El verdadero demócrata reconoce su transitoriedad, la soberanía en los ciudadanos y la independencia de las instituciones. El protagonista en la transición hacia la democracia en Venezuela es su ciudadanía empoderada. No es ningún nombre liderando transitoriamente las encuestas. El líder opositor que no entienda eso, es un líder populista, no un conciudadano. El líder opositor que no entienda eso, ha quitado la mira del objetivo. El líder opositor que no entienda eso, confusamente piensa haber personificado la oposición y amenaza la unidad necesaria para lograr el objetivo de restaurar la democracia y la libertad.

Existe una gran ansia ciudadana que busca cambiar el país y potenciarlo como una tierra de oportunidad, crecimiento, seguridad y familia. Un país en el cual se quiera vivir, no un país del cual se quiera salir. Un país donde existan opciones, oportunidades y libertad de decidir.  La responsabilidad asumida de canalizar esas ansias hacia la democracia liberal como mejor modelo de país, es muy grave y nada envidiable, y esa responsabilidad la han asumido ciertos lideres que buscan, algunos sinceramente, otros pareciera que no tanto, mejorar la condición de todos los ciudadanos del país. Pero el protagonismo necesario para impulsar esa mejora no vendrá de ningún líder. Son los ciudadanos.

¿Quién es la oposición? Los ciudadanos, señor.



miércoles, 5 de abril de 2023

CARLOS ALBERTO MONTANER Y SU CONCEPTO DE LA LIBERTAD

 Presentación el 1 de abril del 2023 con ocasión de un homenaje a Carlos Alberto Montaner efectuado por la Fundación Club de la Libertad, en Buenos Aires, Argentina.

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Hola a todos y buenas tardes, gracias por participar en este evento. Muchas gracias Ricardo por ese excelente vistazo a la vida de Montaner. Agradezco profundamente a la Fundación Club de la Libertad en Buenos Aires, Argentina, a Alberto Medina Méndez, su presidente, a nuestro moderador, Ariel, y a los coorganizadores de este evento, la Fundación Internacional Bases, la Fundación Cívico Republicana, la Cátedra Alberdi, la Fundación Liberar, y la Asociación Civil Río Paraná, por haberme invitado a participar como ponente en este homenaje a una persona admirable, luchador incansable por la democracia de su país, en el hemisferio y el mundo. Una mente que distingue cuando se asoman el populismo o el autoritarismo disfrazados en ropaje democrático. 

Tengo el placer de conocer a Carlos Alberto Montaner personalmente. No quiero exagerar, no es que salgamos frecuentemente a comer o algo así, pero en múltiples encuentros y a través de correspondencias hemos interactuado, además de conversar sobre un par de mis ensayos que fueron de su especial interés. Sus palabras relativas a mi ensayo sobre las falacias en el pensamiento de Heinz Dietrich, y sobre mi nueva introducción a la obra clave de mi padre, Del buen salvaje al buen revolucionario, fueren especialmente alentadoras. Me honra el Club de la Libertad con su invitación para el homenaje a esta importante figura del liberalismo.

Quisiera hablar hoy acerca de Montaner y su concepción de la libertad. Otros expositores han hablado y hablarán acerca de la vida de Montaner y disculpen si repito algo, pero necesito para mis propósitos decir que a los catorce o quince años, en su isla natal, Montaner reconoce que vive en dictadura. Las condiciones en la Cuba bajo Fulgencio Batista eran limitantes y coartaban las opciones de futuro en la isla por lo cual Montaner, como muchos otros, simpatizó e incluso se unió como pudo con aquellos “barbudos del monte” que prometían acabar con eso y cambiarlo todo. Dedicó energías a la causa y sintió alivio cuando Batista salió hacia su exilio dorado buscando refugio con otros miembros de ese “club” de tiranos, primero con Trujillo, en la República Dominicana, y después con Salazar, en Portugal. Pero cuando Fidel y el Che desatan su ideal de renovación y cambio, buscando construir al “hombre nuevo” con las cenizas del viejo, rápidamente Montaner se opuso a ese ideal. Y eso no fue por haber estudiado liberalismo o dogmas filosóficos a su edad, sino porque encontraba las razones ante sus propias narices: represión, complicidad, arbitrariedad, terror; una “vida nueva” mil veces peor que la sufrida bajo Batista por tener una supuesta legitimidad ideológica, en vez de ser simplemente un régimen descaradamente plutocrático. Su oposición a la visión prometida por los barbudos lo puso preso a los 17 años, en una cárcel llena de niños compartiendo historias de padres fusilados y familias quebradas.

De esa manera su noción de libertad se forja tempranamente. Decide y logra escapar de la cárcel, llega a los Estados Unidos para reencontrase con su familia, y hasta ahora no ha vuelto a su tierra natal, pero no por eso ha dejado de ser cubano. Es aquí que se debe resaltar que, más allá de su lucha permanente en contra de la tiranía azotando su patria natal, y obviamente motivado por ella, Montaner ha conducido investigaciones acerca de las causas y palabras que mantienen a la región en un estado de mercantilismo medieval con caudillos feudales rotándose el poder. Se destacan en particular en este área de interés de Montaner sus libros, Manual del perfecto idiota latinoamericano, y Los latinoamericanos y la cultura occidental. Entre esas palabras investigadas encontramos el equívoco y escurridizo concepto de la palabra libertad, la cual hoy nos junta.

Vemos con frecuencia grandes manifestaciones, particularmente en América Latina, con gritos clamando por libertad. El himno nacional de mi país, Venezuela, con su letra escrita en 1810, incluye el verso “y el pobre en su choza, libertad pidió”. Por supuesto, el lema de la revolución francesa incluye esta reivindicación. La libertad tiene amplias variantes, pero se puede estipular que la acepción más simple y común es que uno está libre mientras no está preso.  

Pero esta condición simple obviamente no es suficiente. Estar preso no es la única situación bajo la cual no existe libertad, pregúntenselo si no a ese pobre en su choza. El argumento de mucho dictador hoy en día es que existe libertad bajo su autoridad puesto que esas turbas no pudiesen salir a la calle alterando el orden público si no fuera así.  Pero, la realidad es que se puede argumentar que hay personas que dentro de una cárcel están más libres que otros caminando por estas calles de Dios. No recuerdo bien si es apócrifa o auténtica la anécdota del notorio déspota argentino, Juan Manuel Rosas, de mediados del S. XIX; esa anécdota que relata que todos los meses apresaba unos 50 ciudadanos al azar para soltarlos un mes más tarde, sólo para demostrar su poder. Ese no era un pueblo libre. La puerta giratoria periódica en Venezuela es de alrededor de 100 presos políticos, del total de unos 300 en cualquier momento. Ese no es un pueblo libre.

Montaner ayuda a clarificar el sentido moderno de lo que es la libertad. Para él la libertad individual es el control propio sobre las decisiones. En sus propias palabras: “Es la facultad que tenemos para tomar decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin coacciones exteriores”.  La pérdida de la libertad se identifica cuando: “el estado decide dónde vas a trabajar, cuanto vas a ganar, qué vas a estudiar, que vas a leer, que es conveniente que tú creas o que es conveniente que tú rechaces; llega al extremo del estado decidir sobre tu corazón y a decirte ‘ustedes no pueden tratar a sus parientes desafectos al régimen’”.

Esta definición de Montaner visualiza las vías hacia la pérdida de la libertad y todas conducen a una meta común: el estado como un gigante y poderoso monopolio. La libertad que nos define Montaner es un antídoto a ese poder del estado. Su lista acerca de la pérdida de la libertad es esclarecedora: si el estado controla todas las oportunidades de trabajo, obviamente decide donde trabajas y cuánto ganas; si el estado controla la educación, decide quién estudia y qué es lo que estudia; si el estado controla la información, decide quiénes son los buenos y quiénes son los villanos; y si el estado tiene tanto poder, lo mejor para uno es ser amigo del estado y denunciar a quién no lo sea, así sea esa persona familia de uno.  Esta condición, este Mundo Feliz de Aldous Huxley donde al individuo se le ha limitado o quitado la capacidad de decidir, no es ficción. Lamentablemente esta situación extrema se vive hoy día en Cuba, se vive en Venezuela, en Nicaragua; existe en Irán y en Rusia; en Corea del Norte.  

Hay una observación importante que hacer sobre esta lista de países que acabo de mencionar. No solamente son los regímenes llamados de izquierda los que destruyen la libertad. Montaner nos recalca que sus denuncias se refieren a regímenes autoritarios. La amenaza a la libertad no viene solamente de la izquierda, sino también de la derecha. La dicotomía no es entre ideologías sino entre formas de gobierno: la democracia y el autoritarismo. Carlos Rangel, su gran amigo, detalla en El Tercermundismo, su libro más profundo sobre el tema, las tácticas del imperialismo soviético alentando autoritarismos, ahora un legado toxico en el mundo. Es por este legado tóxico que hay mayor aceptación de gobiernos autocráticos con ropaje izquierdista entre la comunidad de las naciones y entre las elites imbuidas de falsa intelectualidad, que con gobiernos opuestos a esa ideología; y es por ese legado que pululan, como zombis de la guerra fría, autócratas que se auto-declaran “revolucionarios izquierdistas”.

Montaner está en el bando de aquellos que perciben la libertad definida por el individuo, más que por las condiciones externas al individuo. Al centrarse más sobre el individuo que en el utilitarismo, Montaner nos permite ampliar el concepto de libertad. Su definición es así una denuncia contra personas y gobiernos acomodaticios que con la excusa de Realpolitik negocian con regímenes autoritarios para tener acceso a recursos naturales, bellas playas, mano de obra barata o peor, simple complicidad. Pero más allá de eso, la definición de Montaner nos hace ponderar los límites que aceptamos a nuestra capacidad de decisión. En su más reciente libro, Sin ir más lejos, que prefacia como su último, nos dice que él esperaba retornar a Cuba; a una Cuba libre del régimen que ha llevado esa isla a la ruina. Nos dice que piensa que eso ya no será posible en lo que le queda de vida. Conozco personas que dicen o les ha ocurrido lo mismo con Venezuela. La reunificación alemana nos hizo ver las cadenas que no solo los que vivían en Alemania Oriental cargaban, sino también las de sus hermanos en Alemania Occidental. Es una liberación que anhelan también los Coreanos del Sur. Los regímenes autoritarios exportan su represión de la libertad a los corazones de todos aquellos que se han escapado. Montaner no puede decidir libremente ir a Cuba. Sabemos sin duda lo que le sucedería si lo hiciera. Las garras de la represión del autoritarismo se extienden y hacen sufrir a millones. Lo vemos con el régimen cubano, con el Chile de Pinochet, la Rusia de Putin, con el régimen iraní, y con todo gobierno cuya meta es la acumulación y permanencia en el poder a toda costa.

Pero ¿por qué es importante la libertad, a fin de cuentas? Esta no es una pregunta capciosa, sino importante. En su discurso de aceptación del IV Premio Juan de Mariana en el 2010, Montaner asocia la libertad a la dignidad humana citando la definición del cubano José Martí, quien afirma que la "libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía". Montaner nos dice que “Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente admiramos...” creando así lo que él llama “una incómoda disonancia psicológica,” y una conducta hipócrita que “hiere al que la practica y repugna al que la sufre.” La libertad exalta la dignidad humana, esa condición interna al individuo.

Vale la pena citar algo más de ese discurso, donde nos clarifica el propósito más utilitario de la libertad con base en esa condición interna. Relata Montaner “Cuando el socialista español Fernando de los Ríos preguntó a Lenin cuándo iba a instaurar un régimen de libertades en la naciente URSS, el bolchevique le respondió con una pregunta cargada de cinismo: ‘Libertad, ¿para qué?’. Sigue entonces Montaner:
La respuesta es múltiple: libertad para investigar, para generar riquezas, para buscar la felicidad, para reafirmar el ego individual en medio de la marea humana, tareas todas que dependen de nuestra capacidad de tomar decisiones. La historia de Occidente es la de sociedades que han ido ampliando progresivamente el ámbito de las personas libres. Poco a poco arrancaron a los monarcas y a las oligarquías religiosas y económicas las facultades exclusivas que tenían de decidir en nombre del conjunto. Los pobres y los extranjeros alcanzaron sus derechos. Lo mismo sucedió con las razas consideradas inferiores, con las mujeres, con las personas marginadas por sus preferencias sexuales. La esclavitud, finalmente, fue erradicada.”

Montaner, a lo largo de su obra, nos ofrece esa idea sencilla en múltiples facetas: la libertad genera prosperidad. Esto no es una propuesta o postulado hipotético, es una realidad concreta. Los países que tienen los más altos índices de libertad en el ranking del Freedom House, están correlacionados positivamente con el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ese índice que combina el PIB, mortalidad, salud, educación, seguridad, etc., para cuantificar el bienestar de una sociedad. Objetivamente, esta es la realidad: la libertad es el mejor vehículo para el bienestar y la prosperidad social.

Carlos Alberto Montaner tiene la desgracia de ser una de esas personas que piensan. Eso, y su aguda perspicacia, lo ha condenado a tener que denunciar las grandes idioteces que utilizan sátrapas de toda estirpe para justificar lo injustificable. Lo injustificable que arruina vidas, pueblos y naciones cuando claramente la historia nos ofrece la oportunidad de observar infinidad de opciones políticas y sus consecuencias que, con algo de empatía y sentido común, sirven para modelar sociedades con mayor prosperidad y bienestar. Estas denuncias de Montaner son centradas en una idea que le fue inculcada desde temprana edad: la libertad, vivida como una decisión.

Muchas gracias.

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Carlos J. Rangel
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sábado, 11 de marzo de 2023

¿LOS PUEBLOS TIENEN EL GOBIERNO QUE SE MERECEN?

La pregunta que titula y motiva este ensayo surge ante los resultados de una encuesta que está circulando este mes, elaborada por la firma Meganálisis, y que busca establecer la intención de voto hipotética de una candidatura de Chávez para la campaña presidencial. Esa pregunta es: “Si Hugo Chávez estuviera vivo, y fuese candidato Presidencial, ¿Usted votaría por Chávez?”

No tengo por qué dudar de la confiabilidad de la encuesta y el método (teléfono residencial, una persona por hogar), pero dadas las circunstancias del país, los resultados no son sorpresa: casi el 71% de los encuestados responde "NO". El 29% restante se divide entre el "SI" (17%) y el "NO SABE" (12%), con un MdE de 3,86%. Esto no es noticia. Las implicaciones para candidaturas opositoras, sin embargo, francamente lucen poco favorables, dada la historia electoral de Venezuela y su tendencia reciente del voto y participación electoral. Los resultados de esta encuesta son positivos para el chavismo y su eventual candidato presidencial.

Aquellos que no recuerdan la historia están condenados a repetirla, dijo un sabio español que yace en una tumba en Roma, olvidado por muchos. Cuando a Chávez le fue sobreseída la causa por su intento de derrocar al gobierno de CAP y sale de su celda de Yare en 1994, en las encuestas de posibles candidatos a las elecciones de 1998 el comandante tocaba fondo con alrededor de 8% de intención de voto.  Sin embargo, y según cifras oficiales que podemos estipular como confiables, ganó esas elecciones con el 56,20% de los votos tabulados. Esa es la cifra que circula entre los propagandistas y de la que se ufanó en su discurso de victoria en la Plaza del Ateneo, anunciando un nuevo amanecer para Venezuela, declamando que “¡el por ahora, se convirtió en el llegó la hora!”. La que no mencionó Chávez ese día ni circula como dato es la gran abstención en esas elecciones, casi del 37%. Si se calcula el porcentaje de votos obtenidos por Chávez a partir del total del Registro Electoral, su elección de 1998 la ganó con el 33% de los votantes inscritos, un tercio del país. Es decir, casi 70% del electorado no votó por Chávez. Esa cifra está dentro del margen de error de la encuesta de Meganálisis en marzo de este año.  

Las primeras cuatro elecciones de la era democrática en Venezuela tuvieron participación de 95% o más del electorado. Es a partir de 1978 que comienza a disminuir la participación, alrededor del 85% todavía, pero atribuible a los ataques al sistema democrático de pequeños partidos atacando a la “falsa democracia” para restarle votos a los partidos tradicionales. Así comienza la actitud cínica y apática sobre el proceso electoral y los partidos. Toca fondo esta actitud con “el chiripero” en las elecciones de 1993, arrojando una participación de 60% del electorado. Chávez en 1998, con sus promesas redentoras del sistema, logra activar su base electoral, subiendo la participación al 63% de los inscritos en el REP. A partir del 2000 las estadísticas son menos confiables, debido a irregularidades en el registro electoral, y fraudes observables y documentados en las elecciones desde entonces.

Es indudable que hay un sector “duro” del chavismo que la encuesta de Meganálisis nos hace suponer que ronda entre el 15 al 20% del electorado.  Se han ganado elecciones presidenciales en Venezuela con el 29% de los votos (1968, Rafael Caldera, participación 96.72%), lo cual nos lleva a la conclusión de que, dada su “base dura”, el candidato del chavismo tiene amplia oportunidad de ganar, en particular en una elección con baja participación del electorado.  La otra conclusión es que, con una gran participación electoral, es posible que gane un candidato opositor al chavismo por lo mismo de que la “base dura” es igual o menor al 20% del electorado. 

Hay tres sectores mermando la participación electoral: (1) personajes del gobierno que difunden la idea de que la elección ya está perdida por la oposición, diciendo que no hay manera de que pierda el candidato oficial e insinuando abiertamente su capacidad y voluntad de cometer fraude electoral; y (2 y 3) personajes de la oposición que conceden esa “realidad”, unos por la supuesta abrumadora hegemonía del chavismo, otros porque no piensan que se podrá ganar contra el fraude anunciado, o cobrar victoria: la "falsa democracia". 

Los miembros de la oposición concediendo de manera anticipada y en mentalidad derrotista la victoria del hegemonismo chavista nos presentan esto como una realidad práctica. Nos ofrecen una convivencia con el régimen que conceda (por su gracia y beneplácito) aperturas de limitados sectores convenientes para sus intereses y posibles migajas para los demás. Esta convivencia, este vivir con la cabeza agachada, es aceptar el modelo social y económico que ha llevado nuestro país a la ruina; es conceder que el 94% o más de la población viviendo en pobreza y 75% en pobreza extrema es un costo aceptable; es aceptar que las mejores oportunidades para nuestros hijos nunca existirán en Venezuela; es considerar inevitable que la infraestructura del país sea mal construida (si acaso) a sobreprecio por cómplices del gobierno; es, en fin,  aceptar un modelo de país que mantiene las condiciones existentes para una ciudadanía que las debe aceptar sin reclamo y echarse a disfrutar mal que bien su condición de víctima. ¿Es ese el gobierno que se merecen los venezolanos?

Podemos aprender de la historia, y la historia nos enseña que desconfiar del proceso democrático es abrirle la puerta al fraude; que descartar los procesos y mecanismos que nos permiten vivir en democracia como ejercicios inútiles, hacen que efectivamente sean ejercicios inútiles. Destruir la democracia comienza al perder la confianza en ella. Es por eso que, comenzando con el proceso de la primaria, los ciudadanos venezolanos que quieran demostrar que el gobierno que tienen no es el que se merecen tienen que alzar su voz más allá de un cacerolazo y más allá de una marcha; tienen que usar su voz electoral y votar masivamente, la mejor protesta que se puede hacer contra el régimen.

Las elecciones presidenciales del 2024 son una oportunidad única para Venezuela. Es probable que ese domingo por la noche en octubre, noviembre o diciembre del 2024, el CNE anuncie una victoria por poco margen del candidato de gobierno. Pero sabemos que si hay una participación masiva del electorado, que si hay una movilización ciudadana sin precedentes que refleje la voz de Venezuela, la voz que dice ¡ya basta!, ese fraude no podrá cuajar. En ese momento, la protesta cívica, la defensa de la constitución, y las presiones internas y externas harán caer la dictadura, cambiarán el régimen y enderezarán los destinos de Venezuela. El fraude anunciado será desenmascarado con la logística democrática preparada anticipadamente de testigos ciudadanos en cada mesa y centro de votación que documenten y difundan al mundo en tiempo real la realidad de la elección. Es en ese momento que la población venezolana demostrará al mundo cuál es el gobierno que se merece y defenderá su victoria. Y todo comienza desde ya con el voto de cada ciudadano que confía en su voz, no se deja confiar por las encuestas suponiendo que otro votará por él o ella, y no le permite al régimen que cuente su voto como más le convenga y sin consecuencias. Ejercer tu derecho al voto es el primer paso para renovar a Venezuela. Y eso no es imposible.



viernes, 3 de marzo de 2023

CON ELECCIONES NO SALE MADURO


Desde hace años esa frase es común y argumenta una realidad que es difícil de refutar. Es notoria la capacidad de fraude electoral que desde tiempos de Chávez ha perpetrado el grupúsculo manejando los destinos, y los haberes, del país. Desde la perversa representación en la asamblea constituyente del 2000, en donde a pesar de que el “Polo Patriótico” obtuvo un 65% de los votos se presentó con más del 90% de los asambleístas, pasando por el referendo revocatorio con su manipulación por bozal de arepa y la lista Tascón, el conteo interrumpido en el 2013, etc., etc., etc., el régimen siempre usa tácticas diversas para manipular resultados electorales. Estas van desde la alteración del registro electoral permanente, como se evidencia en su aumento en más de 50% entre el año 1998 y 2006, -crecimiento sin precedentes ni repetido después- hasta la reubicación de centros de votación fuera de enclaves opositores, el uso de “colectivos” en esos centro demandando ver el “Carnet de Patria”, la inhabilitación de candidatos, y la alteración de resultados en las mesas de votación y en el CNE. Defender el voto no es fácil.

Las denuncias por testigos, organismos e instituciones internacionales internacionales son ignoradas o manipuladas para efectos de propaganda. El caso más notorio de esto último fue el “informe Carter” sobre las elecciones del 2012 y el 2013. En un artículo publicado en el New York Times, Nicolás Maduro declara que dicho informe establece que el proceso electoral en Venezuela es “el mejor del mundo”. Ese es el titular que utilizó el régimen en Venezuela para validar elecciones manipuladas. Esa es el cuento que se comió el pueblo venezolano sin cuestionarlo y que hasta el día de hoy denigra los esfuerzos del Centro Carter. Propaganda usada para desprestigiar ante los venezolanos una institución mundialmente reconocida de observación de procesos electorales.

Para los que leyeron el informe, las conclusiones son contundentemente en contra del proceso electoral 2013. Es cierto, Carter mencionó en un artículo de prensa que las máquinas utilizadas eran buenas máquinas, pero la manera en que fueron utilizadas esas máquinas y se manejó el proceso de votación, reclamación y auditoria fue lo que denunciaron el Centro Carter y el mismo Carter. Lo que el informe final dice es que esas máquinas fueron utilizadas para intimidar votantes por insinuar que detectaban la identidad y voto de los votantes a través del capta huellas, que el software usado no garantizaba que cada votante solo pudiera votar una vez, que el gobierno utilizó tácticas de intimidación durante la campaña y recursos del gobierno para influenciar el voto. Esas no son conclusiones que describen “el mejor proceso electoral del mundo”. El Centro Carter ha mantenido su denuncia sobre las elecciones en Venezuela, recientemente calificando las elecciones regionales del 2021 con las siguientes conclusiones: interferencia política y del gobierno sobre el CNE, limitaciones legales sobre la libertad de expresión y de los medios, suspensión de derechos políticos, inhabilitación arbitraria de candidatos, y financiamiento irregular e indebido de campañas. Testigos de la Unión Europea calificaron esta misma elección como una que no estuvo apegada a la ley, afectando la igualdad de condiciones, el equilibrio y la transparencia del proceso. Defender el voto no es cosa fácil.

Elecciones no definen democracia. Por supuesto, si no hay elecciones no hay democracia, pero que haya elecciones no significa que haya democracia. Casos ampliamente conocidos son el Iraq de Hussein, el Irán de los Ayatolás o la Corea del Norte de los Kim (la "República Democrática Popular de Corea"). Recientemente me encontré con cuatro características que conforman una democracia, de acuerdo con el Dr. Gerardo L. Munck: elecciones competitivas, elecciones participativas, ejercicio de poder representando a las mayorías, y libertades políticas. Estas características combinan proceso con condiciones, arrojando un resultado: democracia.  Mi propia lista de cuatro características, enumeradas en un discurso en el 2018, está más enfocada sobre condiciones que procesos: los gobernados tienen capacidad de decidir, opinar e influenciar sobre la manera en que son gobernados; la capacidad de decisión e influencia del ciudadano se ejerce mediante elecciones, libertad de expresión y asamblea; el estado de derecho es intrínseco a la democracia; y límites al poder y multiplicidad de intereses crean fortaleza democrática. Todo esto significa que para derrotar al régimen no basta con tener elecciones, apenas una parte de lo que es una democracia.

Lamentablemente, para crear las condiciones que restauren la democracia en Venezuela las instituciones encargadas de velar por los intereses democráticos del país, tanto el TSJ, demostrado ampliamente en Barinas, como el CNE, están entramoyadas con el régimen. Hacer elecciones bajo la tutela del CNE, calificado por el Centro Carter como manipulable por presiones políticas del gobierno y un organismo claramente dependiente en su totalidad del régimen, arrojará los mismos resultados que tuvieron en México durante 80 años con un organismo electoral dependiente del régimen: hegemonía partidista única, con sucesión presidencial a dedo. Liberar el proceso de esa tutela e influencia del régimen es difícil, sin embargo (1) hay que intentarlo y (2) hay que buscar una solución alterna basada en testigos de toda índole antes, durante y después del proceso con una mecánica electoral transparente, auditable y no manipulable. Para lograr este objetivo la presión internacional es fundamental. Esta presión es la que puede aproximarse a obligar un proceso y mecanismo electoral distanciado del CNE, traducible en confianza por el electorado, como lo indican numerosas encuestas al respecto.

En 1986, el “Poder del Pueblo” en Filipinas culminó en una gran marcha de más de un millón de ciudadanos, en rebelión contra la ley marcial del dictador, y obligó la salida de Ferdinand Marcos, después de 23 años de dictadura. Marcos se caracterizó por robo y peculado descarado en un país con creciente pobreza, y la tortura y ejecución de opositores encarcelando familias enteras para erradicar su oposición, verdadera e imaginaria.  En Polonia un período de creciente movilización popular durante diez años, a veces clandestina, a veces abierta, culmina en protestas masivas en 1988 que obligan al régimen a convocar elecciones (calificadas de “parcialmente libres” por inhabilitación de partidos y candidatos) en 1989. En estas elecciones el movimiento Solidaridad triunfa de manera contundente. Esta victoria electoral es un hito histórico en la caída del comunismo a nivel mundial.

Kluivert Roa, asesinado durante protestas
 contra el régimen, 24 de febrero, 2015.
La condición  democrática de libertad de asamblea -la protesta- se manifiesta en grandes movimientos como estos en muchos países, resultando en procesos que restauran democracias. Estas protestas y la participación en procesos electorales también reflejan la voz y el voto de los caídos, que no olvidamos, bajo un regimen que busca reprimir las condiciones de democracia. No desestimemos tampoco la importancia de los medios de comunicación en estas voces, incluyendo los clandestinos. Los comunicados mimeografiados a principios de enero de 1958 en Venezuela fueron instrumento clave en la movilización de la rebelión popular que tumbó al dictador Perez Jiménez para instalar una democracia con las cuatro condiciones en el país.

El argumento de la solución de fuerza, el quiebre constitucional con un “gendarme necesario”, es una ilusión. Pensar que este tipo de solución para el dilema democrático en Venezuela sería aceptable tanto a nivel nacional como internacional es afín a la idea que tenía Putin de que Ucrania sería fácil de invadir. Se sabe cuándo empieza, pero no cómo termina. Suponer que este tipo de solución tiene consecuencias negativas, pero que su resultado neto es positivo es un despeñadero que ha llevado muchos al infierno.

Escoger entre un Pinochet y un Castro inaceptables indica la necesidad de una tercera opción, puesto que en la geopolítica actual ninguna de estas dos es admisible. Si, por ejemplo, un equivalente a Pinochet llegase al poder en Venezuela, con su mismo tipo de tácticas y objetivos, de inmediato sería un nuevo paria internacional, objeto de sanciones, ICC, y demás, al igual que lo es Maduro, el equivalente de Castro, en este momento. A los que sueñan con esta solución hay que ponerlos en la misma categoría de los que soñaban que una intervención militar extranjera sería efectiva: ilusos. La tercera opción es mantener e incrementar la lucha por aproximarse a las condiciones de democracia que permitan canalizar el rechazo masivo al régimen mediante procesos democráticos, aceptables para la sociedad de naciones y conducentes a la reconciliación interna. Intentar lo contrario es inestabilidad y violencia permanente.

Sin las condiciones de democracia, los procesos democráticos son ejercicios sin valor e inútiles. Ni las elecciones ni la representatividad política (y su ejercicio del poder) son legítimas. La condición fundamental que ningún régimen puede evitar es el rechazo ciudadano a una autoridad represiva arbitraria cuya finalidad es mantenerse en el poder y enriquecerse. Las armas principales contra dicha represión son la protesta masiva, el rechazo por y a través de cualquier medio de comunicación, y la participación ciudadana. Las elecciones como instrumento y proceso validan las condiciones democráticas. Aunque cada país hace su propia historia, ésta nos señala que las elecciones deben instrumentarse lo más independientemente posible del régimen autoritario en el poder para convocar masivamente a la oposición y asentar una victoria a prueba de fraude. Es cierto, con elecciones no sale Maduro; pero con democracia, sí. 


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lunes, 9 de enero de 2023

ESTRUCTURAS DE CORRUPCIÓN: LA POBREZA DE LAS NACIONES

Entre los temas que surgen con frecuencia en las pugnas políticas de Latinoamérica está el tema de la corrupción. El vocablo ¡corrupto! se lanza como improperio por opositores de todo bando para descalificar a rivales o atacar instituciones. Es un término que por su uso constante y ubicuo se ha devaluado como una vil moneda sin respaldo. Esa devaluación y ubicuidad es precisamente lo que hace difícil combatir a fondo esta lacra económica que corroe las instituciones y la moral de los ciudadanos. La corrupción existe. La corrupción empobrece al país. Recursos son desviados a bolsillos que inmisericorde e indiferentemente permiten el empobrecimiento de la condición y productividad general, creando desigualdad injustificable y miseria creciente. La corrupción no es un delito sin víctimas.

Para entender la corrupción es posible que nos ayude una premisa básica del capitalismo: cada quien tiene interés propio en mejorar su condición de vida. En su esencia esta no es una característica perniciosa y es más bien una sublimación de una condición animal básica: el instinto de supervivencia. Este instinto ha sido canalizado para el bien de la sociedad bajo reglas de convivencia a sabiendas que, y según Hobbes, sin estas reglas sociales y un Leviatán que las imponga, la vida es brusca, brutal y corta. 

Se puede argumentar que con esas reglas (leyes) el interés propio se convierte en un motor de crecimiento dinámico para la sociedad, creando riqueza y satisfacción para todos sus miembros y, por supuesto, desigualdad. Igualmente, se puede argumentar que esa desigualdad material es un estímulo para la creación de mayor riqueza, cuando se combina con la igualdad de oportunidad, impulsando el trabajo, la creatividad y la renovación. Nuevamente el estado tiene un papel en la creación de esta igualdad de oportunidad, empezando por un sistema de seguridad y justicia que protege al individuo, a los contratos y a la propiedad privada, fortaleciendo sistemas para distribuir la mejora individual (educación y salud), y estimulando el desarrollo de infraestructura.

El propio Adam Smith reconoce en su tratado sobre la riqueza de las naciones que debe haber un coto a la capacidad de un individuo para acaparar el mercado, es decir, que el interés propio como creador de riqueza puede llegar a distorsionar el mercado si se le permite a un individuo o un pequeño grupo de individuos distorsionar las fuerzas del mercado. Esto es válido tanto para los monopolios oligarcas como para los monopolios del estado. Toda fuerza monopólica que distorsiona al mercado va en detrimento de la mejora y la creación de la riqueza de la nación.

Cuando el gobierno se convierte en un instrumento de las élites monopólicas (sean de oligarcas o del mismo estado) para la dominación de los ciudadanos, el estado de derecho que mantiene a raya aquel pre-estado Hobbesiano se debilita y el mejor negocio, la manera de prosperar, es ser amigo del gobierno. Es la condición en la cual las leyes se aplican a los enemigos y se ignoran para los amigos. Un estado estructurado de esta manera no tiene interés en crear igualdad de oportunidad puesto que esta es la base para el cambio de las élites, la búsqueda de la felicidad Jeffersoniana, y la creación destructiva de Schumpeter; es decir, la renovación de la sociedad y de la economía. Por supuesto que élites enquistadas en el poder no tienen ningún interés en ser renovadas, desplegando todo su poder en ejercicio del básico instinto de supervivencia. 

Siendo así las cosas, una sociedad rentista-mercantilista combinada con unas élites enquistadas sin interés de renovación, es casi inevitable el crecimiento del estado en un pulpo burocrático gigante. Si es un gran negocio ser amigo del estado, mejor negocio todavía es ser el estado. En un círculo vicioso de amiguismos y componendas, se construye una inevitable, creciente y simbiótica estructura de corrupción.

Si el modelo de estado y sociedad se basa sobre la transferencia de riqueza rentista en vez de la creación de riqueza, la corrupción es inevitable, y todo el mundo espera y supone que ocurra. Esto trae como consecuencia tres cuasi-paradojas políticas observables con frecuencia en muchos países latinoamericanos:

·        La inevitabilidad de la corrupción, y la expectativa de que cualquier persona en funciones del gobierno es corrupta, genera una especie de dilema de prisionero para los funcionarios públicos. Siempre serán corruptos en la opinión pública aun sin pruebas ni demostración, por lo cual, algunos caen en la racionalización de “si no lo hago yo, lo hace el otro, el siguiente o el de más allá.” Cualquier funcionario no sabe a ciencia cierta si su colega es corrupto o no, pero los dos serán igual e invariablemente presuntos corruptos.  La paradoja es que aun si no lo son el sistema los incentiva a serlo, y siempre serán acusados de serlo.

·        No importa si los funcionarios son corruptos con tal de que repartan riqueza, o al menos la promesa de riqueza y bienestar. De allí vienen sentimientos como los reflejados en frases como “roba, pero hace obra”, justificativo común para muchos dictadores de derecha, o “con hambre y desempleo, con Chávez me resteo” o similares para populistas como Chávez que en campaña electoral decía regalar viviendas a la gente, cuando en realidad era un papel con una promesa (mayormente incumplida) de que les seria concedida una vivienda en un futuro. Se estima que la fortuna personal de Hugo Chávez cuando murió superaba los US$500 millones, aunque hay quienes las estiman muy superior. Se acepta “el buen patrón” que cuida a sus esclavos, haciendo ganancias corruptas a expensas del erario público cuando reparte gratuitamente condiciones mínimas de subsistencia como, por ejemplo, “bolsas CLAP”. La paradoja es que la corrupción no es mala si se reparten sus frutos (o si se promete su repartición).

·        Todo político opositor siempre acusa a todo político en el gobierno de corrupto, aun cuando exista rotación de liderazgo y partido. No hacen falta pruebas basta la denuncia por lo cual, cuando se obtienen pruebas, éstas son ignoradas o denunciadas como falsas y/o interesadas. La paradoja es que la corrupción pierde valor como denuncia política.

En una sociedad con estructuras de corrupción establecidas en su sistema de gobierno, el valor moral de la misma sociedad también se corrompe. En el caso de Venezuela, es paradigmático el uso de tasas de cambio preferenciales utilizadas por funcionarios de gobierno para comprar bonos de la deuda a dólar preferencial y cobrar intereses (y revender los bonos) a dólar libre. Pero al mismo tiempo las tasas para estudiantes, para turistas, y para el ciudadano de a pie permitieron el gran desfalco de las reservas del país, convirtiendo a la clase media en cómplice del arbitraje cambiario que lo hizo posible. Hasta el día de hoy la degradación moral que representó esa estructura corrupta creada por el gobierno chavista afecta el sentido del bien y el mal en el país, justificándose con la excusa de la “viveza criolla” y que “si no lo hubiese hecho yo, lo hubiese hecho mi cuñado”. 

Hay gente corrupta. Hay funcionarios que abusan de sus cargos extorsionando -no existe mejor palabra que describa su conducta- a entidades del sector privado, o incluso otras entidades públicas para provecho de su bolsillo. Estas personas aprovechan las estructuras de corrupción creadas y la debilidad del estado de derecho para cobrar desde una pequeña “multa” en efectivo o hasta hacerse multimillonarios. Combatir la corrupción no es únicamente poner preso a estos corruptos, hay que desmantelar también las estructuras que crean la oportunidad para estas personas a conducirse de manera corrupta de manera impune y hasta celebrada por la sociedad, la cual a veces se ha calificado como “sociedad de cómplices”, donde cada uno espera que le llegue su turno para repartirse el botín que promete el estado empresarial. Un estado empresarial donde no hay verdaderos accionistas o dolientes de los resultados de la empresa, solo un sistema conducente a la depredación de sus activos.

Ante esta situación de corrupción estructural, la manera de combatirla de manera efectiva es cambiar las estructuras.  Los incentivos en las llamadas “empresas del estado”, a falta de algún gerente excepcional (y, a la larga, sustituible), no son conducentes a eficiencias ni creación de riqueza y bienestar – todo lo contrario. Al desviarse el estado de sus razones fundamentales, resguardo de seguridad y fronteras, justicia equitativa y creación de condiciones para la oportunidad de los ciudadanos, se distorsiona, por no decir tulle, la capacidad creativa de la sociedad. El potencial de los recursos del país, sean naturales o humanos se limita a una extracción y repartición de rentas, con un inevitable crecimiento en el estancamiento y la desigualdad social. La limitación en el crecimiento de la riqueza y su acaparamiento por los mecanismos de corrupción crea gran descontento social, únicamente contenido mediante represión en aumento.

Cambiar las estructuras gubernamentales conducentes a la corrupción implica reducir el tamaño del estado. Implica privatizar funciones que no son inherentes a la función estado como, por ejemplo en Venezuela, las empresas del estado que se ocupan desde la distribución de alimentos hasta la hotelería, pasando por agricultura y comercio e incluyendo cerca de 150 empresas manufactureras. Incluso implica fortalecer las ONG y las organizaciones intermediarias para cubrir funciones sociales y humanitarias suministradas de manera más efectiva por estas. Pero la transformación del estado pulpo a un estado leopardo no es sencilla y tiene sus propias trampas de corrupción. El caso más visible de esto es la transformación de las empresas de la Unión Soviética en una serie de oligopolios otorgados a socios del antiguo régimen bajo un disfraz de privatización acelerada. 

La protección de los activos de la nación y la transferencia de recursos a nuevas empresas privadas de manera transparente es un gran reto jurídico, comercial y político, pero mantener las estructuras existentes que incentivan la corrupción solamente hará crecer la miseria, la desigualdad, las obras abandonadas y unos pocos bolsillos a la cabeza del régimen y los de sus amigos. Esa no es la via hacia la riqueza de una nación. 

CJR

Para otras reflexiones de Carlos J. Rangel sobre la corrupción véase la reseña del libro “LAS MUÑECAS DE LA CORONA”, por la periodista Ibéyise Pacheco.




EL ENGENDRO DE LA VIOLENCIA

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