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jueves, 18 de abril de 2024

EL ENGENDRO DE LA VIOLENCIA

La violencia política es un instrumento cuyo resultado genera resentimientos, incertidumbre e inestabilidad en una nación. El éxito de su aplicación usualmente es temporal o ficticio si no refleja las verdaderas corrientes políticas de la sociedad y, aún si lo hace, sus dolorosas cicatrices perduran durante generaciones. Ante aquellos que piensan que este tipo de solución política es aceptable y efectiva cabe reflexionar al respecto y examinar su aplicación e historia en la Venezuela reciente.

La llamada cuarta república tuvo desviaciones en política económica favorecedoras del mercantilismo proteccionista bajo el llamado “capitalismo de estado”. Estas desviaciones crearon malestar económico entre grandes sectores de la población debido a su consecuente y creciente desigualdad económica y de oportunidades. También generó desconfianza en los líderes y sectores partidistas protegiendo esas desviaciones a favor de sectores económicos cuyo interés, como es natural, era mantener un sistema que los protegía, profundizar mercados cautivos, y desestimular la competencia económica y de ideas. La situación no era aceptable desde el punto de vista de desarrollo social, y generó el llamado “caldo de cultivo” social buscando renovación y cambio. Esta descripción también es apta para lo que ocurre actualmente en Venezuela, con la salvedad de que las grandes fortunas de las élites económicas de hoy están compenetradas profundamente con el partido oficialista mediante un alto grado de corrupción simbiótica y muchas, incluso, son complícitas activa o pasivamente con el crimen organizado transnacional.

La gran diferencia con la década de los 90 es que en aquel entonces había cierta semblanza de democracia perfectible y posibilidad de cambio, y en la actualidad el oficialismo y sus allegados quieren mantener “el mejor de todos los mundos posibles”, como diría Voltaire, para sí (lo cual, a su vez, es la esencia del conservadurismo, sin importar ideologías). Como lo vivirá Candide, el mundo cambia, y comprender la realidad del cambio y renovación permanente es la mejor manera de vivir – y sobrevivir en el mismo. Los que se opusieron al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo en Venezuela aprendieron esa lección durante los 90 y subsiguientes; los que se oponen al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo hoy en día se enrumban hacia un callejón sin salida, del cual piensan que pueden escaparse mediante la violencia política, las raíces profundas del chavismo.

Tanqueta derriba el portal del palacio presidencial el 4-F, 1992
El chavismo se origina de la violencia política. Su estreno público es el 4-F y su secuela, el 27-N, una serie de enfrentamientos sangrientos contra la institucionalidad y la población civil con el objetivo de cambiar por la fuerza al gobierno democrático. Ya anteriormente, entre ciertos elementos de la Lucha Armada con raíces en el Porteñazo y el Carupanazo, llegando hasta La Noche de Los Tanques, se consideraba a la violencia anti-institucional como incómodamente aceptable y, entre algunos sectores intelectuales, su amenaza tenía la posible utilidad de una espada de Damocles. Pero el pueblo venezolano, esencialmente democrático, en rechazo a aquel elitismo mercantilista de los 90 pero también al cambio mediante violencia política, optó por la renovación institucional democrática.  En 1999 Venezuela elige la promesa de Chávez de un nuevo país más justo. Sin embargo, la promesa utilizada de manera oportunista por un ambicioso de poder será utilizada por éste para hacer un simple cambio de élites, no un cambio estructural de la economía y sociedad; una falsa promesa que Chávez y sus asociados utilizarán para crear una nueva élite resguardada por la amenaza permanente de la violencia política, su origen.

Diosdado Cabello, participante golpista el 4-F, en su programa actual de TV "Con el mazo dando".

La relación entre la violencia política y el chavismo nace en aquellos montes y lomas de la Lucha Armada y sus miembros, simpatizantes e ideólogos en ciudad y en llano. Muchos de éstos se aglutinarán alrededor del movimiento de Chávez, el MBR200, y luego el MVR. Entre esos aglutinados se encuentra una destacada figura del momento: José Vicente Rangel.[1]

J. V. Rangel
La compleja carrera de JVR no está bajo la lupa en este ensayo, pero deben destacarse algunos elementos por su eventual influencia. El crisol que forja políticamente a Rangel se aviva durante el exilio de los años 50, un período que formó a gran cantidad de líderes y figuras de la era democrática venezolana de entre los que fueron expulsados, huyeron, o rechazaron la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, su corrupción y represión. Parte del exilio de Rangel transcurre en Chile, donde finaliza sus estudios universitarios y contrae matrimonio. Esa formación y raíces creadas en Chile durante el enfrentamiento hegemónico de las ideologías victoriosas de la segunda guerra mundial es posible que matizaran su percepción acerca de la necesidad de violencia como instrumento de la política. A fin de cuentas, ese era un fundamento marxista en boga entre los académicos de su época de estudiante en Latinoamérica. Sus lazos, abiertamente abusadores de su inmunidad parlamentaria, con elementos de la Lucha Armada en los '60, su acogida del “anti-yanquismo” y pro-Castrismo, y el probable impacto personal del golpe en 1972 contra Salvador Allende y subsiguiente represión sanguinaria por el General Augusto Pinochet, son elementos centrales formadores de su pragmatismo político: la “causa” lo justifica todo. En eso, se evidencia su buen estudio de las enseñanzas de Marx.[2] Una vez dijo que, si tuviese el derecho de fusilar a una persona impunemente para favorecer la causa, mandaría a fusilar a Carlos Rangel, el escritor y comentarista contemporáneo que anticipadamente denunció las falsedades e hipocresías de la revolución marxista-leninista en la década de los 70, y quien fuese hijo de un primo hermano del padre de José Vicente. Esto me fue relatado directamente por Sofía Imber, futura viuda de Carlos. La muerte prematura de Carlos Rangel fue celebrada disimuladamente en su momento por elementos de la izquierda radical, y abiertamente durante el auge del chavismo en publicaciones propagandísticas como Aporrea.

El pragmatismo de José Vicente Rangel en apoyo a la causa se refleja en su compleja carrera como periodista y escritor, donde válidamente denuncia tortura y corrupción durante la cuarta república, pero la ignora durante la quinta – o ciertamente no es tan contundente. Pero su influencia más fundamental en la actual configuración del régimen autoritario que gobierna el país se origina tras su incorporación al gobierno de Chávez en el 2001 como el primer civil en la historia del país ejerciendo el cargo de Ministro de Defensa Nacional.  

El Correo Bolivariano, Julio 1992 
Ya en 1992 desde su celda en la prisión de Yare, Hugo Chávez había vagamente expuesto su visión acerca de un gobierno “Cívico-Militar” en su panfleto ¿Y cómo salir de este laberinto? (enlaces: manuscrito original y publicación, con pequeñas variaciones, en EL CORREO BOLIVARIANO). Le tocará a JVR instrumentalizar esa visión, con el espectro del golpe contra Allende (y los eventos de abril, 2002) en su mente, para primero establecer fuerzas milicianas y posteriormente politizar a favor de “la causa” a las Fuerzas Armadas. No en vano Chávez calificó a JVR en el 2007 como un mentor “con el respeto que tiene un hijo por su padre”. El período durante el cual JVR participó en el gobierno de Chávez (1999-2007) incluye la creación de los Círculos Bolivarianos (bajo el modelo cubano de los “Comités Pro-Defensa de la Revolución”), la transformación de éstos en fuerzas paramilitares llamadas “Colectivos” que protagonizan violentos ataques en contra de opositores civiles,[3] y la concepción y eventual creación de las “Milicias Bolivarianas” como un quinto componente de las FANB, bajo el comando directo del presidente de la república. También incluye la formulación de la Ley Orgánica de las FANB (promulgada en el 2008), la cual establece el rango militar con comando de tropas del presidente de manera inequívoca (artículos 6 y 7), y abre la puerta para la injerencia militar en actividades civiles de todo tipo, desde siembra y comercio de víveres hasta planificación urbana (Artículos 19.7, 21.4, 26.7, 26.11 y muchos otros más).

Desde la sustitución de organismos intermediarios civiles por organismos supeditados al régimen, pasando por la creación de milicias y purgas de militares “desleales a la revolución”, hasta la creación de fuerzas milicianes adscritas al ministerio de la defensa, la mano de JVR y su admiración y emulación del modelo cubano se ve claramente, con el propósito de acrecentar y apropiar el poder del estado para los intereses particulares del régimen. Es decir, destruyendo la democracia para la acumulación de poder y beneficio personal de las élites dirigentes mediante la intimidación y la violencia política.   

Acto de instalación de las Milicias Bolivarianas, 10 de abril, 2010.

Estos días de alta incertidumbre acerca del futuro político de Venezuela nos hacen reflexionar acerca de las dinámicas de transición que pueden anticiparse, y la resistencia posible a dicha transición. Sin lugar a duda, el régimen no tiene ningún interés en transición – todavía. El régimen mantiene en su seno individuos de alto poder que ven en esa transición una certera cita con la justicia, y con mucha razón: sus crímenes abarcan desde el narcotráfico hasta la lesa humanidad, sin contar la masiva corrupción que los ha convertido en Cresos modernos entre una empobrecida población. En una transición temen vivir la maldición de Midas: solos, atrapados y encerrados por sus propias riquezas.

A esos individuos que transformaron al chavismo en instrumento de beneficio personal, en vez de uno de transformación social, les conviene fomentar y provocar violencia política, sus raíces, para mantenerse en el poder, suponiendo que sus costos de salida son mayores que sus costos de permanencia. Buscan crear condiciones para que el proceso desemboque en violencia, puesto que ese es su medio preferido y en el cual, francamente, tienen ventaja. Esos individuos le tienen pánico a la ruta electoral, ante la cual, francamente, están desarmados. Polonia, Sudáfrica, la India, el Sur de los EE. UU., incluso el mismo Chile, son ejemplos de transición y cambio avenido por la ruta democrática basada en la no-violencia. Por supuesto que hubo y habrá represión y dificultades, pero el cambio, una vez que los ciudadanos se deciden por reclamar y ejercer sus derechos democráticos, es inevitable.

El pueblo venezolano es esencialmente un pueblo democrático. Como en toda población, hay alrededor de un 20 a 30% que no lo es (tal vez más entre ciertas élites); una minoría que prefiere el orden predecible de un autoritarismo de izquierda o de derecha al desorden impredecible que implica la democracia, con su cacofonía discordante, caos creativo y renovación constante; un grupo minoritario que prefiere “el mejor de los mundos posibles” estático sobre la incertidumbre del cambio permanente. Pero entre el 70 al 80% de la población hay una semilla democrática sembrada a mediados del siglo pasado que permanece y siempre busca florecer. Este sector de la población intuye que, en un sistema democrático, al existir renovación, existe oportunidad; y que cuando existe oportunidad existe el potencial de la libertad, la condición mediante la cual un ser humano puede desarrollar plenamente su potencial como tal. Esa comprensión intuitiva de la relación entre democracia y libertad impulsa el cambio, y siempre lo ha hecho en Venezuela.



[1] Para otra dimensión acerca del proceso y huella histórica de la violencia política en Venezuela, véase mi discurso ante el Institute for Interamerican Democracy presentando mi libro La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre democracia y libertad (2017).

[2] Por supuesto Maquiavelo, Hobbes, Nietzsche y hasta Kissinger también mantienen una visión pragmática para cómo adquirir y mantener la hegemonía política y cultural.

[3] Una reciente disertación doctoral por Deylis Liscano-Sarcos ilustra este proceso de creación de milicias paraestatales utilizadas por el régimen para evadir responsabilidades legales en la represión ilegitima de lideres, movimientos y protestas de “opositores a la revolución”. La patrimonialización de la seguridad: Círculos Bolivarianos, génesis de la pérdida del monopolio del uso de la fuerza en Venezuela y su influencia en América (2001-2003), Liscano-Sarcos, D. (2024)

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Carlos J. Rangel
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