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miércoles, 12 de abril de 2023

EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA

Un equipo periodístico desarrollando una nueva plataforma de difusión de ideas me solicitó un ensayo acerca de lo que yo pensaba fue el evento politico más importante en la década de 1980-89. Lo primero que vino a mi mente fue, por supuesto, la caída del Muro de Berlín. Pero este evento aislado no es suficiente para entender su contexto, por lo cual terminé desarrollando el siguiente texto acerca del final de la guerra fría, que impactó e impacta el globo hasta nuestros días.

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El Final de la Guerra Fría

Incuestionablemente, el evento más importante en el mundo de la política internacional ocurrido durante la década de los ochenta fue el final de la Guerra Fría, una situación de conflicto internacional que hoy en día nos resulta casi imposible de imaginar. Esta guerra se inicia a finales de los ’40 y, si fuéramos a ponerle fecha, cuando la Unión Soviética hace detonar su primera bomba de hidrógeno, el 29 de agosto de 1949. El conflicto de ideologías sobre la mejor manera de organizar una sociedad para generar el mayor bienestar colectivo fue liderado por las grandes potencias militares y económicas del momento, los EE.UU. y la Unión Soviética (una confederación de quince países controlados por la central del partido comunista soviético, en Moscú). En 1960, al separarse la República Popular China de la hegemonía soviética por conflictos de liderazgo, este tercer país lidera un frente más en esta pugna. La Guerra Fría dividió familias y activó ejércitos alrededor del mundo, desde el sureste asiático, y el medio oriente, pasando por África y las Américas, llevando el mundo dos veces, al menos, al borde del infierno nuclear.

El año 1989 marca el final de esta guerra con dos incidentes que lo señalan claramente: la masacre de la Plaza Tianamen el 4 de junio, y la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre. Estos eventos, transformadores de las sociedades que los albergaron, son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó en su famoso ensayo de 1989 (luego desarrollado en un libro) como "¿El Fin de la Historia?". 

Fukuyama fue uno de muchos que celebraron la victoria del liberalismo democrático sobre el marxismo leninismo: el doloroso parto de una nueva era democrática en el mundo. Escoge el título de su ensayo para recordarnos que en 1848, en el Manifiesto Comunista, Karl Marx (quien a su vez deriva este concepto de Hegel), declara que la historia llegará a su fin cuando una ideología que resuelva las tensiones dialécticas entre el capital y el trabajo sea la dominante, y la sociedad sea una homogeneidad en la que cada quien aporta según su capacidad y cada quien recibe según su necesidad: el paraíso en la tierra de la sociedad comunista. En la idea original de Hegel, todo conflicto derivado por tensiones internas de la sociedad se va resolviendo a medida que progresa la historia. Marx argumenta que el conflicto primordial es la relación capital-trabajo y Fukuyama, manteniendo este ideario historicista, argumenta que dicha relación ha sido resuelta, 140 años después, por la democracia liberal por la manera demostrable en que genera mayor bienestar que el marxismo-leninismo y que aquella ideología alterna, ya vencida, el fascismo.

Los eventos de aquella década en China y la Unión Soviética parecen confirmar el análisis de Fukuyama, con su conclusión de que a finales de los ‘80 no hay ideología alterna al liberalismo promovida por una potencia mundial que logre ese ansiado final de los conflictos humanos. Los apegados a esas otras ideologías desechadas serán países de poca relevancia y algunos académicos de salón. La reversión constitucional iniciada por Gorbachov, el líder soviético de la era, se fundamenta en principios liberales, y China, al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio mediante estatus temporal de “Nación más Favorecida” en 1980, inicia su etapa de apertura internacional, con los cambios culturales y de mercado que eso implica, aparte de cambios internos permitiendo comercio privado. Es decir, los grandes rivales en la Guerra Fría aceptan un tipo de sociedad modelada por la ideología liberal y el capitalismo debido a que sus líderes reconocen las fallas y contradicciones internas de sus sistemas. Ayudan, pero no son factor decisivo los liberalismos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que hacen eco en las poblaciones con expectativas de cambio ante la corrupción creciente de sus propios sistemas de gobierno. Es allí que se origina la energía de esas poblaciones que hizo caer el muro y movilizó masas en China.

Una vez aceptada la premisa de que el modelo único, ideal y homogéneo es alguna versión de liberalismo centrada sobre la protección legal del derecho universal a la libertad y el consentimiento de los gobernados, se pueden dividir los países entre aquellos en la “post-historia” y los que permanecen en la historia. Es decir, los que han aceptado la democracia liberal como modelo social y los que todavía no lo han hecho. Todo conflicto entonces se limitará a la mejor distribución económica de los mercados bajo las reglas del liberalismo (incluso en sociedades con un gran sector público). Esta promesa historicista es seductora, pero probablemente es tan quimérica como la ilusión del paraíso comunista. El mismo Fukuyama admite que las fuerzas intrínsecas de una cultura pueden ser permanentemente contradictorias, pero las considera de naciones viviendo todavía en “la historia”. En particular indica como posibles tendencias innatas para el modelaje de una sociedad la religión y el nacionalismo. Como hemos visto en las décadas desde su tesis originaria, estas tendencias son indiscutiblemente modeladoras de sociedades e incluso, como en el caso de la Rusia de Putin, pueden hacer que un país se revierta al modelo fascista bélico expansionista.

La euforia de aquella victoria en la Guerra Fría contrastada con la situación del mundo actual nos hace reflexionar acerca del conflicto de fondo, y que no es necesariamente el de comunismo vs. capitalismo. Observar a Rusia y China son una primera pista: a pesar de tener capitalismos en formas híbridas, su capacidad de renovación democrática es nula y las élites autocráticas se aferran al poder. ¿Sera posible entonces que la verdadera dicotomía antagónica sea entre autoritarismo y democracia? Como segunda pista propongo un experimento mental: imaginarnos la existencia en conjuntos de pareja al autoritarismo y la democracia, con el capitalismo y el socialismo. La única combinación conceptualmente absurda es autoritarismo democrático (o democracia autoritaria), que es lo que pretenden ser países como Corea del Norte, o el Irak de Hussein donde líderes son electos con el 100% de los votos. Para estos países, la excusa de pseudo ideologías marxistas o nacionalistas sirven a sus élites para mantenerse en el poder.


Anne Applebaum en su libro “El ocaso de la democracia” (2020) nos da una pista final acerca de por qué el modelo historicista de inevitabilidad del progreso puede ser un concepto errado. A pesar de los obvios adelantos tecnológicos a nuestro alrededor, los instintos naturales del ser humano se mantienen en su esencia primitiva. Estos instintos incluyen preferir el orden y la predictibilidad más que al desorden y la incertidumbre, y la solidaridad tribal más que al universalismo. De cierta manera, Fukuyama alude a estos instintos al referirse a cultura, religión y nacionalismo como factores adaptando ideologías. Pero el argumento de Applebaum va más allá, puesto que implica que el ser humano tiende a preferir el autoritarismo por la promesa de orden predecible ejercido por una élite poderosa, en lugar de la realidad del desorden incierto de la democracia ejercido por una masa ciudadana heterogénea. Pero por la incapacidad de un régimen autoritario para satisfacer las necesidades crecientes de renovación y oportunidad de toda sociedad, y la consecuente represión creciente, el autoritarismo eventualmente revierte, o colapsa, hacia algún tipo de versión del modelo liberal, sea por reforma o revolución. La ola de nacionalismos antiliberales que recorre el mundo desde hace unos diez años es explicable como reacción al “fin de la historia” de 1989. Pero si algo nos enseña el final de la Guerra Fría es que la sociedad humana estará siempre condenada a repetir un ciclo pendular de versiones de autoritarismo a versiones de liberalismo, una historia sin fin.

Carlos J. Rangel, escritor, analista y consultor político, es autor de dos libros de ensayos sobre práctica y economía política, uno centrado sobre la campaña de Obama en el 2008, Campaign Journal 2008 (Routledge, 2009), y otro sobre el período en Venezuela a partir de 1998 hasta el 2017, titulado La Venezuela Imposible (Alexandria Publishing, 2017). 


miércoles, 5 de abril de 2023

CARLOS ALBERTO MONTANER Y SU CONCEPTO DE LA LIBERTAD

 Presentación el 1 de abril del 2023 con ocasión de un homenaje a Carlos Alberto Montaner efectuado por la Fundación Club de la Libertad, en Buenos Aires, Argentina.

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Hola a todos y buenas tardes, gracias por participar en este evento. Muchas gracias Ricardo por ese excelente vistazo a la vida de Montaner. Agradezco profundamente a la Fundación Club de la Libertad en Buenos Aires, Argentina, a Alberto Medina Méndez, su presidente, a nuestro moderador, Ariel, y a los coorganizadores de este evento, la Fundación Internacional Bases, la Fundación Cívico Republicana, la Cátedra Alberdi, la Fundación Liberar, y la Asociación Civil Río Paraná, por haberme invitado a participar como ponente en este homenaje a una persona admirable, luchador incansable por la democracia de su país, en el hemisferio y el mundo. Una mente que distingue cuando se asoman el populismo o el autoritarismo disfrazados en ropaje democrático. 

Tengo el placer de conocer a Carlos Alberto Montaner personalmente. No quiero exagerar, no es que salgamos frecuentemente a comer o algo así, pero en múltiples encuentros y a través de correspondencias hemos interactuado, además de conversar sobre un par de mis ensayos que fueron de su especial interés. Sus palabras relativas a mi ensayo sobre las falacias en el pensamiento de Heinz Dietrich, y sobre mi nueva introducción a la obra clave de mi padre, Del buen salvaje al buen revolucionario, fueren especialmente alentadoras. Me honra el Club de la Libertad con su invitación para el homenaje a esta importante figura del liberalismo.

Quisiera hablar hoy acerca de Montaner y su concepción de la libertad. Otros expositores han hablado y hablarán acerca de la vida de Montaner y disculpen si repito algo, pero necesito para mis propósitos decir que a los catorce o quince años, en su isla natal, Montaner reconoce que vive en dictadura. Las condiciones en la Cuba bajo Fulgencio Batista eran limitantes y coartaban las opciones de futuro en la isla por lo cual Montaner, como muchos otros, simpatizó e incluso se unió como pudo con aquellos “barbudos del monte” que prometían acabar con eso y cambiarlo todo. Dedicó energías a la causa y sintió alivio cuando Batista salió hacia su exilio dorado buscando refugio con otros miembros de ese “club” de tiranos, primero con Trujillo, en la República Dominicana, y después con Salazar, en Portugal. Pero cuando Fidel y el Che desatan su ideal de renovación y cambio, buscando construir al “hombre nuevo” con las cenizas del viejo, rápidamente Montaner se opuso a ese ideal. Y eso no fue por haber estudiado liberalismo o dogmas filosóficos a su edad, sino porque encontraba las razones ante sus propias narices: represión, complicidad, arbitrariedad, terror; una “vida nueva” mil veces peor que la sufrida bajo Batista por tener una supuesta legitimidad ideológica, en vez de ser simplemente un régimen descaradamente plutocrático. Su oposición a la visión prometida por los barbudos lo puso preso a los 17 años, en una cárcel llena de niños compartiendo historias de padres fusilados y familias quebradas.

De esa manera su noción de libertad se forja tempranamente. Decide y logra escapar de la cárcel, llega a los Estados Unidos para reencontrase con su familia, y hasta ahora no ha vuelto a su tierra natal, pero no por eso ha dejado de ser cubano. Es aquí que se debe resaltar que, más allá de su lucha permanente en contra de la tiranía azotando su patria natal, y obviamente motivado por ella, Montaner ha conducido investigaciones acerca de las causas y palabras que mantienen a la región en un estado de mercantilismo medieval con caudillos feudales rotándose el poder. Se destacan en particular en este área de interés de Montaner sus libros, Manual del perfecto idiota latinoamericano, y Los latinoamericanos y la cultura occidental. Entre esas palabras investigadas encontramos el equívoco y escurridizo concepto de la palabra libertad, la cual hoy nos junta.

Vemos con frecuencia grandes manifestaciones, particularmente en América Latina, con gritos clamando por libertad. El himno nacional de mi país, Venezuela, con su letra escrita en 1810, incluye el verso “y el pobre en su choza, libertad pidió”. Por supuesto, el lema de la revolución francesa incluye esta reivindicación. La libertad tiene amplias variantes, pero se puede estipular que la acepción más simple y común es que uno está libre mientras no está preso.  

Pero esta condición simple obviamente no es suficiente. Estar preso no es la única situación bajo la cual no existe libertad, pregúntenselo si no a ese pobre en su choza. El argumento de mucho dictador hoy en día es que existe libertad bajo su autoridad puesto que esas turbas no pudiesen salir a la calle alterando el orden público si no fuera así.  Pero, la realidad es que se puede argumentar que hay personas que dentro de una cárcel están más libres que otros caminando por estas calles de Dios. No recuerdo bien si es apócrifa o auténtica la anécdota del notorio déspota argentino, Juan Manuel Rosas, de mediados del S. XIX; esa anécdota que relata que todos los meses apresaba unos 50 ciudadanos al azar para soltarlos un mes más tarde, sólo para demostrar su poder. Ese no era un pueblo libre. La puerta giratoria periódica en Venezuela es de alrededor de 100 presos políticos, del total de unos 300 en cualquier momento. Ese no es un pueblo libre.

Montaner ayuda a clarificar el sentido moderno de lo que es la libertad. Para él la libertad individual es el control propio sobre las decisiones. En sus propias palabras: “Es la facultad que tenemos para tomar decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin coacciones exteriores”.  La pérdida de la libertad se identifica cuando: “el estado decide dónde vas a trabajar, cuanto vas a ganar, qué vas a estudiar, que vas a leer, que es conveniente que tú creas o que es conveniente que tú rechaces; llega al extremo del estado decidir sobre tu corazón y a decirte ‘ustedes no pueden tratar a sus parientes desafectos al régimen’”.

Esta definición de Montaner visualiza las vías hacia la pérdida de la libertad y todas conducen a una meta común: el estado como un gigante y poderoso monopolio. La libertad que nos define Montaner es un antídoto a ese poder del estado. Su lista acerca de la pérdida de la libertad es esclarecedora: si el estado controla todas las oportunidades de trabajo, obviamente decide donde trabajas y cuánto ganas; si el estado controla la educación, decide quién estudia y qué es lo que estudia; si el estado controla la información, decide quiénes son los buenos y quiénes son los villanos; y si el estado tiene tanto poder, lo mejor para uno es ser amigo del estado y denunciar a quién no lo sea, así sea esa persona familia de uno.  Esta condición, este Mundo Feliz de Aldous Huxley donde al individuo se le ha limitado o quitado la capacidad de decidir, no es ficción. Lamentablemente esta situación extrema se vive hoy día en Cuba, se vive en Venezuela, en Nicaragua; existe en Irán y en Rusia; en Corea del Norte.  

Hay una observación importante que hacer sobre esta lista de países que acabo de mencionar. No solamente son los regímenes llamados de izquierda los que destruyen la libertad. Montaner nos recalca que sus denuncias se refieren a regímenes autoritarios. La amenaza a la libertad no viene solamente de la izquierda, sino también de la derecha. La dicotomía no es entre ideologías sino entre formas de gobierno: la democracia y el autoritarismo. Carlos Rangel, su gran amigo, detalla en El Tercermundismo, su libro más profundo sobre el tema, las tácticas del imperialismo soviético alentando autoritarismos, ahora un legado toxico en el mundo. Es por este legado tóxico que hay mayor aceptación de gobiernos autocráticos con ropaje izquierdista entre la comunidad de las naciones y entre las elites imbuidas de falsa intelectualidad, que con gobiernos opuestos a esa ideología; y es por ese legado que pululan, como zombis de la guerra fría, autócratas que se auto-declaran “revolucionarios izquierdistas”.

Montaner está en el bando de aquellos que perciben la libertad definida por el individuo, más que por las condiciones externas al individuo. Al centrarse más sobre el individuo que en el utilitarismo, Montaner nos permite ampliar el concepto de libertad. Su definición es así una denuncia contra personas y gobiernos acomodaticios que con la excusa de Realpolitik negocian con regímenes autoritarios para tener acceso a recursos naturales, bellas playas, mano de obra barata o peor, simple complicidad. Pero más allá de eso, la definición de Montaner nos hace ponderar los límites que aceptamos a nuestra capacidad de decisión. En su más reciente libro, Sin ir más lejos, que prefacia como su último, nos dice que él esperaba retornar a Cuba; a una Cuba libre del régimen que ha llevado esa isla a la ruina. Nos dice que piensa que eso ya no será posible en lo que le queda de vida. Conozco personas que dicen o les ha ocurrido lo mismo con Venezuela. La reunificación alemana nos hizo ver las cadenas que no solo los que vivían en Alemania Oriental cargaban, sino también las de sus hermanos en Alemania Occidental. Es una liberación que anhelan también los Coreanos del Sur. Los regímenes autoritarios exportan su represión de la libertad a los corazones de todos aquellos que se han escapado. Montaner no puede decidir libremente ir a Cuba. Sabemos sin duda lo que le sucedería si lo hiciera. Las garras de la represión del autoritarismo se extienden y hacen sufrir a millones. Lo vemos con el régimen cubano, con el Chile de Pinochet, la Rusia de Putin, con el régimen iraní, y con todo gobierno cuya meta es la acumulación y permanencia en el poder a toda costa.

Pero ¿por qué es importante la libertad, a fin de cuentas? Esta no es una pregunta capciosa, sino importante. En su discurso de aceptación del IV Premio Juan de Mariana en el 2010, Montaner asocia la libertad a la dignidad humana citando la definición del cubano José Martí, quien afirma que la "libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía". Montaner nos dice que “Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente admiramos...” creando así lo que él llama “una incómoda disonancia psicológica,” y una conducta hipócrita que “hiere al que la practica y repugna al que la sufre.” La libertad exalta la dignidad humana, esa condición interna al individuo.

Vale la pena citar algo más de ese discurso, donde nos clarifica el propósito más utilitario de la libertad con base en esa condición interna. Relata Montaner “Cuando el socialista español Fernando de los Ríos preguntó a Lenin cuándo iba a instaurar un régimen de libertades en la naciente URSS, el bolchevique le respondió con una pregunta cargada de cinismo: ‘Libertad, ¿para qué?’. Sigue entonces Montaner:
La respuesta es múltiple: libertad para investigar, para generar riquezas, para buscar la felicidad, para reafirmar el ego individual en medio de la marea humana, tareas todas que dependen de nuestra capacidad de tomar decisiones. La historia de Occidente es la de sociedades que han ido ampliando progresivamente el ámbito de las personas libres. Poco a poco arrancaron a los monarcas y a las oligarquías religiosas y económicas las facultades exclusivas que tenían de decidir en nombre del conjunto. Los pobres y los extranjeros alcanzaron sus derechos. Lo mismo sucedió con las razas consideradas inferiores, con las mujeres, con las personas marginadas por sus preferencias sexuales. La esclavitud, finalmente, fue erradicada.”

Montaner, a lo largo de su obra, nos ofrece esa idea sencilla en múltiples facetas: la libertad genera prosperidad. Esto no es una propuesta o postulado hipotético, es una realidad concreta. Los países que tienen los más altos índices de libertad en el ranking del Freedom House, están correlacionados positivamente con el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ese índice que combina el PIB, mortalidad, salud, educación, seguridad, etc., para cuantificar el bienestar de una sociedad. Objetivamente, esta es la realidad: la libertad es el mejor vehículo para el bienestar y la prosperidad social.

Carlos Alberto Montaner tiene la desgracia de ser una de esas personas que piensan. Eso, y su aguda perspicacia, lo ha condenado a tener que denunciar las grandes idioteces que utilizan sátrapas de toda estirpe para justificar lo injustificable. Lo injustificable que arruina vidas, pueblos y naciones cuando claramente la historia nos ofrece la oportunidad de observar infinidad de opciones políticas y sus consecuencias que, con algo de empatía y sentido común, sirven para modelar sociedades con mayor prosperidad y bienestar. Estas denuncias de Montaner son centradas en una idea que le fue inculcada desde temprana edad: la libertad, vivida como una decisión.

Muchas gracias.

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Carlos J. Rangel
twitter: @CarlosJRangel1
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Libros de Carlos J. Rangel:



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