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domingo, 13 de agosto de 2023

LA CONFIANZA Y OTRAS PENDEJADAS

La confianza es esencial en las relaciones humanas y de sociedad. Como meros individuos, somos débiles ante las fuerzas formidables opuestas a nuestras metas y mera existencia, y la unión que hace la fuerza para enfrentar esa oposición se basa en la confianza mutua de cada miembro de dicha unión. 

Durante semanas (y meses) recientes hemos escuchado de parte de políticos venezolanos de oposición, y de la misma Comisión Nacional de Primaria, que con la confianza ciudadana se saldrá del régimen autoritario que asola a Venezuela. En el caso de la CNP el llamado parece sincero. En el caso de ciertos políticos, parece ser un llamado a la confianza en un solo sentido, es decir, celebran nuestra confianza en ellos pública o privadamente, pero no necesariamente confían en nosotros. Eso es entendible por un condicionamiento pavloviano, reforzado por 25 años de un sistema basado en la desconfianza y recelo mutuos. La fortaleza de un régimen autoritario crece a medida que la confianza colectiva disminuye. Todo líder autoritario busca sembrar la desconfianza, porque de esa manera cercena la libertad. Hemos visto, no solamente en Venezuela, como facciones e intereses que buscan debilitar democracias repetidamente tratan de socavar la confianza en instituciones básicas y sistemas electorales. Destruyendo la confianza se destruyen democracias.  

La semilla perenne del totalitarismo germina en la ansiedad generada por el desorden democrático que se presume ser incapaz de ejecutar acciones decisivas y efectivas. La tendencia natural del ser humano es preferir al orden predecible que la incertidumbre caótica. Durante milenos, ese orden fue mantenido por autócratas, algunos benevolentes otros no tanto, y cualquier cuestionamiento a ese orden era sofocado, o por la presión familiar o social de pares inmediatos o por la represión del tirano de turno. La amplia difusión, sobrevenida con la revolución liberal del S. XVIII, de la idea de que es posible alterar el orden existente (individual o institucional) cambió de manera radical las expectativas. Para las autocracias amenazadas por esa revolución de expectativas una de las mejores maneras de debilitar a sus opositores es generar y cultivar la desconfianza. 

Se explica así el desarrollo de la debilidad de la oposición en Venezuela. Apoyado por la destrucción de la confianza en el estado de derecho (legado de la era democrática por aquellos con interés de mantenerla débil), el chavismo recupera y se nutre de los antecedentes autoritarios del país (que en sus más de 200 años si acaso habrá tenido unos 45 de gobiernos basados en ideas liberales democráticas) destruyendo la confianza en el sistema institucional electoral mediante desinformación, amenazas, chantaje, extorsión y soborno, para minar la confianza de la ciudadanía sobre el sistema democrático en general y la oposición en particular. En este ambiente, cada agrupación o facción de “la gran tolda opositora” termina desconfiando de cada otra o incluso de actores independientes, suponiendo agendas ocultas, nefastas, y posiblemente complicitas. La acumulación in crescendo de teorías conspirativas, cada vez más inverosímiles si se analizan con un mínimo de sentido común, alimenta esa desconfianza y tiene origen en agentes que buscan socavar la oposición al orden que ellos desean imponer. De esta manera el régimen, al nutrir la desconfianza, divide y debilita a la oposición.

Voltaire nos dejó como legado una palabra que se utiliza frecuentemente por aquellos que se aprovechan de la desconfianza para sus propios fines al describir a sus blancos: cándido. En venezolano criollo se utiliza la palabra “pendejo” de manera similar, para identificar aquellas personas cuyas ilusiones, creencias, valores personales e información incompleta los hacen fácil blanco de artimañas y manipulación basadas en la traición de la confianza (o manipulados para creer en esa traición).  Es un punto de honor personal no ser calificado de “pendejo” (o su equivalente en otros países e idiomas). Nadie quiere ser uno, por lo cual, en condiciones de bajo control social y débil estado de derecho, desean ser lo opuesto: el “vivo” que se aprovecha de la confianza del más pendejo. En Venezuela esta dualidad está altamente compenetrada con la cultura por el largo legado autoritario del país, y la consecuente debilidad del estado de derecho, pero en otros países también se ve, o se ha visto en el pasado, cuando lideres populistas en afán y promesa de control (autoritario) establecen la existencia de un grupo, típicamente fácilmente identificable étnicamente y minoritario, que se está aprovechando de aquellos que se autoidentifican con el líder populista. El populista le promete a sus partidarios que ya no serán aprovechados como “pendejos” por los “vivos” que los han explotado y agraviado de una y mil maneras, quitándoles lo suyo injustamente mediante su orden de leyes y costumbres “correctas” que les desfavorecen. Para lograr la redención de esos agravios sus partidarios deben confiar únicamente en el líder y desconfiar de todo aquel que lo cuestione, desde opositores comunes, hasta medios de comunicación o instituciones del sistema que el líder no controla, cuestionando así el estado de derecho. Parece a veces sutil la diferencia, pero no lo es. Un opositor democrático busca crear, construir y mantener confianza generalizada en ese sistema y sus representantes, mientras que un opositor autocrático, busca destruir esa confianza, acumulando una semblanza de ésta (es decir, sin reciprocidad) en su propia persona. El líder es el pueblo (“el pueblo soy yo”), y si atacan al líder, atacan al pueblo.

He visto personalmente la destrucción de la confianza que ha logrado el régimen autocrático en Venezuela. En conversación reciente con un líder de campaña, me comentaba cómo muchos se le acercan para prometer ayuda una vez que el candidato fuese victorioso – es decir, una vez instalado en el palacio presidencial – pero nadie parecía ofrecer verdadera ayuda inmediata. En otras conversaciones, con otros altos dirigentes hace unos largos meses, el consenso entre estos parecía ser la inevitable continuidad del régimen y la renuencia a declarar favoritismos, no fuera que alguien se lo echase en cara después en algún momento inoportuno. Públicamente es notoria la desconfianza entre los lideres de la oposición que genera incertidumbre entre la ciudadanía acerca de la realidad de un movimiento opositor unido que resulte en el fin del régimen autoritario existente en Venezuela. Nadie quiere ser el más pendejo que se quede con la papa caliente.

Tener instinto de supervivencia e interés propio es una expectativa razonable, y los políticos y élites de influencia tienen todo el derecho a tener ese instinto. La suma de los intereses propios de los miembros de una sociedad beneficia el interés colectivo de esa sociedad. Esa fue la revolucionaria idea del capitalismo de Adam Smith.[1] En Venezuela, el interés propio de cada político de oposición se apoya en la desconfianza que cada uno tiene de cada otro. Es de esperarse que dicho interés a la larga seria favorable para el interés colectivo de la oposición, separando a los verdaderos opositores de los cómplices del régimen, para agruparlos en un objetivo común: restaurar la democracia en Venezuela. Pero, nadie quiere ser el más pendejo. La descalificación sembrando la duda, teorías conspirativas, y ataques ad hominem es de esperarse de los defensores del status y del orden existente, incluyendo dentro de ese orden el papel de la oposición como comodín del régimen. Es enervante cuando viene de opositores calificados por ser de obvia utilidad para la continuidad de esas condiciones existentes.  Ante esta situación, los lideres opositores celebran que se les dé confianza pública por ciudadanos comunes o destacados, pero son renuentes a otorgarla, pareciendo que consideran esa confianza depositada como una confianza suma-cero; es decir si ellos la tienen otros no la tendrán. Francamente, parecen no confiar sinceramente en su propia base electoral, parte de ese reflejo condicionado desarrollado bajo autoritarismo que perdurará durante largo tiempo como tara cultural, aun si se logra cambiar el régimen chavista, exacerbando la dualidad vivo/pendejo. Muchos no confían ni confiarán nunca ni siquiera en el Cristo bajado de la cruz.

El votante en este escenario tiene como instrumento de su confianza el voto. El voto, en un sistema democrático liberal, es la expresión afirmativa del derecho al libre pensamiento. Es la confianza depositada por el votante en el sistema de gobierno que rige los destinos de su nación, y su subscripción a la idea de que dicho sistema es favorable a sus intereses y valores. El candidato que acepta participar en este proceso electoral busca recibir esa confianza y hace lo posible por obtenerla. La decision básica del votante es si el sistema, proceso, propuesta y candidato se merecen o no su confianza.

Si el candidato rechaza la confianza en el sistema es difícil esperar que el ciudadano la tenga. Para cada candidato en cada elección su campaña es un esfuerzo por crear y acumular confianza, tanto en el sistema y proceso como en su persona como estandarte de los mejores intereses de la sociedad. Dichos intereses a veces no tienen beneficio inmediato en la ciudadanía, pero los mejores políticos en la historia no han sido los que sobre prometen y medio cumplen. Winston Churchill, famosamente dijo que solo podía ofrecer sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor para recuperar a Inglaterra del momento en que estaba a punto de sucumbir como nación independiente. Su gestión, guiando a su nación a través de la guerra, se reconoce como exitosa, a pesar de haber perdido el poder personalmente, y su partido el gobierno, después de la guerra. Así funciona la democracia: como un desorden caótico generador de creatividad y bienestar creciente que permanentemente cuestiona el statu quo. Un sistema que sólo puede subsistir con la confianza de la ciudadanía en el mismo. Sobre prometer y medio cumplir no crea ni construye confianza.

Para ganar la mayoría necesaria para la victoria, candidatos con frecuencia se enfrentan a un dilema de Nash. Los opositores en contienda siempre tienen la opción e incentivos de hacer algo más a favor de sus intereses propios percibidos que a los del interés común posible. Particularmente en el caso de la oposición en Venezuela es visible este dilema, en donde opositores juegan para “ganarse la confianza” de los electores socavando al opositor (abierta o subrepticiamente) que tiene el mismo objetivo: derrocar la tiranía y formar un nuevo gobierno. La restauración de la democracia en Venezuela difícilmente se logrará sin una oposición unida que confíe mutuamente en el deseo y objetivo común de cada uno de sus participantes: recuperar el sistema de contienda libre democrática - el mejor interés común posible. Vemos también con alarma el uso del sobre prometer electorero (o simplemente no rectificar la expectativa de una sobre promesa imaginaria) en una situación donde la recuperación de la nación es una tarea que solo puede arrojar resultados tras un esfuerzo descomunal de participación ciudadana; un esfuerzo, sí, de sangre, sudor y lágrimas, que nadie parece reconocer, vaticinar y mucho menos solicitar, por lo cual estas sobre promesas electorales difícilmente llegarán incluso a medio cumplirse. Esto es síntoma de la falta de confianza de los lideres políticos en la ciudadanía. La recuperación de la nación no será posible sin que la coalición que emerja victoriosa confíe en la ciudadanía del país.

Se podrá discutir mucho sobre la cabeza de un alfiler acerca de la gestión de Carlos Andrés Pérez, y particularmente de su segundo periodo. Lo que no se puede negar es que él fue un líder que confiaba en la ciudadanía y en la fortaleza del sistema democrático, y que trató de enrumbar el país hacia un sistema con libertades crecientes basado en esa confianza. Pequeños intereses y rivalidades, basándose en expectativas imaginarias, traicionaron esa confianza. Pero aquellos que se le opusieron estáahora en el escarnio histórico y CAP es recordado como un gran político cuya gestión fue positiva. Él encarnó la esencia de un optimista en el futuro de su nación.  Hoy día demasiados políticos a nuestro alrededor se comportan más como el analista que prefiere ser (casi por definición) un pesimista sorprendido que como el líder democrático trascendente, que siempre será (casi por definición) un optimista decepcionado. La restauración de la democracia y la recuperación del país solo será posible si la verdadera confianza mutua entre todos, líderes y ciudadanos, logra la unión por el futuro posible de Venezuela. De no ser así, este proceso es puras pendejadas.



[1] Lo que ha venido a llamarse “fase tardía del capitalismo”, caracterizada por oligopolios manipulando la economía, contradice esa idea básica que estableció Smith, que veía como fuerza centrípeta del beneficio económico a los monopolios y oligopolios, estructuras de mercado que son el "agujero negro" de las fuerzas del libre mercado.  El equilibrio óptimo de las fuerzas del libre mercado restringe el colapso del mismo ante las fuerzas monopólicas naturales del éxito comercial mediante incentivos y protección a la libre competencia. Entiéndase por monopolios y oligopolios también la creación del llamado “capitalismo de estado”, excusa para crear un aparato estatal gigante e improductivo modelado bajo las ideas del control de los medios de producción para enriquecer el estado, es decir, el orden comunista con su consecuente pérdida de la libertad (para ejemplificar el orden impuesto ver “Carlos Alberto Montaner y su concepto de la libertad” en este mismo blog).

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Carlos J. Rangel
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Libros de Carlos J. Rangel:



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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un Proyecto de Libro - La Venezuela Imposible.


La Venezuela Imposible: Introducción


Quien hubiese dicho en vana ilusión que la democracia es la forma natural de gobernar los pueblos está equivocado. La historia contradice esa afirmación. En seis mil años de historia civilizada, la democracia apenas tiene segundos efímeros de existencia. Grandes obras, grandes monumentos, grandes aportes a la civilización fueron hechos por, bajo y en nombre de tiranos que sometían a sus pueblos, algunos de manera benevolente, la mayoría de manera represiva, combinando en diversas ponderaciones el poder económico, militar y religioso en una figura o élite autocrática.

El experimento democrático moderno iniciado a mediados del S. XVIII tiene su mejor ejemplo contemporáneo en Los Estados Unidos, cuyo documento originario fundamental es su Declaración de Independencia de 1776. Este documento es un argumento a favor de la representatividad, en contra del régimen autoritario, e incluye famosamente el enunciado de los “derechos inalienables y autoevidentes de todo ser humano": vida, libertad y procura de felicidad. La revolución francesa poco después, en 1789, tiene una variación sutil pero importante sobre los derechos humanos bajo el lema, “libertad, igualdad, fraternidad”. Son enfoques distintos que conducirán por distintos caminos el desarrollo político de las naciones.

No tan casualmente, este hervidero de ideas políticas y revolucionarias ocurre en medio de un período que incluye la publicación de ese tomo que cambió fundamentalmente la manera de pensar acerca de la economía: La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, publicado en 1776. Dos ideas claves surgen de este libro: la riqueza se crea mediante la transacción económica, y el ser humano en procura de su interés propio genera bienestar social. La riqueza de las naciones antes de este libro se calculaba de manera mercantilista: cuánto oro, piedras preciosas o bienes acumulados tenía un país. A partir de ese libro se va a medir la riqueza por la suma del número de transacciones económicas: lo que hoy llamamos el Producto Nacional Bruto. La segunda idea propone que la individualidad, el interés propio no es una condición antisocial, de huraños, de egoístas. Propone este concepto despojarse del sentido comunal colectivo como medio para favorecer el bienestar social. Postula que si cada quien mejora su propia condición por su propio esfuerzo, la comunidad en general mejora. Una idea radical contraria al paternalismo de estado benevolente o totalitario prevaleciente en su época.

En 1859 ocurre otro golpe de timón al pensamiento mundial, con un tomo que cambió en sus bases la manera de pensar acerca del universo: El Origen de las Especies. Este tomo es una afrenta directa a la concepción de un mundo creado por origen divino de manera perfecta y estática.  La intelligentsia, ya escéptica del mandato divino de sus dirigentes, tiene nuevas municiones para argumentar acerca del desarrollo político de la sociedad. Cambio y extinción son naturales y comunes en el universo, ergo existe la posibilidad de una mejor sociedad. La pregunta es, ¿cómo llegar a ella? Once años antes, ya se había publicado un panfleto sugiriendo una respuesta: El Manifiesto Comunista. Según este documento, la sociedad avanza de manera inexorable desde un estado pre-capitalista, al capitalista, socialista y finalmente al comunista.

Las utopías sociales descritas en el Manifiesto Comunista...



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lunes, 8 de febrero de 2016

La Encrucijada del Desarrollo

La premisa socialista es que el mercado se puede diseñar y controlar de manera inteligente para maximizar el beneficio a la población—y que el libre mercado no puede lograr ese objetivo. A esto se le suma la idea popular en Venezuela de que este es un país rico, fabulosamente rico, por poseer las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo. Lamentablemente hasta que el liderazgo—y la población—no reconozca que la riqueza nacional no está bajo el suelo sino en la gente que lo camina se mantendrá la ilusión de que lo que hay que hacer es distribuir la riqueza y que los gobiernos sólo fracasan cuando fallan en esa distribución.  Durante los últimos cincuenta años esta premisa e idea son las que han impulsado el nocivo modelo económico acogido por el liderazgo político venezolano y han resultado en la crisis económica en la cual se encuentra ahora el país.

Definamos y estipulemos lo queremos decir por crisis económica: es la situación en la cual se han perdido las condiciones para satisfacer las necesidades básicas de la gran mayoría de la población. Para entender el deterioro de estas condiciones en Venezuela hay que reconocer fallas estructurales en tres grandes mercados de transacción entrelazados: el mercado laboral, el mercado de bienes y servicios, y el mercado cambiario. A pesar del gran esfuerzo por los gobiernos para imbuir estos mercados con el “diseño socialista” las leyes del mercado son tan inexorables como la ley de gravedad y las consecuencias se ven en resultados claramente identificables por conceptos de libre mercado: incentivos perversos, crowding del capital, interés propio de los actores, ineficiencia de monopolios y, por supuesto, límites en la eficacia de gestión de gobierno.

El Mercado Laboral


La crisis se manifiesta dentro del mercado laboral en la gran incertidumbre, dificultad y riesgo que significa ser partícipe en este mercado. La demanda...



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jueves, 1 de octubre de 2015

Promesas Cumplidas


Chávez cumplió su promesa de conducir al país hacia un nuevo destino, una nueva sociedad la cual, en su mente, comparaba con un mar de felicidad.  Desde un primer momento visualizaba al modelo cubano como el modelo a seguir y nunca lo negó. Quienes negaron que el proponía esa vía fueron un gran número de venezolanos, empezando por los medios de comunicación y los políticos que se dejaron seducir por el discurso y los ojos de Chávez.

Poco después del intento de golpe de estado el 4 de febrero de 1992 por Chávez contra el presidente Carlos Andrés Pérez, el mundo político respondía de la siguente manera: 
2 de Abril 1992: La Marcha del Silencio exige la “libertad de los insurgentes y la renuncia de Pérez.” La marcha fue convocada a pesar de estar las garantías suspendidas a raíz de la intentona golpista.
Oswaldo Álvarez Paz (27 de Abril, 1992): “No tengo dudas en cuanto a la rectitud de propósitos que los animó a la aventura del 4-F.”
Claudio Fermín (octubre 1992): hay que considerar “la posibilidad de decretar una amnistía para los militares y encapuchados” del golpe.
Luis Herrera Campíns (2 de noviembre 1992): el expresidente “considera posible que los rebeldes de febrero puedan aportar ideas para salir de la crisis, por lo que reta al Presidente Pérez a ponerlos en libertad y permitir que busquen sus votos en la calle”.

Solo pasarán veinticinco días de esas declaraciones de Herrera Campíns cuando...


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domingo, 26 de abril de 2015

Breve y Simple Cuento de una Mata de Mango


Sentado en el sofá viejo del salón familiar de una casa vieja, con zaguán al frente, porche trasero y jardín frutal descuidado, el Papá de El Chamito lee un pesado libro de filosofía.
El Chamito entra corriendo, todo emocionado.
El Chamito: ¡Papá, mira papá, mi negocio de juguitos de mango está resultando! ¡Vendí mil bolívares hoy!
Papá del Chamito: Que bien. Pero, sabes, esa mata de mango está en el jardín de la casa, y la casa es mía, así que me toca mi parte – la mayoría, porque sin mata, no tendrías jugo.
El Chamito: Pero…  tengo que pagarles a mis asistentes, y necesito una máquina de jugos nueva, y tengo que pagarle al afilador de cuchillos, y un poquito para mí, y ahorrar para la merienda.
Papá del Chamito: Y, ¿cuánto necesitas?
El Chamito: bueno, me cuesta entre una y otra cosa como 500.
El Papá del Chamito cierra con calma su libro, prende un tabaco y pondera la situación. Finalmente le dice a Chamito cómo va a ser la cosa.
Papá del Chamito: Okey, por el derecho a que recojas los mangos, te voy a cobrar 300. Y como estás haciendo tanto real, de los 200 que te quedan, te voy a quitar 190. Así te quedan 10. Con eso te debe resultar suficiente para la merienda. Eso es lo justo, porque la mata de mango es mía y sin mata, no tienes jugo.
El Chamito: …este… bueno… okey.
Papá del Chamito: Y ese es el cálculo con mil bolívares. Si vendes más, como ya cubriste tu costo, lo llamaremos “excedente”, y es todo para mí.
El Chamito: ¿Y si vendo menos?


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martes, 24 de marzo de 2015

El Robo Mayor (2)*

Un País para Querer

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Siendo joven, una de mis actividades favoritas era recorrer Venezuela. Cuando niño, con mis padres y mis tíos, rodé por esas carreteras, yendo a playas  tanto cercanas como lejanas – Macuto, Naiguatá, Cata, La Restinga… Por el alto llano de Barinas y las montañas de los Andes… y Guayana, sobre el Puente Angostura y hasta el Guri.

Ya algo mayor hacía excursiones frecuentes al Ávila, trasnochando en la Silla de Caracas con amigos de escuela y luego, como joven profesional soltero con compañeros de parranda, reinicié esos recorridos por el país, por Venezuela. Durmiendo en pensiones de mala muerte en San Fernando de Apure o amaneciendo en el carro con dolor de cabeza por el aire enrarecido del Páramo de Mucuchíes; parado sobre piedras del precipicio al final de la península de Araya o acampando en las arenas de Paraguaná con mi hermano, viendo a lo lejos el resplandor nocturno de Amuay. Pisé guano en El Guácharo. Visité reinas de belleza en Barquisimeto. Tomé menjurjes, cervezas y ron en Sorte, Guasdualito y San Francisco de Yare. Comí nieve en el Pico Espejo y caminé tempranas nieblas merideñas junto a mi joven y bella esposa venezolana. Experiencias inolvidables.

Las gentes de Venezuela éramos una sola gente. Andinos o margariteños, maracuchos o guayaneses, caraqueños o llaneros, todos queríamos lo mismo: una mejor Venezuela, un mejor futuro. El anhelo común de todo ser humano. 



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EL ENGENDRO DE LA VIOLENCIA

La violencia política es un instrumento cuyo resultado genera resentimientos, incertidumbre e inestabilidad en una nación. El éxito de su ap...