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DBSBR: JEAN FRANÇOIS REVEL (1976)

Prólogo a la primera edición (1976)


El presente libro es el primer ensayo contemporáneo sobre la civilización latinoamericana que aporta una interpretación verdaderamente nueva y probablemente exacta. Es decir (primera condición de una interpretación exacta) que el autor comienza por disipar las interpretaciones falsas, las descripciones mentirosas y las excusas complacientes. Por lo mismo, Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario es un libro indispensable no sólo para la comprensión de Latinoamérica, sino de una buena parte del mundo contemporáneo, donde se reproducen los mismos fracasos, las mismas impotencias, las mismas ilusiones. Más allá de su objeto inmediato y de su caso específico, la obra de Carlos Rangel constituye una reflexión general sobre la discrepancia entre lo que una sociedad es y la imagen que esa sociedad tiene de sí misma. ¿A partir de qué punto esa separación se hace demasiado grande para que sea compatible con el control de la realidad? Esta es la cuestión a cuya determinación nos aproximamos a través de la historia de la América española y por la confrontación de sus "mitos" con sus "realidades"

Los extranjeros, y particularmente los europeos, son en gran parte responsables de los mitos de Latinoamérica. En este campo, Europa ha sido la más prolífica fabulista, lo cual es natural, puesto que fue la potencia colonizadora y forjadora de la sociedad latinoamericana, y a falta, en nuestros días, de sus soldados y sus sacerdotes, persiste en expedirle hoy como ayer sus propios fantasmas.

Porque los europeos se han servido persistentemente de las dos Américas para satisfacer sus propias necesidades, mucho más de lo que han intentado conocerlas. Necesidades económicas, imperiales, ideológicas, necesidades de aventura, de ensueño, de exotismo; necesidades de convertir, de estimular o de odiar... ¡Cuántas imágenes falaces no ha fomentado así nuestro narcisismo!

Imágenes de nosotros mismos proyectadas sobre nosotros mismos, de hecho, puesto que fue Europa quien pobló el continente americano, lo gobernó y administró directamente por siglos, deportó a América esclavos africanos, exterminó, apartó y dominó (según que fueran más o menos densas) a las poblaciones indígenas. Pretendemos olvidar que las civilizaciones americanas, tales como existen hoy, son fruto del imperialismo europeo, bien el de la conquista, bien el que podríamos calificar de imperialismo por la fuga: el de millones de emigrantes expulsados de Europa hacia América por la miseria o por las persecuciones.

Sea cual sea la mezcla de culpabilidad desviada y espíritu de rivalidad, de sentimiento de inferioridad o de paternalismo beato que preside nuestros conceptos sobre las dos Américas, preciso es constatar que esa mezcla engendra sobre todo mitos, y que una censura poderosa impide la percepción de la mayor parte de las informaciones, aun las más elementales, que nos provienen de esos países. En el siglo XX esos mitos han cristalizado (para simplificar) en torno a dos grandes ejes: Norteamérica es reaccionaria; Latinoamérica es revolucionaria.

Ahora bien, mientras que los "mitos" y las "realidades" de Norteamérica son, a pesar de todo, objeto de un debate constante, al favor del cual una pequeña parte de las realidades logra salir a la superficie, nuestra percepción de Latinoamérica es en cambio dominio casi exclusivo de la leyenda. Desde el principio, la inclinación a conocer estas sociedades, a "comprenderlas o sencillamente a describirlas, fue aplastada por la necesidad de usarlas como apoyo de fábulas. El daño no sería tan grande si nuestras leyendas no se hubieran convertido, a través de los años, en los venenos con que se alimentan los mismos latinoamericanos. No que éstos sean inocentes, precisémoslo, de la fabricación y la propagación de sus mitos.

Pero encuentran para ello un estímulo prodigioso en el hecho que los espejismos de su imaginación, las excusas que se forjan les son devueltas del extranjero, estampados con un certificado de autenticidad de la conciencia universal.

Mi dificultad, al escribir este prólogo que el autor tuvo la amistad de pedirme, es que debo a su libro la mayor parte de lo que ahora pienso sobre Latinoamérica. Lo usual es que los prólogos sean hechos por los maestros y no por los discípulos. De manera que, más esclarecedores que mis propios comentarios de europeo, he aquí algunos extractos y paráfrasis de cartas que Carlos Rangel me escribió mientras trabajaba en su libro, del cual, en esta forma, el lector percibirá vivamente algunos temas fundamentales:

"Como dije a usted en la oportunidad de nuestro encuentro en Caracas, está por hacer una labor de desmitologización. No que todo cuanto se dice sobre Latinoamérica sea falso, pero el conjunto da una idea falsa. En parte eso se debe a que, durante siglos, imágenes deformantes de la realidad de este continente han sido empleadas como ingredientes de las controversias, las angustias y los ensueños de la civilización europea. Colón mismo puso la primera piedra de ese edificio de mitos, tanto por las motivaciones de su aventura como por las reseñas que hizo a los Reyes Católicos, en las cuales sostuvo haber tal vez descubierto el Paraíso Terrenal. Más tarde el padre Las Casas y otros frailes terminaron de   elaborar la figura del ‘buen salvaje’, viva todavía hoy, y lanzaron la ‘leyenda negra’ sobre los supuestos males absolutos de la colonización española, leyenda que fue amplificada por Inglaterra, Francia y Holanda - potencias rivales- para abrumar a España tanto más fácilmente cuanto que esta última hizo todo lo posible por mantener sus provincias americanas aisladas del resto del mundo"

En realidad, sean cuales hayan sido sus abusos y sus crímenes, la colonización española no fue y no podía ser exclusivamente una acumulación de atropellos durante tres siglos seguidos. En su viaje por varias regiones del Imperio Español de América en vísperas de su disolución, el barón Humboldt quedó sorprendido por el grado de progreso, de cultura y de información que encontró en una ciudad tan insignificante como la Caracas de entonces. Esto explica que en Caracas, como en otros sitios del continente, hayan surgido tan grandes espíritus como un Bolívar o un Miranda, de quienes Carlos Rangel nos demuestra, al analizar su pensamiento, que estaban a la altura de los teóricos y de los hombres de Estado más notables del mismo momento en Europa o en América del Norte. Sin embargo, y al contrario de lo que ocurrió en forma natural en Norteamérica y mal que bien en Europa, las ideas de estos hombres no lograron, en la América española, insertarse en las instituciones, las costumbres o los métodos de gobierno.1

¿Cómo se explica ese fracaso? Porque no hay que engañarse: la historia de Latinoamérica desde comienzos del siglo XIX, en contraste con la historia de Norteamérica, es la historia de un fracaso. ¿Por qué? Tal es la pregunta a la cual este libro responde, ya que ese fracaso y sus causas se han perpetuado hasta el presente, aunque los mitos que los enmascaran evolucionen, y que por ejemplo el mito del Buen Salvaje se haya transformado en el mito del Buen Revolucionario.

Varias causas, lejanas o próximas, pueden ser consideradas. Los norteamericanos no tuvieron que integrar a los escasos indios que encontraron: los apartaron o los exterminaron. En cambio, la necesidad de integrar a los indígenas mucho más numerosos y mejor organizados de las civilizaciones meridionales fue el hecho central y persiste en ser el cáncer de la "América-que-ha-fracasado", es decir Latinoamérica. En Norteamérica el indio fue marginalizado. En Hispanoamérica se convirtió, al contrario, en el grueso de la población activa y el motor de la economía.

En otra carta, Rangel apunta, en efecto:

"El colonizador venido de la Europa Española creó una sociedad de la cual los indios reducidos a la servidumbre formaban parte orgánica e indispensable, los hombres por su trabajo, las mujeres por su sexo. De manera que los hispanoamericanos somos a la vez los descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas. Para nosotros, el mito del Buen Salvaje es una mezcla de orgullo y de vergüenza. En nuestra extremidad, no nos reconoceremos sino en él, y aun hijos o nietos de inmigrantes europeos recientes, seremos "Tupamaros", (de Túpac Amaru, descendiente de los Incas quien en el siglo XVIII sublevó a los indios contra el Virrey del Perú). De esta manera el Buen Salvaje se transforma en el Buen Revolucionario, el redentor, aquél por quien el Nuevo Mundo debe dar a luz al "Hombre Nuevo" que esta Tierra Prometida lleva en su vientre: Che".

Contrariamente a la Revolución de la cual resultaron en 1776 los EE.UU., y por la cual los norteamericanos no por rechazar la tutela política de Inglaterra dejaron de reconocerse como beneficiarios y continuadores de la civilización inglesa, Latinoamérica quiso míticamente eliminar por completo una herencia española que constituía, sin embargo, su única cultura:

"En Latinoamérica, la guerra de Independencia fue una llamarada de odio antiespañol, una cólera violenta de hijos demasiado largo tiempo sometidos, un sacrificio ritual del padre. Fue, además, una guerra civil (muy pocos españoles peninsulares participaron en los 15 combates), como si las dos mitades del alma latinoamericana hubieran salido a enfrentarse en los campos de batalla".

Pero esta sociedad "revolucionaria" no ha encontrado su camino. Ni con la descolonización ni más tarde ha logrado ser una comunidad moderna, dinámica, racional. Habiendo rechazado y destruido las estructuras del Imperio Español, no supo darse otras que fueran a la vez estables y más o menos humanas. La historia del siglo XX prolonga la contradicción original de Latinoamérica. Sigue rebotando entre las falsas revoluciones y las dictaduras anárquicas, entre la corrupción y la miseria, entre la ineficacia y el nacionalismo exacerbado.

Entretanto, el éxito insolente de los EE. UU. se convirtió en un factor adicional de amargura, y no sólo por los resultados concretos de la hiperpotencia norteamericana, ya que "es un escándalo insoportable que un puñado de anglosajones, llegados al Hemisferio mucho más tarde que los españoles, desprovistos de todo, y en un clima tan severo que sobrevivieron por poco los primeros inviernos, se hayan convertido en la primera potencia del mundo".

Si la historia de Latinoamérica es la historia de un fracaso, haría falta, prosigue Rangel, al desarrollar el tema "un inconcebible psicoanálisis colectivo de los latinoamericanos para que Latinoamérica pueda mirar de frente las verdaderas causas del contraste entre las dos Américas. Es por esto que, aunque sabiéndolo falso, todo dirigente político latinoamericano está obligado a sostener que nuestros males encuentran su explicación suficiente en el imperialismo norteamericano, el cual claro que ha existido y existe todavía, pero se produjo como una consecuencia y no una causa de nuestra impotencia.

Como dice Schumpeter, hasta el robo, por moralmente odioso que sea, plantea el problema del origen de la fuerza del ladrón y de la debilidad de su víctima"

A pesar de su atraso económico, no ha sido jamás justa la clasificación de Latinoamérica en lo que desde hace treinta años llamamos Tercer Mundo. En primer lugar porque Latinoamérica es esencialmente occidental, a pesar del pasado precolombino, por sus lenguas, su visión del mundo, su cultura y su población. En seguida - y esta es la lección que yo personalmente he sacado del libro de Carlos Rangel- porque el subdesarrollo latinoamericano es político antes de ser económico. Más exactamente, me parece que en Latinoamérica el subdesarrollo económico es consecuencia del subdesarrollo político, y no lo contrario, como sucede en el verdadero Tercer Mundo.

Sea como sea, ese doble subdesarrollo ha precipitado la vocación "revolucionaria" de Latinoamérica, ya que la "revolución" parece el atajo para superar una situación marcada por la incapacidad de construir Estados democráticos modernos y economías prósperas aptas, por lo mismo, para reducir la dominación extranjera. Pero las "revoluciones" latinoamericanas han sido o bien de una tal virulencia que han arruinado lo que pretendían salvar (como la Revolución Mexicana de 1911, que duró diez años y terminó por mantener en la pobreza a los campesinos que fueron su razón de ser); o bien de un verbalismo que disimula bajo un "lenguaje social" una incompetencia generadora de súbito desastre, como el "socialismo" peruano de 1969-74, o como el "justicialismo" de Perón, quien hace veinte años arruinó a una velocidad asombrosa y, según parece, irremediable, la economía más próspera de Latinoamérica; o bien, como la Revolución Cubana, que no ha hecho más que trasladar un país de la dominación norteamericana a la satelización soviética. En otra nota de trabajo, Rangel me escribía:

"La Revolución Cubana ha dado nueva virulencia a todos los equívocos sobre Latinoamérica. Fidel Castro llenó de júbilo el corazón de todos quienes se sienten humillados por la fuerza norteamericana. Como en el tiempo cuando estuvo de moda el "buen salvaje", los ojos de Europa se han fijado en nosotros, pero no para descubrir verdades científicas, sino para encontrar puntos de apoyo a prejuicios, mitos y frustraciones enteramente europeos. Asqueada por el estalinismo, y víctima de un complejo de inferioridad ante Norteamérica, Europa descubrió encantada en Fidel, y continúa viendo en el 'Che', el 'buen revolucionario'. Los latinoamericanos recibimos esa inundación retórica con un cierto placer, pero a la vez con irritación. La atención que se nos prestaba era halagadora, pero estaba hecha de una gran frivolidad, de una gran presunción y de una gran condescendencia".

Hubiera sido presuntuoso intentar resumir en este prólogo las conclusiones de un libro cuyo mérito reside, precisamente, en sensibilizamos a la complejidad de un tema sobre el cual habían reinado, hasta el presente, sobre todo simplezas. He preferido, con la ayuda de algunos textos preparatorios que no figuran en la obra, ayudar al lector a seguir, como yo mismo lo hice, a medida que progresaba (y, espero, con el mismo profundo interés) el desarrollo de la reflexión de Carlos Rangel; y enunciar las grandes preguntas a las cuales Rangel responde brillantemente con Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario.

Subrayo de nuevo, para terminar, que el alcance de este libro va más allá de Latinoamérica. Puesto que si Latinoamérica es en sí misma un tema interesante e importante, sus problemas y sus fantasmas son los mismos de otros continentes. Sus resentimientos y sus temores frente a los EE.UU, son la versión exacerbada de pasiones que también Europa conoce. Sus dificultades para aclimatar la democracia liberal, el fracaso del "socialismo democrático" chileno y el auge de un "socialismo nacional-militarista" que sirve para enmascarar y hacer aceptables nuevas formas de caudillismo, corresponden a datos que se encuentran también en otras partes del mundo.

Si con su herencia cultural occidental y con su situación relativamente favorable, Latinoamérica no logra encontrar su camino sin renunciar a los ideales y a las conquistas de la Revolución Liberal, eso sería de muy mal augurio para el resto del planeta, puesto que significaría que la mayor parte de la humanidad no puede ser gobernada sino por el autoritarismo y el terror.

REGRESAR A "CINCO INTRODUCCIONES"



[1] Repetidamente, Carlos Rangel emplea la noción de América Española, y no Latinoamericana, puesto que esta última incluye al Brasil, cuya historia es diferente, mientras que todos los países herederos del antiguo Imperio Español comparten rasgos fundamentales 

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