Carlos Rangel: Capeando el torbellino de la historia
«Frente a la arbitrariedad, la inseguridad, la ausencia de un marco jurídico e institucional estable y adecuado, los seres humanos responden buscando acomodo y amparo dentro de un sistema piramidal de relaciones personales, con un tirano al tope de la pirámide (…) es por eso que los países comunistas han reinventado el caudillismo, llamado allí ‘culto a la personalidad’».
Carlos Rangel
Hace algunos meses1 Pedro Almeida, el presidente de Faro Editorial en São Paulo, se puso en contacto conmigo amablemente para solicitar el permiso de editar una nueva edición de «Del buen salvaje al buen revolucionario» de Carlos Rangel en idioma portugués y escribir una nueva apreciación. Han pasado más de cuatro décadas desde que se publicase la primera edición de este libro. Anteriormente, en Lisboa en 1976, Aee Uliseea había publicado la primera edición en portugués y, en 1982, la UNB de São Paulo la segunda. Faro Editorial ahora ofrece esta tercera edición al mundo luso-parlante en el contexto de una encrucijada mundial incierta signada por un nuevo conflicto ideológico: el conflicto entre nacionalismo y globalismo. El texto de Carlos Rangel mantiene relevancia no solamente para entender las fuentes de esta encrucijada, sino para ponerla en el contexto latinoamericano.
Se
dice de Carlos Rangel que fue un profeta que nadie escuchó, que estaba
condenado al mito de Casandra. En cierta medida eso es cierto, principalmente
en el mundo de la política. El viso profético del libro es particularmente
escalofriante en la sección dedicada a las «Formas del poder político en
América Latina», cuando se lee en los casos de Chile y Perú antecedentes claros
a lo ocurrido posteriormente en la región de manera casi exacta en los países
escudados bajo el ropaje de «el socialismo del siglo XXI» promovido por el Foro
de São Paulo.
Pero
el limitado florecer del liberalismo hoy en día en Latinoamérica tiene gran
deuda con el pensamiento de Carlos Rangel y la lucha continua por fortalecer la
democracia liberal se nutre de sus ideas. El contexto del origen del libro, su
aceptación y rechazo original, y las bases históricas de la formulación de las
ideas de Rangel, ilustran la importancia de las mismas y su impacto hoy en día.
Agradezco a Faro Editorial y al señor Pedro Almeida la invitación a compartir
este contexto e importancia en la nueva edición de la obra prima de Carlos
Rangel.
Un Golpe de Agua Fría: Desenmascarando ilusiones
En
1976 fue publicada por la editorial Monte Ávila en Caracas la edición original
del libro Del buen salvaje al buen
revolucionario en una edición limitada con carátula blanca. Pocos meses
antes el libro había sido publicado en Francia. El filósofo liberal francés Jean-François Revel relata en
sus memorias2 la
concepción del libro: «Cuando
conocí por primera vez a Carlos en Caracas en agosto de 1974… él me pidió que
leyera un par de páginas que había escrito sobre el destino histórico y la
psicología política de América Latina. Modestamente, me las presentó como, a lo
sumo, un proyecto de artículo. Después de leer estas brillantes páginas y
también estimulado por una amistad personal y fraternidad intelectual entre
nosotros que nacieron casi en el acto lo empujé, no sin entusiasmo, a
desarrollar sus ideas con todo el rigor que se merecían en un amplio y
detallado libro sobre el tema de la civilización latinoamericana. A mi regreso
a París, hice que (la casa editorial) Éditions Robert Laffont le enviase un contrato. Esto explica la
paradoja de que la edición original de la obra maestra en teoría política
latinoamericana hubiese aparecido primero en francés».
Los manuscritos originales en español fueron
traducidos al francés por Françoise Rosset, traductora también de Jorge Luis
Borges y Adolfo Bioy Casares (autor de La Invención de Morel). Revel
dice además que, apareciendo en francés, el libro se dirige a los dos públicos
que sembraron la inspiración de Rangel: Europa, con sus conceptos románticos y errados sobre América Latina, y América Latina
con sus grandiosos conceptos erróneos sobre sí misma. Desafortunados conceptos
que, por supuesto, también coexistían en los EE.UU. En sus memorias Revel se
extiende:
La izquierda europea espera de
América Latina, y del Tercer Mundo en general, la revolución frustrada en su
propia tierra. Así, durante las vacaciones de verano en 1969, en Túnez, en
Hammamet, recuerdo una conversación con Jean Daniel, una tertulia cerca de la
playa adonde amablemente me había invitado a cenar. El director del Nouvel
Observateur [Daniel] me dijo: «Hoy ya no sé de dónde podrá venir la
revolución mundial; ¿tal vez América Latina?» Tras el fracaso de mayo del 68,
la izquierda francesa, líder experto en asuntos de revolución, buscó en el
Nuevo Mundo de América una rama del Quartier Latin. Esa izquierda
revolucionaria europea encontró un nuevo impulso a sus sueños insurreccionales
en 1994 en México: el Ejército Zapatista de Liberación 3.
Así se quedó en el olvido una vez más lo que me gusta llamar la ley de Rangel
postulada por Carlos en Del buen salvaje al buen
revolucionario, acertada en 1976 y observada repetidamente desde entonces, a
saber: cada vez que en América Latina, la gente, las personas reales, vota
libremente en elecciones no manipuladas elige soluciones moderadas, partidos de
centro-izquierda4 o centro-derecha. El legendario extremismo latinoamericano es un fenómeno
elitista. Los intelectuales, militares, fascistas y revolucionarios que han
luchado entre sí durante siglos por el poder con disparos de fusiles y retórica
encendida son oligarquías opuestas, deseosas de satisfacer su apetito por la
dominación (por no decir sus apetitos financieros).
Más adelante sigue Revel:
Que el Buen Salvaje apareció en
francés antes que la edición castellana no es simple anécdota, sino es de
importancia relacionada con la sustancia del libro. [El público meta de la
obra] era de hecho, por lo menos, tanto el europeo como el latinoamericano. Las
dos fuentes de inspiración para Carlos son, de forma conjunta y complementaria,
los errores en América Latina sobre sí misma y los errores de los europeos
sobre América Latina. Las aberraciones e ilusiones latinoamericanas siempre han sido alentados por
las proyecciones narcisistas de los europeos. Para ellos, América es como un
espejo de sus propias obsesiones, repulsivas en el caso de América del Norte,
de ensueño con América del Sur.
La élite intelectual occidental mantenía los
rezagos de esas borracheras de la primavera del ’68, la reacción idealista ante
los asesinatos políticos en los EE. UU., México ’68 (Tlatelolco y las
olimpiadas), etc., mientras buscaba justificar Praga, la Revolución Cultural
China —y no hallaba cómo reaccionar ante el genocida Pol Pot. Ante estas
contradicciones existenciales surge Regis Debray y afirma que existe una nueva
«revolución en la revolución» (1974) adjudicando que la misma se engendra
noblemente en Latino América. La esperanza cada vez más imposible en Europa de
una utopía comunista mantenía un candil en las exóticas selvas tropicales de
donde venía el café, el cacao y el tabaco. El romanticismo revolucionario eleva
así a las figuras del Ché, ese Fouché tropical de La Cabaña, a Camilo Torres,
rebelde sacrificado ante la todopoderosa iglesia para deleite de intelectuales
ateos y, por supuesto, a Fidel Castro, el valiente David enfrentado al imperial
Goliat de los EE. UU.
Carlos Rangel fue vilipendiado por muchos, puesto
que su libro vio la luz en ese período de agitación política dentro del marco
de la guerra fría en su apogeo.5 Su argumento de que el comunismo era una promesa vacía y excusa para
justificar regímenes totalitarios no fue bienvenido en la América Latina del
momento y, francamente, tampoco en la intelectualidad occidental. Un crítico en
los EEUU escribió «al menos se imprimió en papel reciclado, por lo que no se
talaron árboles». Sus llamados para fortalecer las instituciones de la
democracia liberal como el mejor camino hacia la prosperidad se ignoraron a
medida que la seducción de la ilusión socialista se apoderaba del panorama
político de la región.
¿Quién era ese Rangel que argumentaba atraso
como algo nocivo en vez de ennoblecedor? ¿Que proponía que las razones del
atraso eran introspectivas, no impuestas por el imperialismo Yanqui? ¿Que esa
«liberación», esa «revolución» era un mito para perpetuar «caudillos
consulares»? Hubo quienes hicieron la lectura para reafirmar sus propios mitos
y prejuicios colonialistas o pseudo-socialistas con tonos entre pomposos e
irónicos. Por ejemplo: «En una impactante obra de desmitificación, el autor
venezolano exonera a los EE.UU. de responsabilidad por los fracasos de Latino
América» (Foreign Affairs, Abril 1978); «Como argumento polémico presentado
vigorosamente, esta obra deleitará a muchos en el extremo no-revolucionario del
espectro político pero sus puntos ameritan consideración, a pesar de todo»
(Kirkus, Noviembre 1977); «Su libro provocativo, estimulante, y pro-americano
sin ambages es frecuentemente más fuerte en afirmación que evidencia» (Wilson
Quarterly, Primavera 1978). Incluso Helen Wolff, la presidenta del sello
editorial, fue algo superficial hablando en el New York Times acerca de su
calendario de publicaciones para el último trimestre del ’77 mencionando a The
Latin Americans (título del libro en inglés) por Carlos Rangel, un
venezolano. Es acerca de la relación amor-odio con los Estados Unidos, que
tiene sesgo inusual por ser pro-americano».
En su tierra, Carlos Rangel fue denunciado
como reaccionario, pitiyanqui, de derecha y hasta de agente de la CIA. En un
recordado incidente, su libro fue quemado en acto público en la Universidad
Central de Venezuela por «deshonrar la virtud histórica de la nación indígena».
Rangel acusa a las universidades latinoamericanas en su gran mayoría de no
hacer bien su trabajo de educar y graduar profesionales de manera eficiente, y
por ello cuando —dentro del marco de una sociedad democrática— va en camino a un
foro en aquella misma universidad para debatir su libro, es asediado por una
turba de militantes y escupido junto con su esposa de entonces, la periodista
Sofía Imber. Como profesional y demócrata, llegó al foro, se limpió la cara y
tomó su asiento.
El postulado principal de las ideas en el
libro se evade en esas reacciones. Rangel establece que América Latina tiene
todas las condiciones para el éxito y que su falla está en no enfrentar las
fallas del fracaso, con un sugestivo «hasta ahora». Pero para lograr ese éxito
tiene que hacerse un auto-psicoanálisis que despeje las sombras mentales que la
desvían de su propio futuro potencial, que disipe los mitos que perpetúan una
auto-opresión fatídica signada por la perversión del estado de derecho y la racionalización
que atribuye a los países capitalistas el atraso de los países
«tercermundistas» –incluyendo a Latinoamérica. Rangel trató con su obra de
iniciar el diálogo requerido para ese psicoanálisis, y sugiere que el
tratamiento ante los males que aquejan al paciente es grandes dosis de
democracia. De verdadera democracia: desordenada, pluralista, independiente de
manipulaciones leninistas, y con una prensa libre.
Carlos Rangel, liberal
Rangel no era de derecha en el sentido
maniqueo de la palabra. Tampoco era de izquierda. Era liberal. ¿Qué es ser
liberal? Uno de sus autores favoritos era Daniel Patrick Moynihan. Éste define
el liberalismo de la siguiente manera: «La esencia del liberalismo consiste en
una creencia optimista en el progreso, en la tolerancia, en la igualdad, en el
estado de derecho, y en la posibilidad de obtener una alta y sostenida medida
de felicidad humana aquí en la tierra». Rangel aborrecía a Somoza, a Trujillo, a
Stroessner, a lo que representaba Pinochet. También a Castro, a Gualtieri, a
Videla, Ernesto Cardenal… a todo tirano que perpetuaba (y perpetúa) el mito de
que nuestros países necesitan un gobierno fuerte, centralizado y todopoderoso
para lo cual la democracia representativa es un lujo innecesario. Rangel tuvo
que luchar contra quienes no querían que entrevistase públicamente a
representantes de la izquierda venezolana para no darles foro. Por demócrata
creyente en la libertad de expresión, la tolerancia (el anti-sectarismo), y la
diversidad de ideas tuvo que circular con sus programas de opinión a través de
los canales de TV cuando ya no hacía la voluntad de los dueños. Rangel acusó a
la sociedad cómplice empresarial cuya arma competitiva favorita era ser amigo
del gobierno. En un famoso discurso disponible en las redes sociales ante altos
representantes de la clase empresarial venezolana en 1984, acusa a los
empresarios de ser cómplices en el atraso del país—y es aplaudido vigorosamente
por los mismos.6 En una entrevista televisiva ampliamente difundida sugiere que la propiedad de
las empresas del estado sea cedida a sus trabajadores, como método para
disminuir el tamaño del estado. Eso es ser liberal… y desafía las definiciones
«izquierda» y «derecha». Para entender los orígenes de este pensamiento
liberal, hay que revisar un poco la historia personal de Rangel dentro del
contexto histórico de su formación; entender, «¿Quién era ese Rangel?»
En
1949 la Unión Soviética enfrentó al mundo, haciendo estallar su primera bomba
atómica y elevando la rivalidad entre las nuevas potencias mundiales. Rangel
identifica los vicios y taras que enfrenta la democracia en Latinoamérica,
estableciendo un contexto global dentro de ese enfrentamiento entre el
totalitarismo y el liberalismo, identificados en las hegemonías respectivas del
comunismo y el capitalismo. Su libro relata cómo al finalizar la segunda guerra
mundial hubo un viraje en la ortodoxia del partido comunista ruso, el cual se
había permitido una cierta indisciplina durante la guerra en busca de aliados
contra el poderío Nazi. Esto rápidamente cambia al terminar esa guerra, y el
jefe del partido comunista en los EE.UU. Earl Browder, es la primera víctima
simbólica de lo que Rangel llama el renovado sectarismo de izquierda, una
práctica que rechaza y excluye a todo aquel que no acate la línea ortodoxa del
partido central, el PC ruso. Browder fue denunciado en un artículo publicado en
Les Cahiers de Communisme, la revista
del PC francés, firmado por Jacques Duclos, el líder de ese partido. Pero años
después se supo que dicho artículo había sido escrito en las oficinas de la
KGB, el servicio secreto de la Unión Soviética, en Moscú. Esta apreciación la
hace Rangel por haber sido testigo de los hechos.
A
finales de 1948 fue derrocado en Venezuela por una junta militar el presidente
democráticamente electo Rómulo Gallegos, quien había sido muy cercano a José
Antonio Rangel Báez, padre de Carlos.
Esa influencia paterna temprana asociada al fervor democrático
revolucionario del período 1945-48 en el país le dejará una marca indeleble
acerca de la promesa de la democracia.
El
llamado trienio democrático en Venezuela se originó con un golpe de estado
anterior, a finales de 1945, que derrocó al presidente militar Isaías Medina
Angarita, quien había ascendido por votación indirecta. El joven y sagaz
dirigente político Rómulo Betancourt se había percatado de que entre las filas
militares había ambiciosos, entre ellos uno llamado Marcos Pérez Jiménez, con
la intención de derrocar al presidente Medina. Betancourt sabe que en caso de
que eso ocurra, el proceso de transición a una democracia universal (que el
gobierno de Medina ve con recelo) se verá truncada y hace pacto con los
militares. Esto también le conviene a Pérez Jiménez para participar en la
credibilidad de una alianza cívico militar, credibilidad que no tendría en caso
de ejecutar su simple y ambicioso golpe militar. En octubre de 1945 ocurre el
golpe y Betancourt encabeza la junta de gobierno «revolucionaria».
El
mundo se transformaba aceleradamente hacia una nueva era, signada por el
aterrador resplandor de apenas pocos meses antes en Japón, y un reajuste del
equilibrio en el mundo, ahora global. Las comunicaciones a larga distancia,
noticias cuasi instantáneas y nuevas facilidades de transporte revolucionaban
el pensamiento y las aspiraciones. En
Venezuela, los próximos tres años después del golpe del ‘45 serán una cátedra
democrática para el país, mientras se debate públicamente por las ondas
radiales la redacción de una nueva constitución. Aprobada la nueva constitución
que garantiza voto universal directo y establece derechos sociales, se convocan
elecciones. El resultado abrumadoramente favorece al escritor e intelectual
Rómulo Gallegos, el primer presidente civil constitucional de Venezuela desde
el año 1859. Pero la nueva constitución democrática y revolución de
expectativas populares no son del agrado de Pérez Jiménez, quien conspira
nuevamente y ejecuta un golpe en noviembre de 1948, apenas nueve meses después
de la toma de posesión del presidente Gallegos.
Ese
golpe de estado del ‘48 combinado con la muerte de su padre en 1949 aleja a
Carlos Rangel del país, del cual sale a los 21 años para terminar su carrera
universitaria. Tres años después, en cierto afán de rebeldía, independencia e
impulso de juventud se fuga a Paris con su novia gringa, la joven artista
plástica Bárbara Barling, para casarse en la ciudad de las luces, trastornando
a ambas familias rancias. Llega así a un mundo de purgas partidistas,
depuración ideológica, intrigas y sospechas, mientras cursa estudios en la
Sorbona de París, otro hervidero de izquierdistas.
En
París, en el Quartier Latin, hay
exiliados de toda estirpe, refugiados de las dictaduras y de los tiranos que
dirigen destinos en los países latinoamericanos y la península ibérica. Allí
conoce Rangel a muchos venezolanos huyendo de la dictadura de Pérez Jiménez
quien oprime cada vez con más fuerza el poder en Venezuela. Entre ellos está
Luis Aníbal Gómez, quien en un ensayo reciente7 le recuerda y describe la época cuando conoció e hizo amistad con Rangel:
Vivía
cerca del Parc MontSouris en los
predios de la Ligne de Sceaux, tenía carro. Fue una amistad
desinteresada, inspirada en la sinceridad y la franqueza: Él -también absorto
en la atmósfera sartriana del momento- me dijo que coincidía con casi todo el
marxismo, excepto en lo relativo al arte. No creía en el arte comprometido y
yo, por mi parte, detestaba los cuadros de generales soviéticos, cundidos de
medallas alimentando palomitas en los parques.
Le
respondí inequívoco que lo
que interesaba era derrocar a Pérez Jiménez, a como diera lugar, mientras los
generales del soviet cebaban palomitas; y que todo lo demás se arreglaría o no
después. Era un asunto de prioridades.
Él
estuvo de acuerdo. No sería militante del grupo, sino alguien que sería más
útil no pareciéndolo ni militando en el mismo, sino manteniéndose al margen, un
tanto au dessus de la melée.
Sería criptocomunista en el lenguaje en boga. Estuvo de acuerdo.
Me
confió entonces cómo a través de amistades e influencias era posible que fuera
candidateado para un cargo en la Embajada de Venezuela en Roma. Debía responder
en esos días… Le dije que lo pensaría… Y lo pensé, más a favor de su persona
que en los intereses del partido: el mundo del espionaje nos era ajeno,
exótico, muy peligroso. No éramos aptos, ni él ni yo, para navegar las aguas
turbias del espionaje y la traición. Mi opinión fue negativa.
Carlos
Rangel fue un gran ejemplo de aquel dicho que bien describe a su generación:
«el que es joven y no es socialista, no tiene corazón; y el que es viejo y es
socialista no tiene cerebro». En ese entonces Rangel tenía 24 años, los EE.UU.
acababan de obliterar una pequeña isla en el Pacifico con la temible bomba de
hidrógeno, y el partido comunista ruso perfeccionaba sus técnicas para
infiltrar con propaganda subversiva al mundo occidental. El comunismo todavía
no había demostrado abiertamente sus falacias internas que lo conducen
insoslayablemente al totalitarismo feroz y era aceptado por mucha de la
intelectualidad occidental como un posible modelo económico alternativo. Los
crímenes de Stalin estaban ocultos y a los del régimen soviético todavía le faltaba
la eventual denuncia de Solzhenitsin. Existía un debate intelectual acerca de
las bondades y defectos de los sistemas capitalista y comunista; debate en el
cual mantenía ventaja oculta el comunismo, puesto que en su ortodoxia éste no
permite la libre expresión de ideas, pensamiento y prensa, en fin de verdadera
discusión, e incita a la infiltración subversiva y el uso de «tontos útiles»,8 mientras que en el régimen liberal del capitalismo, la autocrítica abierta es
oxígeno.
Es
notable una participación de Rangel que describe Gómez hacia finales de 1952 en
las actividades semi-clandestinas en París de los exiliados políticos
venezolanos. Para diciembre de ese año había sido convocado el Congreso
Mundial de los Pueblos por la Paz en Viena. Dicho congreso fue un evento
impulsado por el servicio de inteligencia rusa, la KGB, principalmente como una
oportunidad para hacer propaganda en contra de los EEUU con motivo de la guerra
de Corea y presidido por Jean Paul Sartre9,
quien había denunciado esa guerra como una guerra entre el capitalismo y el
proletariado.
…cuando
se difundió la invitación a participar en la Conferencia de Viena tanto los
adecos10 como nosotros nos movilizamos hacia la Maison des Savants, un local de alquiler de
salas para eventos ocasionales, situado en el Quartier Latin. [Los adecos] habían convocado a sus huestes
de otros países, de manera que hubo más de cincuenta asistentes y todo se
desarrolló de acuerdo a la pauta de nuestro grupo: Dejar que cada uno expresara
sus opiniones. La extrema izquierda la expondríamos [Manuel] Caballero y yo,
como correspondía al cliché que tenían de nosotros [los adecos] Luis Esteban
[Rey] y [José Maria] Machín.
Al cabo
de un buen rato cuando todo el mundo había expuesto su opinión, Carlos hizo un
recuento magistral y propuso el respaldo irrestricto a la Conferencia. Todo el
mundo votó su propuesta, excepto Luis Esteban y Machín.
Haberlos
aislado no estaba en nuestros planes unitarios, aunque fue una decisión democrática
que, de paso, nos dejó la sorpresa de un mundo de enseñanzas: El trato amistoso
desapareció y nos convertimos en adversarios irredentos.
Esta
reunión de disidentes, aun cuando en sus recuerdos Gómez la tiñe favorablemente
a favor de los comunistas venezolanos, en efecto logra lo que la dirección del
PC ruso había formalizado en el Comintern de 1947. La directriz del sectarismo
de izquierda: purgar matices de «browderismo» e indisciplina en las alianzas
con otros izquierdistas según lo denunciado por Duclos en su artículo de apenas
pocos años atrás; y Rangel fue testigo de esa directriz en acción.
Es interesante notar que el presidente de la delegación venezolana ante el congreso en referencia será el General José Rafael Gabaldón, opositor y perseguido por Juan Vicente Gómez (dictador de Venezuela desde 1908 a 1936) y fundador y primer presidente del Partido Demócrata Venezolano, PDV, uno de los primeros partidos modernos del país y asociado con Isaías Medina Angarita, el derrocado en 1945. El General Gabaldón también fue padre del guerrillero Arnoldo Gabaldón, líder destacado del periodo llamado La Lucha Armada en Venezuela y que morirá accidentalmente en un campamento guerrillero en 1964. El discurso del General Gabaldón ante el congreso se tituló «En defensa de la paz y la América Latina».11
El
dramaturgo Bertolt Brecht también participó en el Congreso y sus palabras bien
pudiesen describir el futuro de los países que sufrirán atraídos por el
espejismo del comunismo: «La memoria de la humanidad en cuanto a los
padecimientos tolerados es asombrosamente corta. Su capacidad de imaginación
para los padecimientos futuros es casi menor aún». Brecht morirá bajo
circunstancias misteriosas en Berlín Oriental en 1956 a la edad de 58 años.
En 1953 Rangel regresa a Venezuela. El país se encuentra en plena represión política por la dictadura y las complicidades mercantilistas típicas de este tipo de gobierno. A falta de oportunidad para desarrollar sus capacidades intelectuales, junto con su hermano y otros socios, se dedica al comercio, incluyendo construcción y una distribuidora de motocicletas Honda. Sin embargo sus antecedentes en París evidentemente lo tienen nervioso, puesto que duerme junto a su esposa Bárbara con un revólver bajo la almohada. En un episodio relatado por Gómez, Rangel lo esconde en el sótano de su casa cuando las autoridades de la dictadura perseguían a Gómez por ser militante activo en el PC venezolano.12
Finalmente,
a finales de 1955, Rangel decide autoexiliarse, vende su casa y en el camarote
de un barco mercante se muda a Nueva York, regresando a la ciudad que lo había
recibido años antes durante el trauma inmediato de la postguerra. En 1950, como
relata en su libro, Rangel había visto de manera preocupante en los EEUU un
giro hacia la derecha y una incipiente amenaza de persecución política
impulsada por el Senador Joseph McCarthy. Ahora llega a una ciudad próspera, en
la cima de la creatividad surgida por la aplicación de principios liberales y a
un país que ha rechazado el discurso populista de derecha del senador McCarthy
mediante un voto de censura y caída en desgracia. Ciertamente continúa la
guerra fría, pero la evidente prosperidad de esta ciudad es una clara
manifestación de las mejores oportunidades que ofrece el liberalismo. A finales
de 1956, con la brutal invasión rusa a Hungría, se sella el convencimiento de
Rangel en contra del sistema comunista como opción para mejorar la condición de
los pueblos. Desde ese momento Rangel, con su experiencia viviendo bajo la
sombra de una dictadura de derecha y su conocimiento de las intenciones del
partido comunista ruso, se convierte en un abanderado defensor de la democracia
liberal, la que con sus propios ojos ha visto es la mejor alternativa de
gobierno.
Estando
en Nueva York, profundiza sus estudios y es profesor adjunto de literatura
hispanoamericana, comenzando allí su interés permanente en la obra de Miguel de
Unamuno y otros pensadores de la misma estirpe.13 Pensó en aquel momento permanecer en los EEUU y hacer carrera académica, pero
los acontecimientos en Venezuela lo llevaron a otro lugar. Como es natural, se
mantenía en contacto con la colonia venezolana en Nueva York. Uno de sus
conocidos, Carlos Ramírez MacGregor, era cercano a miembros de la junta de
transición que asumió el poder tras una revuelta popular en 1958 que había
depuesto al dictador Pérez Jiménez. MacGregor invita a Rangel a acompañarle
como Consejero Cultural en la embajada de Bélgica. Una vez finalizada la
transición en Venezuela bajo un nuevo gobierno democráticamente electo, Rangel
regresa a Venezuela. En sus memorias sobre Rangel, Gómez14 relata su reencuentro a principios de los años 60:
De nuevo
aquí [en Venezuela], Carlos me manifestó su cambio de perspectiva con respecto
a la revolución cubana extensible a todo el marxismo y la revolución. Lo
escuché y le repliqué:
-¿Crees
eso suficiente para terminar nuestra amistad?
-No,
solamente quería que lo supieras…
Creyente
en la libertad de opinión y el debate de ideas, durante este período encabeza
la edición de la revista Momento, la cual modela como combinación de Time Magazine y Life, y donde emplea a su amigo Luis Aníbal Gómez conjuntamente con
un equipo de redacción que incluye entre otros a nombres como Gabriel García
Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza, el dirigente socialcristiano venezolano
Rodolfo José Cárdenas y el futuro presidente de Venezuela, Luis Herrera
Campíns. Pero falta un ingrediente final que cuajará el liberalismo en Carlos
Rangel.
Entre
1964 y 1968 Rangel hace carrera política en el nuevo modelo democrático de
Venezuela; un modelo y una visión insigne de una gran Venezuela, con modernidad
basada en una economía industrial, integrada al comercio mundial de manera
robusta, y promotora de los valores de la democracia representativa y el
respeto a los derechos humanos, plasmados en la llamada Doctrina Betancourt,
que rechaza toda dictadura. Rangel quiere hacerse partícipe de ese
proyecto, se postula y es electo al concejo municipal de Caracas, la ciudad
capital, en las listas del partido social-demócrata, Acción Democrática. En su
cargo como concejal verá de cerca la labor del político y el efecto negativo
del populismo sobre la gestión de gobierno. Caminó barrios, repartió víveres,
inauguró obras, discutió presupuestos, y redactó edictos. Fue designado en
cámara como presidente del Concejo Municipal de Caracas, por lo cual recibió
más necesitados y solicitantes de toda índole.
Años
después, en conversación acompañados por su segunda esposa, Sofía, Rangel me comentaba que la peor parte de la
vida política pública para él era tener que dar audiencia y recibir gente que
venía a pedir, a pedir y a pedir. Me lo decía en parte por la frustración de no
poder satisfacer las necesidades justas del ciudadano, en parte por la
frustración de tener que escuchar a los privilegiados elitescos que se sienten
con derecho al patrimonio nacional, y en parte por su frustración por el
desarrollo del clientelismo político que ha entrenado a todos a someterse al
paternalismo del estado: «Es deprimente ver a la fila de personas a la puerta
de la casa de un ministro, esperando desde tempranas horas de la madrugada,
para tratar de darle un papelito en la mano, con su pedido, cuando sale en la
mañana». A pesar de haberle sido ofrecido cargos ministeriales frecuentemente
en años posteriores, Rangel perdió cualquier vocación de político y no aceptó
los ofrecimientos aparte de la ocasional participación en alguna misión
diplomática.
Pero
lo que sí recabó de la experiencia de aquellos años en la política fue la
relación causa/efecto de la consolidación de sistemas auténticamente
democráticos y el estado de derecho, con la oportunidad de crecimiento
económico y empresarial de una nación y sus ciudadanos. Este período igualmente
fue de un profundo estudio (tanto teórico como práctico) acerca de la
naturaleza del estado y que lo lleva a la conclusión de que un estado limitado
es un factor esencial conducente a la prosperidad de un país. De allí parte su
investigación acerca de las causas por las cuales el territorio al sur del Río
Grande en relación con su vecino al norte no se puede caracterizar de otro modo
sino como un fracaso. Es la pregunta fundamental.
Confrontación en dos tiempos: comunismo vs capitalismo
/ nacionalismo vs globalismo
El
atractivo de una ideología es la convicción de que su estructura de valores e
intereses es la que tiene la «razón»; la razón, a grandes rasgos, para mejorar
los destinos presentes y futuros de un colectivo. Entre principios a mediados
del siglo XIX surge de manera definida la ideología del comunismo como
respuesta al «lado oscuro» del capitalismo. El capitalismo había generado un
surgimiento en la creatividad, productividad y economía de Europa conocido como
la revolución industrial. También había resultado en una disrupción tecnológica
sin precedentes. Esa disrupción se manifestó en millares a millones de personas
dejadas fuera de la prosperidad creada —fuese por explotación de su mano de
obra o su obsolescencia en una nueva economía— en centros urbanos crecientes
con infraestructura insuficiente para la explosión demográfica avenida por
estas condiciones. La nueva prosperidad creó también gran visibilidad en las
desigualdades económicas al expandirse la clase media y crear la expectativa de
que existe la posibilidad de ser parte de esa prosperidad creciente.
Las
condiciones de vida de la nueva clase obrera en la Europa de mediados a fines
del siglo XIX eran miserables, particularmente en contraste con las de la nueva
clase media. Los movimientos políticos que tenían las simpatías de esa clase
obrera eran los que alimentaban las expectativas de participar en esa bonanza a
la vista de la clase media y propiciaban envidias con sarcasmo y remoquetes
tales como «la pequeña burguesía».
La
revolución industrial antecede las organizaciones políticas y de gobierno que
se adaptan a las consecuencias de esa revolución. Las convulsiones
demográficas, económicas y sociales consecuencia de esa revolución sobre el
mundo de naciones con identidades propias regidas por élites mercantilistas
resistentes al cambio, eventualmente desembocarán en la primera guerra mundial
y la revolución rusa.
El
principio básico del mercantilismo, y sus hermanastros el comunismo y el
fascismo, es que las relaciones comerciales son suma-cero, mientras que el del
capitalismo es que las relaciones comerciales son gana-gana. La primera y la
segunda guerra fueron el resultado de los conflictos entre países y sectores
sociales atascados en el enfoque suma-cero (incluyendo, por ejemplo, la pureza
de la raza y la «lucha de clases»). La acción de la segunda posguerra de mayor
trascendencia a nivel mundial, fue reconocer la necesidad de crear un orden
global gana-gana. Ese es el impulso subyacente al Plan Marshall, a la creación
de las Naciones Unidas y de la creación de organismos multilaterales, los
cuales generaron el mayor periodo de creciente prosperidad que ha conocido el
mundo y que haría sucumbir el imperio comunista liderado por la Unión
Soviética, con su ideología basada en el enfoque suma-cero.
El
capitalismo es la interpretación económica del liberalismo, mientras que el
comunismo es, en esencia, una reinterpretación del mercantilismo. A su vez, el
mercantilismo está fundamentado en el instinto atávico de que en una lucha
entre dos tribus, una muere y la otra sobrevive. Ese instinto es imborrable, es
naturaleza humana, pero como muchos instintos puede estar sujeto a la ley. Por
eso en la sociedad liberal el estado de derecho, que empieza con las leyes
contractuales, es intrínseco a la naturaleza del mismo y la mayor protección al
estado de derecho ocurre en estados democráticos. A su vez, los estados basados
en principios mercantilistas, se fortalecen cuando el estado de derecho y la
democracia son débiles es decir, bajo un régimen totalitario. Tras la caída del
fascismo, se mantiene como ideología mercantilista alterna el comunismo con su
sustento en el totalitarismo, al igual que el mercantilismo de origen era
sostenido por autarquías monárquicas.
El
periodo entre l917 a 1989, desde la revolución rusa a la caída del muro de
Berlín, fue un período que enfrentó directamente los modelos económicos
derivados del liberalismo y del mercantilismo. Entre los defensores del
liberalismo durante ese periodo, estaba Carlos Rangel, que irrumpe al escenario
en 1976 con su libro, Del buen salvaje al
buen revolucionario. En este libro Rangel identifica los vicios y taras que
enfrenta la democracia en Latinoamérica y establece el contexto global de la
región dentro del enfrentamiento entre el mercantilismo y el liberalismo y sus
modelos económicos vigentes: el comunismo y el capitalismo.
En
Latinoamérica este enfrentamiento está bien descrito por Rangel como matizado
por la historia de la región. Las consecuencias de la conquista y el régimen
monárquico insertan en la psique latinoamericana una afinidad arraigada
profundamente con los principios mercantilistas. Las oligarquías desde tiempos
de la colonia y las guerras intestinas posteriores son una sustitución de
élites que tienen como fin apoderarse de las riquezas percibidas, sean
naturales o de clase. No se contempla en estas luchas por el poder (como Revel
sugiere en sus comentarios citados anteriormente) la creación de riquezas, solo
la repartición (o apropiación) de riquezas.
A
este contexto histórico entra el comunismo a principios del siglo XX y la
creación de partidos modernos. De éstos, el que tiene mayores consecuencias a
largo plazo es el APRA, fundado por Raúl Haya de la Torre, y que se origina
como un socialismo a la medida de Latinoamérica. Por su distancia geográfica y
cultural el comunismo en América Latina será heterodoxo de la línea dura rusa.
Por eso, este origen será semillero de partidos demócratas, algunos solidarios
con sus orígenes socialistas y otros opositores pero también en consenso con el
modelo democrático liberal. Un consenso en la meta, aun cuando no en cómo
lograrla.
A
la tara mercantilista se le pueden atribuir muchos males de la región; por
ejemplo, lo que se identifica como corrupción. Para el funcionario
(mercantilista) de turno la corrupción se justifica simplemente como el
ejercicio de un derecho adquirido: su derecho a poder distribuir la riqueza
como le parezca, incluido a su propio bolsillo. Es por eso que en burocracias
mal estructuradas de gobiernos «liberales» oportunidades de enriquecimiento
ilícito son aprovechadas por funcionarios con esa mentalidad atávica que
justifican beneficiarse de ellas. El funcionario probo se enfrenta a un «dilema
de prisionero» que incentiva la corrupción, donde el más tonto es el que no se
aprovecha de su cargo para disfrutar prebendas mal habidas, es presionado para
compartir el festín, y es percibido como corrupto por agentes exteriores
(prensa y ciudadanía), aun cuando no lo sea, porque es parte de una estructura
que «todo el mundo sabe es corrupta».
Al
llegar el caudillo Fidel al poder la influencia de la ideología comunista
ortodoxa en la región, pero con sabor latinoamericano, se acrecienta. El
terreno abonado por el mercantilismo intrínseco en la región encuentra un gran
aliado ideológico con un representante (Rangel le llama «cónsul») en estas
tierras. La hegemonía «tercermundista» se convierte en la explicación por la
cual existen “desposeídos”, como dice Carlos Alberto Montaner en su prólogo a
la edición de 2005. Una explicación que dictamina que existe mala distribución
de la riqueza, tanto interna por las élites en el poder como internacional por
los países capitalistas. Esta explicación adjudica que los países ricos, en
particular el vecino al norte, han depredado a los países pobres; y en esta
última categoría se incluye a Latinoamérica, contra toda realidad relativa al
resto del mundo. Este tema es explorado más profundamente en el segundo libro
de Rangel, «El Tercermundismo». Es la retórica emocional del momento, y la
política es impulsada más por la emoción que por la razón. Mientras no se
internalice que la influencia del mercantilismo suma-cero es perniciosa se
mantendrá la ilusión del «desposeído» y la seducción del comunismo como
solución, con su consecuente descenso al totalitarismo, repitiéndose una y otra
vez la historia.
En
el capítulo X, Rangel describe el proceso que atravesó Chile entre el año 1970
a 1973, virtualmente idéntico y premonitorio al período casi 20 años más tarde
entre los años de 1999 a 2002 en Venezuela. Ambos procesos de deterioro
democrático culminan con una ruptura institucional con la salvedad de que en
Chile dicha ruptura fue acatada por la sociedad y consolidada, debido a la
evidente precaria situación económica que atravesaba el país, mientras que
Venezuela en medio de un boom petrolero el apoyo colectivo a la ruptura no se mantuvo, con las
consecuencias posteriores de una abierta y feroz dictadura totalitaria.
Quiero
destacar finalmente que Rangel identifica otra tara perniciosa universal, con
consecuencias particulares por su relación directa con «el buen salvaje»: el
telurismo. Esto define que hasta los más recién llegados se identifican con el
pasado histórico e indígenas del territorio y se consideran descendientes
defensores del espíritu del lugar, el «Genius loci». Se puede trazar en este
concepto el origen de una nueva confrontación que, combinando telurismo con
mercantilismo, sacude nuestro mundo contemporáneo: nacionalismo vs. globalismo.
El
globalismo económico busca equilibrar de manera eficiente las ventajas
comparativas de los mercados laborales, de materias primas y de consumo, y
maximizar relaciones gana-gana de los mercados en su conjunto. La iniciativa
del globalismo económico es consecuencia directa de la ideología liberal y del
modelo capitalista. Para establecer un estado de derecho con jurisdicción
extra-nacional los tratados internacionales y de comercio son parte intrínseca
del globalismo. Como consecuencia directa de la interdependencia económica
entre países, las probabilidades de guerra entre socios comerciales disminuyen,
puesto que nadie quiere destruir a sus clientes o proveedores. Las
consecuencias del globalismo incluyen bajar las barreras y fronteras entre
países y una gran disrupción en los respectivos mercados internos de cada país.
El
nacionalismo, por el contrario, busca exacerbar la naturaleza especial y
exclusiva de los habitantes de un territorio nacional reclamando el sentimiento
telurista de dichos habitantes y alimentándose del tribalismo atávico de los
mismos. El nacionalismo basa su ideal de éxito económico en relaciones
suma-cero. Las grandes disrupciones en los mercados internos de los países,
consecuencia del globalismo, fácilmente conducen a resentimientos similares a
los que alimentaron el comunismo a finales del siglo XIX y a movimientos
políticos basados en el nacionalismo. Con el fracaso ideológico del comunismo
el nacionalismo es la nueva bandera, el nuevo anclaje del mercantilismo, que en
su iteración paralela a principios del siglo XX se conoció como fascismo. Debido
a que la relación comercial es basada en el principio suma-cero, la posibilidad
de totalitarismos y guerras se acrecientan con el auge del nacionalismo.
Ideologías
en conflicto son intereses en conflicto. El fin del comunismo no representó el
fin del arquetipo que lo impulsaba, el mercantilismo. Al igual que el comunismo
surgió por las disrupciones causadas por el capitalismo «desenfrenado» del
siglo XIX, consecuencia de la ascensión de la razón de la aspiración liberal
sobre la emoción del mercantilismo atávico, el nacionalismo en auge es
respuesta al globalismo «desenfrenado» de nuestros días.
Legado vigente de Carlos Rangel
Más de cuatro décadas después de haber sido
publicado en 1976 este libro se ha convertido en lectura obligada y fundamental
para la comprensión de la historia política de América Latina. Cualquier
persona buscando entender razones en las diferencias del desarrollo entre los
EE.UU. y el resto del continente al sur de su frontera, el surgimiento de
«caudillos», y el sentimiento populista incrustado en la región necesita leer
este libro que, más que historia, en partes se lee como un manual. Si bien no
fuese celebrado o escuchado ampliamente en su día, la perspectiva histórica ha
reivindicado la importancia de la contribución de Rangel al pensamiento
político y social, y le ha fijado como un importante contribuyente al
pensamiento liberal.
Si
pensáramos limitadamente enfocaríamos la respuesta sobre la hegemonía
ideológica del comunismo en el gran territorio de Latinoamérica, hegemonía
sembrada a principios del siglo pasado, como una reacción ante el éxito
evidente del gran vecino del norte. Esta respuesta, sin embargo, no es
totalmente satisfactoria puesto que las diferencias entre ambas regiones son
anteriores al surgimiento del comunismo. Pero el comunismo caló en el
sentimiento mercantilista existente en la región. El comunismo ha sido presentado
por algunos como la solución ante el fracaso y por otros como la razón del
mismo. Pero la razón de dicho fracaso debemos buscarla más profundamente, y eso
es lo que hace Rangel en este libro.
Rangel
acertaba cuando indiciaba al legado del imperio español como gran culpable de
las taras culturales de nuestros pueblos. Las fiebres de ese legado,
manifestadas en la mentalidad de rapiña, de paternalismo machista, de
mercantilismo autocrático, y de clasismo sectario no se ha sacudido del cuerpo
estructural político de nuestras naciones. Esa mentalidad proviene de la
conquista. Las taras culturales son casi o más difíciles de cambiar que los
genes del cuerpo. No por eso no se ha intentado ni haya que dejar de hacerlo.
Hay que entender el contexto de lo que se pretende. Siempre habrá una visión de
la sociedad ideal, una utopía que algunos ven como comunista otros como
capitalista; pero la tara del mercantilismo arrojado como arena entre los
engranajes convierten esas felices utopías en duras realidades. En el caso del
comunismo se degenera en un gran monopolio del estado sobre la vida de la
sociedad, con élites privilegiadas y miseria colectiva bajo represión,
económica, social y política. En el caso del capitalismo fácilmente las
distorsiones mercantilistas pueden generar poderosas oligarquías, gran
desigualdad económica y un alto nivel de expectativas frustradas.
El
interés propio es natural al ser humano y, cuando se le permite desarrollar,
favorece a la prosperidad general. Ese es el fundamento básico del capitalismo,
tal y como lo postulaba Adam Smith y derivado de la revolución liberal del
siglo XVIII. Al mismo tiempo Smith alertaba acerca del peligro de los
monopolios y su capacidad para distorsionar esa prosperidad, coartando
oportunidad y creando desigualdades nocivas. Tanto la tiranía socialista como
la oligarquía mercantilista, dos caras de la misma moneda, ejercen represión al
concentrar poder político y económico en uno o pocos monopolios sectoriales.
Los mecanismos de la democracia liberal –libertad de expresión, estado de
derecho, gobierno representativo, alternabilidad en el poder, multiplicidad de
intereses, e igualdad de oportunidad— controlan de manera natural los abusos
potenciales de las oligarquías y las tiranías. La finalidad de la política es
hacer que la sociedad en su conjunto sea mejor y, sin lugar a dudas, la
historia ha demostrado que bajo la democracia liberal las sociedades prosperan
más que bajo oligarquías mercantilistas o tiranías socialistas.
Esa
es la solución que siempre propuso Rangel en sus obras y vida pública: más y
mejores dosis de verdadera democracia. Es en este sentido que claramente el
mensaje de Rangel se mantiene vigente de manera alarmante. Su diagnóstico sobre
la fiebre origen del fracaso latinoamericano todavía no ha sido aceptado por el
paciente, el cual difícilmente podrá sanar porque no está dispuesto a tomarse
la medicina: grandes dosis de verdadera democracia.
[1] A principios del 2019 – N. Ed. Con motivo de esta nueva edición digital
para el ámbito venezolano patrocinada por el Centro de Divulgación del
Conocimiento Económico, CEDICE, con sede en Caracas, Venezuela, y el diario El
Nacional, también de Caracas, se incluye esta introducción en el texto.
[2] “Mémoires: Le voleur dans la maison vide”, J-F Revel,
Éditions Plon (1997).
[3]
En este pasaje de las memorias de Revel, publicadas a principios de 1997, se
refleja la continua idealización acerca de la «revolución» en gran número de
formadores de opinión en Europa y el mundo occidental. Lo que describe Revel
era una intelectualidad en búsqueda de un ídolo, de un David arquetípico noble
y débil que venciera al Goliat malvado y poderoso. Poco después de las acciones
del EZL, llega Hugo Chávez, un izquierdista electo democráticamente en uno de
los países más poderosos e irrefutablemente democráticos de América Latina.
Había llegado el redentor de la revolución.
[4]
Chávez se presentó ante el electorado como un «anti-partido» de centro-izquierda,
con aceptación por las élites empresariales y políticas de entonces. Aun así,
las elecciones de 1998 fueron unas con los mayores porcentajes de abstención en
la historia de Venezuela. Chávez logró su victoria con apenas 33.34% del registro
electoral.
[5] A fines de 1977 apareció la
edición en inglés, con el sello de Helen & Kurt Wolff, de la casa editorial
Harcourt Brace Jovanovich. El libro también fue publicado en portugués (1976) e
italiano (1980).
[6]
El texto completo del discurso titulado «la crisis y sus soluciones», se
encuentra disponible en su tercer libro «Marx y los socialismos reales y otros
ensayos» (1989).
[7] «Carlos
Rangel - Última vuelta de tuerca», Luis Aníbal Gómez, 2017 (inédito)
[8]
Metodología claramente expuesta en El Manifiesto Comunista de Marx y
Engels.
[9]
A Sartre le será otorgado el premio Nobel en literatura el 22 de octubre de
1964. Esto generó gran controversia puesto que al enterarse Sartre a principios
de octubre de ese año que estaba en consideración, le envió una carta al jurado
solicitando que no fuese postulado al premio. No sabía Sartre que ya el jurado
había tomado la decisión en septiembre, la cual era irreversible. Al anunciarse
su galardón, Sartre publicó una nota en Le
Figaro, París, el 23 de octubre, describiendo su correspondencia a la
Academia rechazando el premio. Esta nota habla acerca de su rechazo a premios
institucionales, en particular los que pueden considerarse como aceptación del
modelo burgués, y de su solidaridad con el modelo socialista-comunista.
Curiosamente la nota incluye una referencia a su simpatía con los «revolucionarios
venezolanos» (los guerrilleros de la Lucha Armada a principios de la era
democrática en Venezuela), lo cual Rangel menciona en una sección de su libro.
[10]
Se llaman «adecos» a los miembros del partido Acción Democrática (AD), el cual
se identificaba a sí mismo como social demócrata.
[11]
Como dato curioso, una de las primeras campañas militares del General Gabaldón
fue repeler a nombre del gobierno del dictador Cipriano Castro a principios del
siglo XX una invasión proveniente de Colombia encabezada por el abuelo de
Carlos Rangel, el exiliado General Carlos Rangel Garbiras, que se oponía a la
dictadura de Castro.
[12]
Gómez, Op. Cit.
[13]
El último ensayo de su último libro es una apreciación de Unamuno.
[14]
Gómez, Op. Cit.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario