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sábado, 10 de febrero de 2024

LA REPÚBLICA BOLIVARIANA

 REFLEXIONES ANTE LAS COYUNTURAS DE UNA TRANSICIÓN 

“Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad. Entumidos sus miembros por las cadenas, debilitada su vista en las sombras de las mazmorras, y aniquilados por las pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto Templo de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin opresión el éter puro que allí reina?” 

Simón Bolívar. Discurso de apertura ante el Congreso de Angostura, 1819.

Esa pregunta que hizo El Libertador hace 205 años es una pregunta que nos hemos hecho durante largo tiempo, no solo los venezolanos, sino muchos de nuestros hermanos en el continente.  ¿Somos capaces de vivir en libertad? O será que nuestra historia es un pesado lastre insostenible, que nos conduce irremediablemente a caer en regímenes despóticos bajo “tiranuelos casi imperceptibles” como los describirá el mismo Bolívar en su carta al General Juan José Flores apenas once años más tarde. En 1819, a sus 36 años ante el Congreso de Angostura, Bolívar todavía tiene la visión del político profesional con vocación de servicio, una visión de futuro, optimismo y confianza en sus conciudadanos. Sabemos que en esa cartaescrita a menos de mes y medio de su muerte, ese optimismo ha sido decepcionado por las realidades políticas que entrevé en su discurso una década y un poco más antes; pero su visión, surgida de la revolución liberal, indudablemente es valiosa y sigue siendo modelo para crear una república bolivariana.

Tras una guerra, que él mismo describe como cruel, horrorosa y dolorosa para sus protagonistas, Bolívar quiere renunciar al cargo supremo de la conducción de los ejércitos y la república, y someter su conducta como tal al juicio de los legisladores. Declara que preferiría el título de “buen ciudadano” al de Libertador, poniendo su cargo y destino a disposición de los legisladores constitucionalistas. En esto nos recuerda a los fundadores de los EE.UU. que estipularon en sus escritos que, para un ex-presidente, el mayor título y honra que le concede una nación es el de volver a ser ciudadano. En esto coinciden el liberalismo fundador de los EE.UU. y el liberalismo promovido por Bolívar en su discurso: ser ciudadano es el cargo más importante en una república democrática. En su discurso la palabra “ciudadano” o “conciudadano” la utiliza dieciocho veces. 

Bolívar describe en el discurso su visión para una nueva nación, una nación que deje atrás “las cadenas, mazmorras, y pestilencia servil” que han entumecido las ansias de libertad de la gente en los territorios liberados; una nación centrada sobre la libertad y el poder de cada ciudadano. El énfasis de su discurso es sobre la libertad, utilizando esa palabra cincuenta y un veces y la palabra libre once. Reconociendo que todo gobierno se compone de humanos imperfectos (“son los hombres, no los principios, los que forman los gobiernos”), enfoca su proyecto sobre la fortaleza de sistemas perfectibles, estableciendo la necesidad de rotación institucional de dirigentes, debido a que: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”  

A dos siglos y algo más de aquel discurso ante un cuerpo deliberante encargado de fraguar las bases de una nueva nación centrada sobre democracia y libertad, vale la pena destacar ciertas ideas centrales que el chavismo hoy día descarta en discurso y práctica: 

“La esclavitud es hija de las tinieblas”.

Es con el sometimiento de un pueblo a través de la poca educación y adoctrinamiento que se puede perpetuar la antítesis de la libertad: la esclavitud. A los amos y élites gobernantes de una tiranía les conviene tener un pueblo sometido por la ignorancia y los límites a la educación. Bolívar describe claramente la manipulación totalitaria basada sobre la ignorancia: “la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.” En la práctica, el chavismo denigra y somete al sector educativo para mantener a los venezolanos en las tinieblas de la ignorancia, interfiriendo con la educación impartida y manteniendo a los docentes en la indigencia, desde la escolaridad temprana hasta la educación universitaria. Recordemos que la semilla de las protestas del 2002 fueron una ley de educación interfiriendo en la independencia del sector educativo con la injerencia doctrinaria del estado. Como famosamente dijera Héctor Rodríguez, ministro de educación en el 2014, descartando a la educación como instrumento de movilidad social: “No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”. El auge de la democracia en Venezuela se caracteriza por el Plan Ayacucho, que sembró conciencia y educación entre una generación que el chavismo denigró. rechazó y persiguió.

Ya Simón Bolívar lo resaltó en su proyecto de país, proponiendo un poder del estado que fusione la educación y la moral cívica como fundamento de la república: “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades.” Bajo estas ideas, ofrece lo que llama un “cándido delirio” proponiendo ese cuarto poder independiente, el Poder Moral, aparte de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que ya describió y defendió. El Poder Moral sería un cuerpo de la república compuesto por un “Areópago” (tribunal de tradiciones y costumbres) independiente que vele por la educación y registre la moral de los participantes públicos del gobierno, manteniendo un archivo consultable de su conducta y actuación. Dicho poder influye directamente sobre la educación ciudadana, pero no tiene capacidad penal, solo de denuncia a los trasgresores de las tradiciones y costumbres que conforman la moral del país. Es posible que esto se vea como un cándido delirio, pero lo más cercano que existe a ese “registro permanente” de la actuación de funcionarios públicos es una prensa libre, libre de influencias y accesible a todo ciudadano. En tiranía eso no existe. La restricción a la información, las “ofertas que no se pueden rechazar” y la persecución a voces independientes son características de tiranías que desean blanquear dichos registros públicos de sus actuaciones. Bajo el régimen chavista incluso un tuit opositor o crítico ha llevado a influenciadores a las mazmorras del Helicoide o los sótanos en Plaza Venezuela, las infames cárceles políticas del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Sin prensa libre e independiente, no existe democracia, y por eso se le reconoce como “el cuarto poder”.

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“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política,”

“Sólo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?” 

Bolívar está claro acerca de la capacidad de la democracia de generar bienestar, de la fragilidad de la democracia, su naturaleza perfectible y la necesidad de defenderla, porque es el sistema más conducente a la condición de libertad para los ciudadanos. Ya lo dirá Winston Churchill unos 130 años más tarde: "La democracia es el peor sistema de gobierno, salvo todos los demás". La visión de una república soberana que tiene Bolívar es una república centrada sobre la libertad, pero él reconoce la responsabilidad de cada ciudadano para mantener un gobierno que proteja esa condición de libertad, la cual dice Rousseau, según Bolívar, “es un alimento suculento, pero de difícil digestión” y porque dice Homero “al perder la libertad, el hombre pierde la mitad de su espíritu.” El deber y responsabilidad de cada ciudadano para defender la libertad (y, por ende, la democracia) es ineludible si se quiere obtener esa mayor suma de bienestar. Varias veces lo reitera resaltando su incomodidad y dificultad: “más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía.” Pero también reconoce la condición basculante de las tiranías, algunas con un péndulo mayor que otras, pero inexorablemente destinadas a caer, porque “la naturaleza a la verdad nos dota, al nacer, del incentivo de la libertad.” 

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“La deuda nacional, Legisladores, es el depósito de la fe, del honor y de la gratitud de Venezuela.” 

La dignidad del país está atada a su responsabilidad y seriedad por los compromisos adquiridos ante la comunidad internacional. Un país responsable que entra en negocios, tratados y acuerdos, está en la obligación de cumplirlos. El Libertador es contundente al respecto: “Perezcamos primero que quebrantar un empeño que ha salvado la patria y la vida de sus hijos”.  La falta de seriedad del régimen de Maduro en toda negociación internacional, comercial, tratados, o compromisos políticos, deslegitima su capacidad de gobernar en nombre de Venezuela, y deshonra el legado de Bolívar.

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El corazón del discurso es proponer las instituciones de una sociedad libre de la opresión del “triple yugo de la tiranía, la ignorancia y el vicio,” para lo cual fundamenta su proyecto en la democracia, la educación y la virtud moral. La república que visualiza Bolívar ante el Congreso de Angostura es una república que establece límites al poder, separación de poderes, donde el ciudadano es el principal protagonista de los destinos del país. Es una en donde la educación es la base de la república, donde se honran a los militares, pero se mantienen alejados de la función de gobierno y su papel es defender la república, no conducirla. Una en donde se respetan y protegen las instituciones, y los agresores a las mismas son condenados por la justicia. Una en donde existe un registro público, independiente y libre publicando la capacidad moral de los miembros y representantes de la república. Una en donde existe alternabilidad en los representantes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos. Un llamado y denuncia en contra de toda tiranía y en defensa de la libertad. Una república, en fin, basada en la revolución liberal, no en la reaccionaria protección de los intereses de la élite mercantilista y colonialista del chavismo. 

El chavismo en Venezuela ha traicionado la visión de Bolívar acerca de la libertad, el poder de los ciudadanos en una república, y su lucha contra toda tiranía. Los chavistas han utilizado a Bolívar para acobijarse con un manto de credibilidad que no les arropa. Los chavistas han traicionado aquella visión de Bolívar de una nación ideal, y llamarse a sí mismos bolivarianos es una desfachatez e insulto a los ideales liberales del Libertador. Se puede calificar sin duda a los chavistas de “anti-bolivarianos”. 

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Una nación siempre será más permanente que sus gobiernos, y solo se hace fuerte y capaz de generar riqueza y bienestar a medida que sus instituciones trasciendan a sus funcionarios. Por eso Bolívar nos recuerda que: 

“El imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos”. 

Hay hipocresías que hieren profundamente a una nación. La tiranía que pretende ser bolivariana caerá, y Venezuela prevalecerá.

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Otras reflexiones a partir del discurso de Bolivar:
Carta a Carlos A. Montaner sobre Felipe VI y democracias.


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Carlos J. Rangel
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Libros de Carlos J. Rangel:



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domingo, 13 de agosto de 2023

LA CONFIANZA Y OTRAS PENDEJADAS

La confianza es esencial en las relaciones humanas y de sociedad. Como meros individuos, somos débiles ante las fuerzas formidables opuestas a nuestras metas y mera existencia, y la unión que hace la fuerza para enfrentar esa oposición se basa en la confianza mutua de cada miembro de dicha unión. 

Durante semanas (y meses) recientes hemos escuchado de parte de políticos venezolanos de oposición, y de la misma Comisión Nacional de Primaria, que con la confianza ciudadana se saldrá del régimen autoritario que asola a Venezuela. En el caso de la CNP el llamado parece sincero. En el caso de ciertos políticos, parece ser un llamado a la confianza en un solo sentido, es decir, celebran nuestra confianza en ellos pública o privadamente, pero no necesariamente confían en nosotros. Eso es entendible por un condicionamiento pavloviano, reforzado por 25 años de un sistema basado en la desconfianza y recelo mutuos. La fortaleza de un régimen autoritario crece a medida que la confianza colectiva disminuye. Todo líder autoritario busca sembrar la desconfianza, porque de esa manera cercena la libertad. Hemos visto, no solamente en Venezuela, como facciones e intereses que buscan debilitar democracias repetidamente tratan de socavar la confianza en instituciones básicas y sistemas electorales. Destruyendo la confianza se destruyen democracias.  

La semilla perenne del totalitarismo germina en la ansiedad generada por el desorden democrático que se presume ser incapaz de ejecutar acciones decisivas y efectivas. La tendencia natural del ser humano es preferir al orden predecible que la incertidumbre caótica. Durante milenos, ese orden fue mantenido por autócratas, algunos benevolentes otros no tanto, y cualquier cuestionamiento a ese orden era sofocado, o por la presión familiar o social de pares inmediatos o por la represión del tirano de turno. La amplia difusión, sobrevenida con la revolución liberal del S. XVIII, de la idea de que es posible alterar el orden existente (individual o institucional) cambió de manera radical las expectativas. Para las autocracias amenazadas por esa revolución de expectativas una de las mejores maneras de debilitar a sus opositores es generar y cultivar la desconfianza. 

Se explica así el desarrollo de la debilidad de la oposición en Venezuela. Apoyado por la destrucción de la confianza en el estado de derecho (legado de la era democrática por aquellos con interés de mantenerla débil), el chavismo recupera y se nutre de los antecedentes autoritarios del país (que en sus más de 200 años si acaso habrá tenido unos 45 de gobiernos basados en ideas liberales democráticas) destruyendo la confianza en el sistema institucional electoral mediante desinformación, amenazas, chantaje, extorsión y soborno, para minar la confianza de la ciudadanía sobre el sistema democrático en general y la oposición en particular. En este ambiente, cada agrupación o facción de “la gran tolda opositora” termina desconfiando de cada otra o incluso de actores independientes, suponiendo agendas ocultas, nefastas, y posiblemente complicitas. La acumulación in crescendo de teorías conspirativas, cada vez más inverosímiles si se analizan con un mínimo de sentido común, alimenta esa desconfianza y tiene origen en agentes que buscan socavar la oposición al orden que ellos desean imponer. De esta manera el régimen, al nutrir la desconfianza, divide y debilita a la oposición.

Voltaire nos dejó como legado una palabra que se utiliza frecuentemente por aquellos que se aprovechan de la desconfianza para sus propios fines al describir a sus blancos: cándido. En venezolano criollo se utiliza la palabra “pendejo” de manera similar, para identificar aquellas personas cuyas ilusiones, creencias, valores personales e información incompleta los hacen fácil blanco de artimañas y manipulación basadas en la traición de la confianza (o manipulados para creer en esa traición).  Es un punto de honor personal no ser calificado de “pendejo” (o su equivalente en otros países e idiomas). Nadie quiere ser uno, por lo cual, en condiciones de bajo control social y débil estado de derecho, desean ser lo opuesto: el “vivo” que se aprovecha de la confianza del más pendejo. En Venezuela esta dualidad está altamente compenetrada con la cultura por el largo legado autoritario del país, y la consecuente debilidad del estado de derecho, pero en otros países también se ve, o se ha visto en el pasado, cuando lideres populistas en afán y promesa de control (autoritario) establecen la existencia de un grupo, típicamente fácilmente identificable étnicamente y minoritario, que se está aprovechando de aquellos que se autoidentifican con el líder populista. El populista le promete a sus partidarios que ya no serán aprovechados como “pendejos” por los “vivos” que los han explotado y agraviado de una y mil maneras, quitándoles lo suyo injustamente mediante su orden de leyes y costumbres “correctas” que les desfavorecen. Para lograr la redención de esos agravios sus partidarios deben confiar únicamente en el líder y desconfiar de todo aquel que lo cuestione, desde opositores comunes, hasta medios de comunicación o instituciones del sistema que el líder no controla, cuestionando así el estado de derecho. Parece a veces sutil la diferencia, pero no lo es. Un opositor democrático busca crear, construir y mantener confianza generalizada en ese sistema y sus representantes, mientras que un opositor autocrático, busca destruir esa confianza, acumulando una semblanza de ésta (es decir, sin reciprocidad) en su propia persona. El líder es el pueblo (“el pueblo soy yo”), y si atacan al líder, atacan al pueblo.

He visto personalmente la destrucción de la confianza que ha logrado el régimen autocrático en Venezuela. En conversación reciente con un líder de campaña, me comentaba cómo muchos se le acercan para prometer ayuda una vez que el candidato fuese victorioso – es decir, una vez instalado en el palacio presidencial – pero nadie parecía ofrecer verdadera ayuda inmediata. En otras conversaciones, con otros altos dirigentes hace unos largos meses, el consenso entre estos parecía ser la inevitable continuidad del régimen y la renuencia a declarar favoritismos, no fuera que alguien se lo echase en cara después en algún momento inoportuno. Públicamente es notoria la desconfianza entre los lideres de la oposición que genera incertidumbre entre la ciudadanía acerca de la realidad de un movimiento opositor unido que resulte en el fin del régimen autoritario existente en Venezuela. Nadie quiere ser el más pendejo que se quede con la papa caliente.

Tener instinto de supervivencia e interés propio es una expectativa razonable, y los políticos y élites de influencia tienen todo el derecho a tener ese instinto. La suma de los intereses propios de los miembros de una sociedad beneficia el interés colectivo de esa sociedad. Esa fue la revolucionaria idea del capitalismo de Adam Smith.[1] En Venezuela, el interés propio de cada político de oposición se apoya en la desconfianza que cada uno tiene de cada otro. Es de esperarse que dicho interés a la larga seria favorable para el interés colectivo de la oposición, separando a los verdaderos opositores de los cómplices del régimen, para agruparlos en un objetivo común: restaurar la democracia en Venezuela. Pero, nadie quiere ser el más pendejo. La descalificación sembrando la duda, teorías conspirativas, y ataques ad hominem es de esperarse de los defensores del status y del orden existente, incluyendo dentro de ese orden el papel de la oposición como comodín del régimen. Es enervante cuando viene de opositores calificados por ser de obvia utilidad para la continuidad de esas condiciones existentes.  Ante esta situación, los lideres opositores celebran que se les dé confianza pública por ciudadanos comunes o destacados, pero son renuentes a otorgarla, pareciendo que consideran esa confianza depositada como una confianza suma-cero; es decir si ellos la tienen otros no la tendrán. Francamente, parecen no confiar sinceramente en su propia base electoral, parte de ese reflejo condicionado desarrollado bajo autoritarismo que perdurará durante largo tiempo como tara cultural, aun si se logra cambiar el régimen chavista, exacerbando la dualidad vivo/pendejo. Muchos no confían ni confiarán nunca ni siquiera en el Cristo bajado de la cruz.

El votante en este escenario tiene como instrumento de su confianza el voto. El voto, en un sistema democrático liberal, es la expresión afirmativa del derecho al libre pensamiento. Es la confianza depositada por el votante en el sistema de gobierno que rige los destinos de su nación, y su subscripción a la idea de que dicho sistema es favorable a sus intereses y valores. El candidato que acepta participar en este proceso electoral busca recibir esa confianza y hace lo posible por obtenerla. La decision básica del votante es si el sistema, proceso, propuesta y candidato se merecen o no su confianza.

Si el candidato rechaza la confianza en el sistema es difícil esperar que el ciudadano la tenga. Para cada candidato en cada elección su campaña es un esfuerzo por crear y acumular confianza, tanto en el sistema y proceso como en su persona como estandarte de los mejores intereses de la sociedad. Dichos intereses a veces no tienen beneficio inmediato en la ciudadanía, pero los mejores políticos en la historia no han sido los que sobre prometen y medio cumplen. Winston Churchill, famosamente dijo que solo podía ofrecer sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor para recuperar a Inglaterra del momento en que estaba a punto de sucumbir como nación independiente. Su gestión, guiando a su nación a través de la guerra, se reconoce como exitosa, a pesar de haber perdido el poder personalmente, y su partido el gobierno, después de la guerra. Así funciona la democracia: como un desorden caótico generador de creatividad y bienestar creciente que permanentemente cuestiona el statu quo. Un sistema que sólo puede subsistir con la confianza de la ciudadanía en el mismo. Sobre prometer y medio cumplir no crea ni construye confianza.

Para ganar la mayoría necesaria para la victoria, candidatos con frecuencia se enfrentan a un dilema de Nash. Los opositores en contienda siempre tienen la opción e incentivos de hacer algo más a favor de sus intereses propios percibidos que a los del interés común posible. Particularmente en el caso de la oposición en Venezuela es visible este dilema, en donde opositores juegan para “ganarse la confianza” de los electores socavando al opositor (abierta o subrepticiamente) que tiene el mismo objetivo: derrocar la tiranía y formar un nuevo gobierno. La restauración de la democracia en Venezuela difícilmente se logrará sin una oposición unida que confíe mutuamente en el deseo y objetivo común de cada uno de sus participantes: recuperar el sistema de contienda libre democrática - el mejor interés común posible. Vemos también con alarma el uso del sobre prometer electorero (o simplemente no rectificar la expectativa de una sobre promesa imaginaria) en una situación donde la recuperación de la nación es una tarea que solo puede arrojar resultados tras un esfuerzo descomunal de participación ciudadana; un esfuerzo, sí, de sangre, sudor y lágrimas, que nadie parece reconocer, vaticinar y mucho menos solicitar, por lo cual estas sobre promesas electorales difícilmente llegarán incluso a medio cumplirse. Esto es síntoma de la falta de confianza de los lideres políticos en la ciudadanía. La recuperación de la nación no será posible sin que la coalición que emerja victoriosa confíe en la ciudadanía del país.

Se podrá discutir mucho sobre la cabeza de un alfiler acerca de la gestión de Carlos Andrés Pérez, y particularmente de su segundo periodo. Lo que no se puede negar es que él fue un líder que confiaba en la ciudadanía y en la fortaleza del sistema democrático, y que trató de enrumbar el país hacia un sistema con libertades crecientes basado en esa confianza. Pequeños intereses y rivalidades, basándose en expectativas imaginarias, traicionaron esa confianza. Pero aquellos que se le opusieron estáahora en el escarnio histórico y CAP es recordado como un gran político cuya gestión fue positiva. Él encarnó la esencia de un optimista en el futuro de su nación.  Hoy día demasiados políticos a nuestro alrededor se comportan más como el analista que prefiere ser (casi por definición) un pesimista sorprendido que como el líder democrático trascendente, que siempre será (casi por definición) un optimista decepcionado. La restauración de la democracia y la recuperación del país solo será posible si la verdadera confianza mutua entre todos, líderes y ciudadanos, logra la unión por el futuro posible de Venezuela. De no ser así, este proceso es puras pendejadas.



[1] Lo que ha venido a llamarse “fase tardía del capitalismo”, caracterizada por oligopolios manipulando la economía, contradice esa idea básica que estableció Smith, que veía como fuerza centrípeta del beneficio económico a los monopolios y oligopolios, estructuras de mercado que son el "agujero negro" de las fuerzas del libre mercado.  El equilibrio óptimo de las fuerzas del libre mercado restringe el colapso del mismo ante las fuerzas monopólicas naturales del éxito comercial mediante incentivos y protección a la libre competencia. Entiéndase por monopolios y oligopolios también la creación del llamado “capitalismo de estado”, excusa para crear un aparato estatal gigante e improductivo modelado bajo las ideas del control de los medios de producción para enriquecer el estado, es decir, el orden comunista con su consecuente pérdida de la libertad (para ejemplificar el orden impuesto ver “Carlos Alberto Montaner y su concepto de la libertad” en este mismo blog).

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Carlos J. Rangel
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