Hay veces que hemos oído expresiones sardónicas acerca de esos amores de lejos. Pero la distancia y el tiempo no hacen que ciertos amores sean de fantasía. Muchos recuerdan su primer amor verdadero y algunos tenemos la fortuna de todavía vivir con ellos. Los recuerdos de otros amores dejan huella, no se olvidan y forman parte de nuestro ser. Seres queridos que viven a distancia no por eso dejan de ser queridos. Para algunos que hemos perdido seres queridos, su recuerdo es imborrable.
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Desnudo, piedra en molde (1966) |
Hoy recuerdo a mi madre, Bárbara, nacida en los EE.UU., su amor por un venezolano la hizo amar este país, el país donde nacieron y crecieron sus hijos. Desde 1951, a los 20 años, emprendió su recorrido de amor por Venezuela. Esa década fue de vaivenes entre estudios y exilios de mi padre, hasta regresar a formar hogar permanente en 1960. Dedicada a las artes plásticas y a la música (desde clásica al folclore venezolano) nos inculcó esa amplia apreciación desde temprano, haciendo talleres sabatinos con niños de Chapellin y Sarria en nuestra casa, bajo su guía y la de otros artistas del momento. Su propio momento cumbre como artista fue una exposición de sus obras en el Museo de Bellas Artes. Poco después tuvo que dejar sus ambiciones para dedicase de lleno a nosotros tras el divorcio en 1969, un pequeño escandalo social en aquella época de flux, corbata y largos vestidos. Los 70 la vieron fuera de su medio en Nueva York y, finalmente a finales de la década se regresa a Venezuela, su verdadera patria, la que nos enseñó a querer.
Fiel a sus
principios, al inicio de la era de Chávez se regresó a los EE.UU. Durante la
época de Franco, mis padres habían hecho un pacto mutuo de no viajar a España,
a pesar de querer hacerlo, mientras no cayera esa dictadura. Tras el divorcio y
nuestras penurias económicas, ella nunca tuvo oportunidad de ir a esa tierra
como hubiese querido. Mi madre falleció en
el 2011 y nos pidió que lleváramos sus cenizas a Venezuela, a su playa preferida,
después de que cayese el régimen totalitario de Chávez; régimen que ha
continuado con el tirano Maduro. Pero llevaremos esas cenizas pronto.
Hay
demasiadas historias, tal vez no suficientes, del amor de madre, madre cerca, madre lejos y madre más
allá. El amor de madre se siente en cualquier lugar, pero siempre nos gustaría tenerla
algo más cerca. Nuestras ocupaciones y faenas diarias a veces interfieren con
esa cercanía, pero nunca con la que existe en el corazón. En Venezuela hay muchas
madres lejos de sus hijos, por muchas razones. El régimen ha fracturado familias
despiadadamente, desde el exilio, forzado o desesperado, hasta la prisión o la
muerte. Emblemático es el caso de Maria Corina, con sus hijos afuera y ahora su
madre también. Lo que el régimen en su afán
de control totalitario represivo nunca logrará es quebrar el amor a distancia
de toda la familia venezolana, incluyendo el amor por nuestra querida madre
patria. Venezuela pronto será reunificada por la incansable y heroica labor de
la oposición democrática que tiene esa meta en la mira. El abrazo maternal nos
espera pronto.
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