El 10 de julio tuve la oportunidad de asistir a una presentación en Miami, organizada por Adriana Meneses y Silvia Cohen en los espacios del Hilton Aventura, del libro Yo inmigrante, de Rayma Suprani. En el evento el Dr. Asdrúbal Aguiar expuso reflexiones surgidas por las imágenes trágico-humorísticas plasmadas por la artista.
Rayma nos ilustra al inmigrante como una persona que
renace en nuevas tierras. Una persona que, dejando atrás su país de origen con
dolor, renuencia y duda, se lleva una maleta cargada de su ser. Una persona que
siembra semilla, y echa raíces incorporando su pasado para construir su nuevo
presente, mientras espera otro futuro al que había forjado anteriormente. Pero más allá de una persona, el libro
captura la tragedia de la emigración masiva venezolana, obligada a decidir entre
dos opciones difíciles, personales pero colectivas al mismo tiempo: “me quedo /
me voy”. Recorriendo cuatro ciudades y tres
países, las caricaturas ilustran las dificultades individuales y colectivas de
la llamada diáspora venezolana, un exilio brutal en cifras e impacto
Las razones para emigrar las conocemos de sobra, y algunas
de las ilustraciones las traen a flor de piel. Hay razones económicas, hay
razones de persecución, hay razones de desesperación. Rayma astutamente, sin
embargo, se enfoca más sobre el inmigrante que en el emigrante, el revés de la moneda.
Nos ilustra la añoranza, el choque cultural y la adaptación en nuevas tierras.
Algunas de sus dibujos nos muestran el aporte y mezcla que todo inmigrante lleva
a la tierra que lo acoge, a la vez que la aceptación del inmigrante de esas otras
tierras y culturas. Sin romanticismo espurio, pero con gran corazón, el libro
nos transmite la tormenta de emociones y transformación que embate a todo aquel
que se ha visto obligado o ha decidido buscar mejor vida en las oportunidades
del espejismo de tierras prometidas; de allí surge la reflexión del Dr. Aguiar.
El Dr. Aguiar nos recuerda que la llamada diáspora es un término histórico utilizado para
describir a la nación judía antes de 1948. Una nación sin sitio geográfico,
pero constante en el tiempo – una nación sin país desde tiempos del antiguo
testamento. Así nos nos destaca el Dr. Aguiar la importancia del sentido de
nación. Hoy en día llamamos diáspora a diversos exilios masivos, en este caso el
venezolano. Obligados por diversas
razones, pero en particular por la miseria y obvia falta de nuevas oportunidades
en el país, alrededor de ocho millones de venezolanos han abandonado el territorio
que los vio nacer en busca de mejores destinos; de una tierra prometida.
Ocho millones se dice fácil, pero la comprensión de su
escala no lo es tanto. Aparte de representar un desmedido porcentaje de la
fuerza laboral productiva del país, es algo más de la cuarta parte de la
población que existía en el país antes de la emigración masiva. Ocho millones
de personas es casi la población de Uruguay, Jamaica y Puerto Rico sumadas juntas. Es casi el doble de la
población de Panamá. Supera con creces la población de Costa Rica, Irlanda,
Noruega, Finlandia, El Salvador, Nicaragua, o Paraguay; es la mitad de la
población de Chile o Guatemala, una sexta parte de la población de España. En
los EE.UU., solamente nueve estados de los cincuenta tienen más de ocho
millones de habitantes. Massachussets y Colorado tienen menos que eso. Ocho
millones de personas es un c*****zo de gente (disculpen la palabra, pero la emoción
nubla la razón y la medida de la lengua).
Hace casi diez años escribí con alarma en uno de mis
libros, La Venezuela imposible, que un 10% de la población se había ido
del país, huyendo por políticas sociales y económicas malsanas, y la represión del
régimen totalitario, mermando recursos y talento necesarios para la recuperación.
Nunca pensé que llegaríamos a una cuarta parte de la población en exilio e iríamos
rumbo al tercio, por las políticas intencionales del régimen para utilizar al
exilio como fuente de divisas.
Al llegar a estas cifras de población, el Dr. Aguiar pondera
acerca de su significado y nos relata la anécdota de una conversación que tuviera
hace algunos años con Ramón J. Velásquez, senador y presidente interino de
Venezuela. Le decía Velásquez que la condición
del venezolano estaba cambiando radicalmente. “Abandonaron sus casas y se
fueron a la calle para no regresar” fueron las palabras de Velásquez. El venezolano
pasaba de espectador esperando prebendas, a protagonista de sus destinos. Es
decir, estaba descubriendo la libertad, y lo difícil que es lograrla y
mantenerla.
El Dr. Aguiar nos argumenta en sus muchos escritos y presentaciones
acerca del conflicto entre las levitas y las espadas en la historia de
Venezuela. En este evento nos muestra nuevamente una faceta de su argumento
central: el corazón fundacional de Venezuela se basa en principios libertarios
y civiles, enfocados en el derecho a la libertad, la propiedad y la oportunidad
del individuo y su responsabilidad propia, regidos por la democracia
representativa, ideas inspiradas por la revolución liberal del S. XVIII. Aguiar
tiene las pruebas fehacientes de ello, no solo por el texto del documento de la
Declaración de Independencia, sino por los escritos contemporáneos e inmediatos
de los próceres civiles de la época, Roscio, Bello, Toro y muchos otros
(incluso Páez). Estos nombres en su mayoría están relegados hoy a nombrar escuelas
en el mejor de los casos, debido a la historia reescrita por las espadas y la glorificación
del cesarismo democrático definido por Vallenilla Lanz, e inspirado en la gesta
heroica del Libertador Simón Bolívar.
Con mucha razón, Aguiar nos dice que los idos, llamémoslos
exilados, no son los únicos que han perdido el terruño natal, su país: los que
se quedaron también, llamémoslos nacionales. Venezuela como el país que tantos
conocimos, estemos fuera o adentro, ya no existe verdaderamente. Por eso el pueblo,
los ciudadanos, han hallado, o reencontrado, el concepto de libertad, tal y
como lo concibieron nuestros padres fundadores, intrínseco a la nación
venezolana. Una nación que se perdió, no hace treinta años, sino mucho antes, entre
las espadas que diezmaron la población repetidamente, hasta hacer de los
pobladores un pueblo de sobrevivientes en busca de un hombre fuerte que los protegiese
de las mismas espadas que empuñaba, de las enfermedades, y de la miseria. El pueblo perdido, sin ciudadanos empoderados, sin otro ideal que el rebusque y la viveza
para la supervivencia, buscando arrimarse al gran árbol que lo cobija de toda
inclemencia. Un pueblo conducido por ese gendarme en un territorio llamado país, no una ciudadanía
conductora de una nación.
Es por esto que el Dr. Aguiar compara al exilio venezolano
con la diáspora judía. Hemos sido un país
sin nación por demasiado tiempo. La reveladora anécdota que nos relata Aguiar de
los venezolanos descubriendo la libertad señala un punto de inflexión posible
para un nuevo modelo de país. Los ocho millones de venezolanos errantes en
busca de libertad y los nacionales luchando por la libertad están forjando la
nueva nación venezolana. Una nación concebida hace más de 240 años por nuestros
letrados próceres civiles. Una nueva tierra prometida.
Las reflexiones
gráficas de Rayma mezclando empatía, humor y tristeza, nos conducen a esta reflexión
de un nuevo país, una nación forjada con un modelo de libertad por los errantes
tanto en su tierra como afuera. Una diáspora productiva, una gran
impronta en el mundo, un gran activo nacional, como lo fueron en sus tiempos los errantes
de Irlanda en el S. XIX, del sur de Europa en la postguerra, del pueblo judío, todos
manteniendo nación mientras aportaban, renacían y crecían en sus nuevas
tierras, sin olvidar sus raíces ancestrales. Expulsados de su paraíso para
construir el mundo y trabajar en este valle de lágrimas por la tierra
prometida.
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Otras reflexiones sobre inmigración por Carlos J.
Rangel:
DIAÁSPORA VS. EXILIO VS. EMIGRACIÓN
THE IMMIGRANT (2016)
Reflexiones sobre las bases del país
ESTRUCTURAS DE DEMOCRACIA Y LIBERTAD
DISCURSO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LA VENEZUELAIMPOSIBLE” (2017)
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